Texto
publicado originalmente en Rolling Stone el 14 de julio de 2012
Unos
sobrenaturales Radiohead hechizan Bilbao
La banda de
Thom Yorke factura un concierto perfecto ante una multitud entregada. The Kooks
animan la tarde y Mumford & Sons pasan sin pena ni gloria. Por Yahvé M. de
la Cavada
Más de 39.000
personas se concentraron en la segunda jornada del BBK Live 2012, que tenía
como principal reclamo a Radiohead. Las largas colas para acceder al recinto
hicieron que nos perdiésemos por los pelos a Noah and The Whale y, sobre todo,
a Warpaint, un interesante cuarteto de chicas apadrinado por John Frusciante.
Pero aún quedaba mucho por delante.
Había
expectación por ver a Mumford & Sons, una banda que ha subido como la
espuma de la noche a la mañana. Su único disco, la verdad, no es para tanto, y
semejante cantidad de atención repentina siempre resulta sospechosa. Por otro
lado, la idea de unos ingleses acercándose al folk americano sin perder su
sensibilidad británica (incluso evocando a Shakespeare o Chesterton), resulta
muy atractiva. Sus anhelos americanos y sus armonías vocales podrían recordar a
unos Fleet Foxes menos plomazo aunque, en directo, sus canciones folk quedan
aguadas por el indie-pop por donde parece que van a tirar en su próximo disco
(previsto para el mes de septiembre), del cual presentaron algunos temas.
El directo de
la banda suena bien, aunque no es deslumbrante, y el detalle del recurrente
bombo/timbal de Marcus Mumford empieza como un rasgo personal y vistoso y acaba
siendo un verdadero coñazo. No hay duda de que es una banda con potencial pero,
a día de hoy, son un grupo “de canción”: tocan una canción y uno piensa “molan
estos tíos”; cuando pasa un rato ya no sabes si llevan tres, cuatro o diez; y cuando
pasa otro rato, te das cuenta de que todo parece la misma canción interminable.
Con los Kooks
pasa lo mismo, pero al revés. En una escucha parcial pueden parecer otra
brit-band popera con canciones fotocopiadas pero, atención, porque estos
chavales tienen temazos. Bajo la apariencia de melodías sencillas de
orientación adolescente, se esconden auténticas perlas de power pop, disparadas
sin compasión con la ingenua chulería del vocalista Luke Pritchard.
Parece simple,
pero nada de eso. Los estribillos adhesivos, los riffs contagiosos y la energía
que transmiten en directo no son cosa fácil. La banda tiró de varias canciones
de su último disco, pero fueron algunos títulos de su fantástico Konk (2008)
los que más engancharon a la gente: los singles Shine On y Always Where I Need
To Be y el contagioso Mr. Maker, con el que todo el mundo se puso a bailar. No
esta mal para una “simple” banda de pop.
Lo de Four Tet
resultó, como era de esperar, raro. Raro porque ni el proyecto es convencional,
ni el sitio era el adecuado, ni mucho menos lo era el momento. Kieran Hebden es
quien se esconde tras este nombre, uno de los DJs y productores londinenses más
interesantes del momento. Como es colega de Radiohead y les telonea con cierta
frecuencia, su presencia antes de la banda parecía lógica. Pero claro, a las
22:30 y con un público tan heterogéneo como el que va a ver a Radiohead, atizar
50 minutos de electrónica tan densa como minimalista tal vez no sea el mejor
plan. Hebden es tremendo, y sonó realmente bien, pero su música exigía cierta
implicación y la mayoría de asistentes estaban a lo que estaban.
Y entonces
llegaron Radiohead. Un grupo que nunca deja de estar en primera línea: genios
para unos, sobrevalorados para otros, interesantísimos a cualquier nivel. Thom
Yorke y Jonny Greenwood pueden ser considerados los Jagger y Richards del siglo
XXI, aunque su inconfundible química no sea tan conflictiva como la de los
Glimmer Twins.
Abrieron el
concierto como su último disco, con el tema Bloom, y enseguida se hizo la luz.
Yorke se mantuvo muy teatral desde el principio, contoneándose al principio
para, poco después, dejarse llevar por sus ya característicos movimientos de
baile, dándolo todo hasta el final del concierto. Su voz fue perfecta en cada
tema, provocando escalofríos en temas como Reckoner, Nude o la emocionante
Pyramid Song.
Greenwood se
abalanzaba violentamente sobre la guitarra y Yorke no paraba quieto, pero todo
sonaba perfecto. No había ni una sola descompensación, ni en los momentos
álgidos, ni durante los hipnóticos desarrollos de la banda. En el mítico Karma
Police el público comenzó a corear el tema, y las primeras gotas de lluvia de
la noche se dejaron caer (aunque intuimos que no hubo relación entre ambos
hechos). No llegó a llover, pero hubo momentos de tensión: la magia no debía
romperse por nada.
Tras cerrar un
setlist redondo, Yorke y Greenwood volvieron al escenario para abrir el bis con
el precioso Give Up The Ghost, en el que Yorke hizo alarde de sus capacidades
vocales y de lo que se puede llegar a hacer con un looper bien utilizado. Tras Kid A, una estrofa del After
The Gold Rush de Neil Young precedió a un insuperable final con Everything In
Its Right Place. Con los
pelos aún como escarpias, el grupo volvió a salir para hacer una concesión a la
galería que, por supuesto, agradecimos: el clásico Paranoid Android. Y el
público, en la gloria.
Después de
rozar peligrosamente la perfección, no queda duda de que el de Radiohead es, en
2012, el concierto más completo y sofisticado que se puede ver en un festival.
Con el escenario todavía iluminado, la banda dejó sonando el glorioso Egyptian
Fantasy de Sidney Bechet. Un detalle finísimo, por cierto.
Al finalizar
el concierto de Radiohead, gran parte del aforo comenzó a dispersarse, pero
unos cuantos miles de seguidores se plantaron en el Escenario 2 para ver a
Vetusta Morla. Hay que reconocer que, año a año, la banda suena mejor. Su
directo está entre lo mejor que se puede escuchar en nuestro país, pero les
sigue fallando lo más importante: es un grupo sin temas potentes. Se lo curran
y suenan fuertes y engrasados, pero eso no es suficiente. Hay que ser fan para
no aburrirse con ellos.
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