La nueva
temporada del 365 Jazz Bilbao se inauguraba el pasado 2 de octubre con –a pesar
de los seguros recortes en el presupuesto– un concierto de altura: uno de los
proyectos más emblemáticos y estimulantes de uno de los grandes pianistas de
nuestro tiempo, Bedrock y Uri Caine, respectivamente. El grupo, un trío
hipermusculado completado por Tim Lefebvre y Zach Danziger, es el campo de
juegos eléctricos (y electrónicos) del pianista, un osado mosaico de estilos e
influencias.
En su
concierto en Bilbao había una sustitución (el baterista era el gran Clarence
Penn, colaborador asiduo de Caine) y una ineludible letra pequeña, en lo
musical, escrita con letra grande en los carteles: la presencia de la cantante
Barbara Walker. El grupo y la cantante llevan un tiempo girando juntos en un
formato más fácil de vender a los promotores que el combativo Bedrock a pelo o
la cuasi ignota Walker por su cuenta. Algún que otro testimonio en youtube
anticipaba lo que se nos venía encima pero, con Uri Caine tras el teclado, las
expectativas se mantenían inevitablemente altas.
Y no nos
decepcionó, no. Al menos durante un rato. El trío apareció en escena
acometiendo una entrada espectacular, con media hora de música intensa, repleta
de destellos de genialidad, improvisación sapiente e interacción sobrenatural.
El tiempo iba y venía en manos de los tres malabaristas que iban juntos o
separados, pero siempre compactos y elocuentes. La ausencia de Danziger se
notó, porque Penn es un instrumentista diferente, pero no en cuanto a calidad o
empatía. Entre libertad y groove emergió un glorioso “Blackbird” de Paul
McCartney (inmortalizado en el imprescindible White Album de los Beatles ) en
una versión en la que se vio deconstruido hasta la extenuación. Y hasta ahí.
Pasada esa
media hora Caine presentó a la verdadera estrella de la noche (así estaba
planteado el show ), una sobreactuada Barbara Walker que hizo una OPA hostil al
escenario en un abrir y cerrar de ojos. Se acabó el concierto de Bedrock ,
simple y llanamente. Me explico: una cosa es una colaboración, unir estilos
para crear algo común, y otra pasar de un concierto a otro completamente
diferente. A partir de la salida de Walker, el trío actuó como comparsa de la
cantante, en un papel estrangulado por las circunstancias que sólo les dejó la
posibilidad de hacer ínfimas escapadas en los pocos huecos que quedaban.
Walker canta
bien, muy bien, pero no tiene absolutamente nada más que ofrecer más allá de
eso. Una buena voz, como cualquier buena cantante; personalidad, cero. Verle
actuar junto a Bedrock era como poner el motor de un coche de carreras a un
“seiscientos”. Incapaz de mantener el tipo, el concierto se caló y ya no pudo
arrancar más. Como un entertainer de bajo coste, Walker explotó todos los
tópicos, a cual más vulgar y manido, del rhythm & blues de prima donna .
Dos conciertos
en Bilbao, a fin de cuentas. El telón de Bedrock , excepcional. El de Barbara
Walker y su banda, correcto; incluso muy bien, si hubiese estado enmarcado en
una plaza pública dentro de la programación de unas fiestas populares. Pero el
choque musical entre uno y otro fue demoledor. Y, aunque la gran mayoría del
público disfrutó con los exabruptos bluesy de Walker, muchos fuimos incapaces
de cambiar de tercio de forma tan brusca.
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