Texto
publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de julio de 2011
Bilbao BBK
Live 2011: El apoteosis de Black Crowes y el sonrojo de Thirty Seconds To Mars
Los hermanos
Robinson ofrecen un concierto inolvidable, M-Clan no encuentran su lugar, Jack
Johnson expande su buen rollo y la banda de Jared Leto llega por momentos a la
vergüenza ajena. Se cierra el festival con récord de asistencia. Por Yahvé M.
de la Cavada
Se veía venir.
Sólo por la marabunta que fue a ver a Coldplay el primer día, se podía oler el
récord de asistencia de la historia del festival. Los 35.000 asistentes del
sábado confirmaron ese dato, que asciende a unos 103.000 personas en tres días.
Y en esta última jornada del festival quedará para el recuerdo el impresionante
concierto que dieron los Black Crowes, el más destacado de esta edición. A
M-Clan les faltó su público y los intrascendentes Thirty Seconds To Mars
tocaron, como quien dice, exclusivamente para el suyo. Jack Johnson hizo gala
de la tranquilidad y el buen rollo que le caracteriza y los Chemical Brothers
pusieron a todo el mundo a botar. La sorpresa del día vino de los vespertinos
Les Savy Fav.
En todo
festival tiene que haber una banda que la líe. Siempre está bien que alguien se
tire al público, rompa algo o regale gestos obscenos al respetable; lo que sea,
con tal de mantener la boca de los presentes abierta durante un rato. Eso es lo
que hicieron Les Savy Fav, un quinteto neoyorquino liderado por el escatológico
y enloquecido Tim Harrington. La banda empezó en la escena post-hardcore pero
lleva ya unos cuantos años facturando una especie de post-punk clásico que
suena realmente bien. Harrington se pasó tanto tiempo en el escenario como en
la pista, abalanzándose sobre la gente, exhibiendo atuendos extravagantes y
provocando la histeria allá por donde pasaba.
Consiguió
cantar manteniendo el equilibrio sobre una silla sujetada por miembros del
público y mantuvo la expresión de los presentes entre la sorpresa y el
desagrado, a cuenta de lavarse la cara con cerveza, meterse sus propios
calcetines en la boca y alardear de las posibilidades de fluctuación de su
oronda barriga. Puro espectáculo. La gracia es que todo lo hizo sin dejar de
cantar ni un segundo, y muy bien, además. Un auténtico concierto punk en un
festival que, tal vez, no estaba preparado para un lunático como Harrington.
M-Clan, que en
salas tienen un gran espectáculo, se encontraron un poco desubicados dentro del
festival. El suyo fue un concierto para sus seguidores en el que apostaron por
un repertorio poco festivalero que no consiguió enganchar a los no tan fans. La
gente miraba al escenario estática, esperando que ocurriera algo o que sonasen
temas conocidos con los que engancharse. Roto por dentro casi lo consiguió,
pero hubo que esperar a las versiones para que la banda generase revuelo. Su
adaptación de la canción de Rod Stewart, Maggie May (aquí como Maggie
despierta, con una cita a Te quiero, de Calamaro) y una apañada versión del
Baba O’Riley, de los Who, fueron las más celebradas.
Cuando empezó
el concierto de Thirty Seconds To Mars, no cabía un alfiler en el recinto.
Muchos de ellos atraídos por la figura de su cantante y líder, el también actor
Jared Leto. Él y sus colegas deben pensar que ser Placebo es fácil; lástima que
se olvidasen del asunto del talento. Leto ni canta, ni toca, así que tira de lo
que otras estrellas de medio pelo en sus mismas circunstancias: hacer gala de
lo mucho que se quiere. Desde el primer momento, su concierto se basó en una
excesiva colección de muletillas de directo, gritando al público que saltase,
que cantase y que le adorase.
Su legión de
fans, eminentemente femenina y muy joven, se entregó a los encantos del actor,
pero gran parte del público observaba extrañado el espectáculo preguntándose
qué tenía de especial todo aquello. Leto pidió al público que corease el
estribillo de Search and destroy mientras la letra de la canción se proyectaba
en las pantallas (haciendo más evidente aún lo ridículo de la misma) y, al no
encontrar respuesta, paró el tema y soltó un discurso al personal hasta que lo
consiguió. En ese momento, no sé por qué, recordé aquella estupenda escena de
El club de la lucha en la que a su personaje le parten la cara a base de bien.
Por lo menos
había lucecitas y videos absurdos y Leto se tiró el rollo subiendo a casi un
centenar de fans al escenario en un momento bastante quedón; pero, de música,
nada de nada. Un último apunte: ver a Leto cantar con su guitarra acústica un
tema contra la guerra, mientras en las pantallas se proyectan fotos de soldados
y citas de Einstein o Platón, es una de las cosas más obscenas que se pueden
ver sobre un escenario. Y ver al batería del grupo simular que toca una intro
disparada por un secuenciador es, sencillamente, patético. Adonde va a llegar
esto del playback, madre mía…
Jack Johnson
atrajo a más gente de la que podría parecer en un principio y, aunque un poco
fuera de lugar, hizo lo suyo con humildad y maestría. Todos sabemos que Johnson
mola realmente cuando uno está tumbado en la playa, con solete, daiquiri en
mano y el mar cerquita. Sus canciones de espíritu surf son tan achuchables como
él, y un festival como este parece que le queda un tanto sobredimensionado.
La verdad es
que más de seis canciones suyas adormecen un poco pero, en Bilbao, Johnson
consiguió provocar sonrisas cómplices con Better together, Banana Pancakes e
incluso que el público cantase Bubble toes y Upside down. Tocó bajito, estuvo
sonriente en todo momento y nos dejó a todos con un buen rollo considerable.
Lo de los
Black Crowes fue tremendo. ¡Menudo concierto! No hay comparación con nada de lo
vivido en esta edición del festival: los Crowes salieron a matar y se llevaron
las dos orejas y el rabo. Noventa minutos sobre el escenario que parecieron
treinta, como mucho, de lo rápido que se pasó el concierto. Más de 20 años
después de su nacimiento, los Black Crowes siguen siendo una de las mejores
bandas de rock del mundo y, en directo, se posicionan también como una de las
mejores de la historia del rock sureño, a la altura de los Allman Brothers
clásicos o de las primeras formaciones de Lynyrd Skynyrd.
Hablamos de
palabras mayores, no de un simple concierto de rock. Otras bandas construyen
sus repertorios colocando estratégicamente sus temones aquí y allá, para que la
cosa no decaiga. Los Black Crowes empezaron con trallazos como Hotel Illnes o
Jealous again, y nos preguntamos cómo es que soltaban la artillería pesada al
principio. Enseguida lo entendimos. El concierto no tuvo algunos temones, sino
que fue todo temones, de principio a fin. La gente bailaba, gritaba, saltaba y
se tiraba por el suelo, fuera de control.
Ni cuando la
banda optaba por la improvisación, con solos guitarreros de electricidad
desbordante, se detenía la maquinaria. Quienes aún echan de menos la guitarra
de Marc Ford solo tienen que acercarse a un concierto de los Crowes para ver lo
que hace Luther Dickinson con seis cuerdas y un slide; a su lado, Ford parece
pequeñito, pequeñito. La intensidad que genera la guitarra de Dickinson junto a
los Crowes ha llevado al grupo a otro nivel. Si con sus North Mississippi
All-Stars ya es alucinante, imagináoslo codo a codo con los hermanos Robinson.
Según se
acercaba el final, la banda pagó su deuda con Otis Redding y su clásico Hard to
handle, poco antes de atacar como bis el tema más esperado de la noche, el
glorioso Remedy. Sí, Coldplay estuvieron bien; y lo de Suede fue grande, pero
el concierto del festival fue cosa de unos caballeros de Georgia que no
necesitaron de numeritos, escenarios apabullantes o giros efectistas. Son seis
tipos sobre un escenario, tocando rock and roll sin conservantes ni colorantes.
Puro y auténtico.
El contraste
de la descarga rockera de los Crowes con la electrónica obsesiva de los
Chemical Brothers podría trocear las neuronas del musiquero más ecléctico, pero
Ed Simons y Tom Rowlands hicieron bailar a decenas de miles de personas sin
pestañear. Su rollo se ha quedado un poco anticuado, pero son tan influyentes
que, a su manera, ya son unos clásicos en su género. Ni la lluvia contuvo al
embrutecido público que botó al ritmo de los Brothers durante hora y media, sin
pensar en consecuencias. Ya conocéis el dicho: “Mañana neumonía, pero esta
noche alegría”.
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