Cassandra Wilson - 32 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
“Mujeres en el jazz”. Esa innecesaria manía del festival de jazz de Vitoria de unificar (muchas veces de cualquier manera) los programas dobles puede volverse muy desagradable. Epígrafes como “la noche electrónica”, “50 años de bossa-nova” o el justificadamente comercial “noche Verve” dan un aire de parque temático al festival cuyo beneficio es difícil de demostrar. Aun así, el hecho de subtitular un cartel compuesto por dos mujeres liderando sus grupos como “mujeres en el jazz” es de un reduccionismo lamentable, sin contar con la perniciosa imagen de la mujer en el jazz que proyecta. No me cabe duda que no hay ninguna intencionalidad maliciosa por parte del festival, pero el hecho es que a estas alturas no es necesario plantear esta etiqueta; que un par de mujeres se dediquen al jazz e incluso lideren sus propios grupos no es un acontecimiento, sino algo completamente habitual, y así debe ser tratado.
(.........)
La veterana Cassandra Wilson fue la encargada de cerrar la noche, decisión tomada, probablemente, en base a la inseguridad comercial que transmitia Maria Schneider. En cualquier caso, Wilson se enfrentaba a una tarea dura ya que, a pesar de la entrega del público vitoriano, la cantante ha dejado un ligero halo de aburrimiento tras de sí en más de un concierto.
Su último disco, Loverly, es una de las mejores grabaciones de una carrera a caballo entre lo ecléctico y lo errático, marcada por la búsqueda de algo no muy definido entre la realización artística y el éxito comercial. Por si fuera poco, el pianista que la acompaña en Loverly es ni más ni menos que Jason Moran, figura que devora el interés del oyente por momentos y que parece irremplazable a la hora de enfrentarse al directo.
Así que, con una actitud, carácter y planteamiento musical muy diferente al de su última actuación en el festival (en 2005), Cassandra Wilson subió al escenario arropada por una banda aparentemente menos consistente que entonces. A pesar de la presencia de Reginald Veal y Herlin Riley, rítmica sólida donde las haya, la falta de una figura de tanto peso como Brandon Ross y la imposible sustitución de Moran auguraban un concierto fallido.
El recurrente “Caravan” dio el pistoletazo de salida y la cosa parecía funcionar más o menos. Marvin Sewell, director musical del grupo de Wilson desde hace años, se veía perjudicado por un sonido rasposo y un tanto descontrolado, y la voz de Cassandra estaba tan bien como siempre. Y ahí estaba el problema: como siempre. Ni mejor ni peor.
Pero de entre aquella música, entretenida pero intrascendente, emergían unas notas chispeantes que animaban el oído. Tras un “St. James Infirmary” y un “Black Orpheus” muy interesantes, la sospecha se confirmó. El pianista, que llevaba la cruz de cubrir el puesto de Moran, hizo una intro antes de “Sweet Lorraine” que quitaba el sentido. ¿Quién demonios es ese tipo? ¡Pero si es un crío!
Aquel joven de Nueva Orleans se llama Jonathan Baptiste, y toca con una facilidad y un gusto insultantes. Como muchos de los pianistas de su ciudad, viene de la tradición clásica americana y puede evocar a Teddy Wilson y a Erroll Garner en una sola frase, pasando por la técnica y la modernidad neoclásica de un (para él clásico, en cierto modo) Marcus Roberts.
A partir de ese momento, casi no escuchamos nada más. Solo un buen concierto de Cassandra Wilson con un gran pianista que dará mucho que hablar. Todo lo demás bien, buen repertorio, bien interpretado, afrontado con gracia y aderezado por la maravillosa voz de la líder. Pero fantástico, lo que es fantástico: Jonathan Baptiste. Tomen nota.
La crítica era sobre un programa doble de Wilson junto a Maria Schneider. Puedes leer el texto completo en la web de Tomajazz.
Nota: Sí, en todo momento escribo Baptiste, con "p". Y es sin ella.