Permítanme que
roce lo escatológico al comienzo de esta reseña; en este caso, como con las
secuencias de sexo para los actores, el guión lo justifica. Llegué a La Cova
del Drac Jazz Room muy poco antes de que empezase el concierto y, queriendo
disfrutarlo con total tranquilidad, decidí pasar por el servicio para que mi
muy considerada vejiga no me pidiese atención durante el concierto. Así estaba
yo, entre la urgencia, la prisa y la liberación, cuando la música se me echó
encima. Les cuento esto porque la sensación fue única desde el punto de vista
acústico. Los servicios suelen tener ciertas cualidades sónicas, tal y como han
demostrado grabaciones míticas y alguna que otra leyenda urbana, y no es la
primera vez que la recepción acústica me resulta interesante en un aseo. Pero
sí, sin duda alguna, esta fue la más arrolladora e indescriptible de todas.
Imaginen una masa de sonido cayendo sobre su cabeza, un aplastante y denso
cuerpo informe que galopa sobre tus oídos, reclamando violentamente que te
quedes donde estás, que no se te ocurra mover un músculo.
Esta fue la
sensación que tuve en esos primeros segundos del concierto de Ballister, y se
mantuvo más o menos hasta el final. La música de este supergrupo no da tregua.
Es más fácil describirla desde un punto de vista emocional, porque es ahí a
donde se dirige una vez golpea nuestra cara. Dave Rempis, Fred Lonberg-Holm y
Paal Nilssen-Love, curtidos como cómplices en decenas de proyectos, manejan de
sobra esa comunicación mágica que ejercen los grandes improvisadores. En su
directo el espectador presiente que puede pasar cualquier cosa y que, al mismo
tiempo, lo que pase nunca será fruto del azar.En Barcelona el grupo acometió un
puñado de piezas largas, repartidas en dos pases, que dejaron al público
exhausto y feliz. Nilssen-Love, como no podía ser de otra forma, impulsó lo que
ocurría sobre el escenario de manera rotunda, mientras Lonberg-Holm esparcía
brochazos sonoros y el saxo de Rempis se encaramaba como podía al enrevesado
conjunto. Sin solistas, sin pausas; todo lo que tocaban ocurría de forma
natural y espontánea. Esa apabullante masa de sonido que les describía al
principio es, simple y llanamente, eso: tres amigos, tres músicos
extraordinarios dispuestos a todo cuando tocan juntos. Y escucharlo en directo
es una experiencia, repito, difícil de explicar. Pero les garantizo que merece
la pena.
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