Recupero otro texto publicado con motivo del pasado festival de jazz de Vitoria-Gasteiz, aparecido originalmente en el periódico Gara:
Una de cal, dos de arena
David Binney + Kyle Eastwood + Nigel Kennedy
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
13 de julio de 2011
La sección que tiene lugar cada tarde en el Teatro Principal de Gasteiz se llama «Jazz del siglo XXI», un nombre un tanto osado para venir de un festival que reconoce abiertamente su conservadurismo. Aún así, cada año podemos encontrar un par de actuaciones programadas al abrigo de esta sección que merecen ese lema presidiendo la marquesina.
En la edición de 2011, tal vez nadie pueda lucir esa insignia con más orgullo que el saxofonista David Binney, figura imprescindible de la escena neoyorquina que, debido a su escasa popularidad en nuestro país, aún tiene que vérselas con el sambenito de «joven valor». El propio programa del festival le presenta como «uno de los jóvenes músicos de jazz más prolíficos de hoy en día», para después destacar como elementos significativos en su carrera un par de colaboraciones que poco tienen que ver con la trayectoria del saxofonista. Vamos, como si yo les hablo de Bob Dylan y lo único que menciono es que una vez tocó para el Papa.
Ya que uno no se puede fiar de los folletos promocionales, digamos, sin entrar en más detalles, que el «joven valor» (de 50 años de edad) es uno de los saxofonistas norteamericanos más importantes y avanzados de su generación. Su carrera siempre ha sido honesta y coherente, cimentada sobre sellos independientes, autoedición y el reconocimiento y admiración de músicos y crítica. Llegar al público mayoritario desde las trincheras del jazz es más complicado, aunque David Binney tiene la virtud de que, cuando uno le escucha por primera vez, enseguida toma nota de su nombre.
La música que interpretó en directo fue espontánea y con un alto nivel de exploración, basándose en ritmos y armonías muy complejas o muy sencillas, dependiendo del tema. Su mayor apoyo fue el fabuloso baterista Dan Weiss, aunque el auditorio también ovacionó generosamente al jovencísimo pianista John Escreet. En total, noventa minutos de jazz puro y moderno que satisfizo a los seguidores del saxofonista y que, muy probablemente, grabó su nombre en los cerebros de cada espectador no familiarizado con él.
Tras semejante muestra de jazz de élite, el doble programa que nos encontramos en Mendizorroza fue como conducir un coche por Australia: kilómetros y kilómetros de carretera en línea recta, sin giros, sin cambios en el paisaje y con el peligro acechante de dormirse al volante en cualquier momento. Los reclamos eran el nombre (más bien el apellido) de Kyle Eastwood y el excéntrico violinista clásico reciclado al jazz Nigel Kennedy, pero ninguno de los dos pudo impedir que el pabellón se quedase a poco más de la mitad de aforo.
Eastwood es un bajista y contrabajista muy competente que practica un jazz amable e inofensivo que podríamos calificar de light. Tanto él como su banda se defienden y, no sé, tocan bien, pero resultan tan tibios que no hay manera de engancharse a su música. Por mucho que algunos sectores de la prensa se esfuercen en mostrarle como algo independiente de su progenitor, si el chaval no se apellidase Eastwood su carrera nunca hubiese ido más allá del mero acompañamiento a músicos con algo más interesante que ofrecer.
Nigel Kennedy vivió un momento muy dulce en el mundo de la música clásica hace unos cuantos años, pero recientemente ha dado un giro hacia el jazz inexplicable desde el punto de vista económico (todo el mundo sabe que el jazz es una ruina) y en pos, con toda seguridad, de una afición personal. Muchos asocian el virtuosismo al jazz (como si fuese algo inherente al estilo, y nada más lejos), lo que no quiere decir que porque uno sea un virtuoso será un gran intérprete de jazz. Kennedy es un gran virtuoso, de eso no hay duda, pero en su concierto planteó una música que se apoyaba en ese hecho, sin contar con que ni sus intervenciones, ni su banda -plana y funcionarial-, tuvieron demasiada sustancia. Buenas intenciones, pero poco alma.
El alma se había quedado en el concierto de David Binney.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario