Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de julio de 2011
Bilbao
BBK Live 2011: Coldplay arrollan y Beady Eye aburren
El cuarteto
británico reúne a más de 37.000 personas en la inauguración del festival vasco.
Twilight Singers brillaron, Liam Gallagher estuvo desganado y a Blondie le
pesaron los años. Por
Yahvé M. de la Cavada
En la primera
jornada del BBK Live, todos fueron teloneros. Todos menos Coldplay, claro, la
estrella absoluta del día y, tal vez, de este festival que cuenta tres
jornadas. No es para menos: único concierto en España de una banda que, en este
momento de su carrera, se encuentra en lo más alto. El grupo atrajo un público
muy heterogéneo en el que había lugar para pijos, rockeros, modernos,
personajes de extrarradio, hippies, indies, niños, mayores y fans. Incluso los
que fueron por otros grupos querían ver a Coldplay, aunque sólo fuera un par de
temas, y aunque sólo fuera para ponerles a parir.
Esa afluencia
masiva provocó un nervioso comentario de Russian Red al final de su concierto,
que afirmó alborozada que nunca había tocado para tanta gente (traducción:
“estoy en el buen camino”). Está por ver si la propuesta de la madrileña tiene
recorrido. Su banda suena bien y en los últimos tiempos ella ha ganado tablas,
pero en su actuación de ayer no quedó claro si su fórmula se va a consolidar.
Ya veremos…
Cuando
empezaron a tocar los Twilight Singers, había cuatro gatos viéndoles. Cuando
terminaron, pocos más, pero todos flipando. La banda que Greg Dulli se sacó de
la manga hace 14 años (durante un descanso de sus Afghan Wigs) no es muy
conocida por aquí, pero su impresionante último disco anticipaba el que podría
haber sido el concierto del festival. El sonido no acompañó y al principio la
cosa estaba un poco fría, pero poco a poco se vinieron arriba y dejaron al
público preguntándose quién carajo eran esos tíos. Si llegan a tocar en el
escenario grande, dejan en pelotas al resto de bandas. Coldplay tienen al
público, pero no tocan con esa fuerza ni hasta arriba de Red Bull.
Beady Eye
pretenden ser respecto a Oasis lo que New Order a Joy Division, pero se acercan
más a lo que hicieron los Doors tras la muerte de Jim Morrison. Oasis era una
banda que molaba por un buen puñado de canciones rotundas, la mayoría de ellas
escritas por Noel Gallagher. Una nueva versión del grupo sin él tiene el mismo
sentido que tendrían los Rolling Stones sin Keith Richards, o sea, ninguno.
Esas sospechas se confirmaron en un concierto plomizo en el que no se tocó una
sola canción que merezca ser recordada. Liam cantó suavecito y estuvo tan
comedido que, por no ser, ni siquiera fue impertinente o bocazas, que es uno de
sus grandes atractivos rockeros. Sin su hermano al lado (escribiendo
canciones), Liam y sus compis ex-Oasis tienen muy poco que decir.
Blondie era
uno de los conciertos más esperados por cierto sector del público, en gran
parte por el morbo de ver si Debbie Harry, a sus 66 años, estaba en forma. Pero
resultó que no. La cantante salió a escena con un atuendo pijamero consistente
en una especie de chándal y camiseta color naranja-corredor-de-la-muerte que
dejó al público alucinado, o noqueado, o yo qué sé. Independientemente de lo
que cantó, que fue poco más que apañado, Harry y su banda vinieron con un
repertorio a prueba de bombas, gracias a hitos como The tide is high, Maria,
One way or another o su versión de los Nerves, Hanging on a telephone. Esos
temas que a primeros de los 80 sirvieron para que el grupo llevase la nueva ola
a la radiofórmula, hoy en día suenan como un cúmulo de canciones inconexas que
sólo se sostienen por el factor nostalgia. La banda sonó como un tiro y el
repertorio estaba repleto de clásicos, pero el concierto en sí fue flojo.
La verdad es
que la mayoría de los asistentes iban a lo que iban: a ver a Coldplay. Lo
demás, como quien ve la pausa publicitaria en televisión. Hay unos tipos en
este o aquel escenario, pero, ¿cuándo empiezan Coldplay? Así de un concierto a
otro y, en muchos momentos, más gente dando paseos o haciendo tiempo que viendo
el recital de turno. Mientras la pobre Debbie Harry cantaba viejos éxitos en el
escenario pequeño, había más público pillando sitio para Coldplay, con la
cabeza posicionada frente al escenario vacío.
Cuando llegó
el momento, todos estaban preparados, menos el técnico de sonido.
La música de
Regreso al futuro a modo de preludio, sale el grupo, estallido de luces y a
tocar. Hasta fuegos artificiales. Lástima que pasase más de medio tema antes de
que el responsable de turno, a estas horas presumiblemente despedido, conectase
gran parte de las pantallas por las que suena el grupo. Con sonidazo hubiese
sido un gran principio, de esos apoteósicos en los que la gente se queda boquiabierta.
¿Hemos dicho que hubo fuegos artificiales?
A partir de
aquí todo salió más o menos bien. Coldplay prometían un conciertazo y venían
con los deberes hechos y los gadgets imprescindibles: rayos láser saliendo del
escenario, neones, videoedición en directo, estrellitas de papel y enormes
globos de colores. Vamos, que no lían la de Kiss pero, sin gastarse mucha
pasta, hacen una cosilla aparente. Su aspecto de chicos sanotes y el punto
buenrollista y humilde de Chris Martin funcionan bien sobre el escenario. Él
tiene carisma y el resto son un poco sosos, pero el contraste pega con su
música.
¿Demostraron
Coldplay que pueden llegar al nivel de U2? Desde luego, están en camino. Martin
ha robado muchas cosas al Bono de sus mejores tiempos y, definitivamente, Jonny
Buckland no es The Edge, pero el aroma a los de Dublin se siente en muchas de
sus poses y canciones. Sí, es verdad que les falta cierta sustancia, pero
tienen talento para fabricar temones, y es innegable que hay que tener algo
especial para meter 37.500 personas en un festival como hicieron ayer.
Quizá su
principal problema es que es un grupo de éxitos y, cuando no los tocan, pierden
atractivo. Su concierto, en general, estuvo bien, con el público botando,
coreando, bailando o gritando obscenidades a Martin. Eso sí, en cuanto atacaban
temas poco conocidos el personal perdía interés. Martin, además, se enforzó
durante todo el concierto en exhibir poses rockeras e incluso ademanes a lo
Eminem cogiendo el micro. Luego, su música, no es tan agresiva.
Martin estuvo
generoso al dedicar un tema a Blondie, e incluso ¡a Russian Red! (pocos de los
allí presentes entendieron esta última dedicatoria). La traca final, con el
público enloquecido, llegó con Viva la vida y los bises: Clocks, Fix you y el
tema más pedido de la noche, Every teardrop is a waterfall. Sí, ocurrió tal
cual, querido lector: la gente voceó durante un buen rato aquello de “¡el ritmo
de la noche!”, en referencia al apropiamiento que ha realizado Coldplay de
algunos pasajes de ese tema de chiringito. Al final, mientras el grupo hacía
reverencias y se despedía, la mayoría del público comenzó a corear de forma
espontánea el estribillo de Viva La Vida. Fue bonito.
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