lunes, 27 de julio de 2015

Ray Davies en Jazzaldia 2014 (23 de julio de 2014)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 24 de julio de 2014

Ray Davies en Jazzaldia: ¿son suficiente las canciones?

El mítico líder de los Kinks ofrece un repertorio casi perfecto a base de clásicos de la banda, pero enturbiado por flagrantes deficiencias en su voz.

Imagen principal de la noticia
Hay conciertos que resulta imposible valorar si no es desde varias perspectivas. Cuando la realidad y la leyenda se cruzan en un escenario, depende de nuestra incondicionalidad el adecuar el listón a las circunstancias. ¿Se tragaría alguien, sonriente y sin rechistar, más de tres horas de concierto de Bruce Springsteen si no fuese Bruce Springsteen? ¿Pagaría cualquiera un precio desorbitado y claramente injustificable por un concierto de los Stones si no fuesen los Stones? ¿Le consentiría el público a Bob Dylan que haga en directo lo que le viene en gana con el repertorio y la interpretación, si no fuese Bob Dylan? ¿Se iría uno satisfecho de un concierto de Ray Davies con repertorio íntegro de sus míticos Kinks, si éste desafinase en el 87% de las notas emitidas por su garganta (este cálculo es aproximado y no científico; ante cualquier duda al respecto aconsejo subir el porcentaje sin titubear), sólo porque es Ray Davies?

Reformulo, simplificando: ¿son suficiente las canciones?

Dejaré que escriba el fan, de momento, y que suene la leyenda. Para algunos, Davies es el mejor compositor del pop, lo que quizá es mucho decir, aunque le sobran méritos para, al menos, discutirlo seriamente. Por mucho que se empeñen los connoisseurs y los snobs (personajes antagónicos que muchas veces entrecruzan sus criterios por motivos muy diferentes), los Kinks nunca fueron los Beatles o los Stones, aunque Ray Davies albergaba en un solo cerebro una excelencia compositiva a la altura de Jagger & Richards o Lennon & McCartney. Su problema, quizás, fue que en sus primeros (y más gloriosos) ocho años de carrera, los Kinks fueron eminentemente una banda de singles (sin elepés de estudio como los de Beatles ni un directo como el de los Stones) y, precisamente, de singles fue el concierto de Davies en el Jazzaldia de Donostia.

Los primeros y ralentizados acordes de You really got me sirvieron para despistar antes de abrir con un contundente I need you, seguido de Where have all the good times gone y I’m not like everybody else. La leyenda, 50 años después, atizando esos temas irreprochables. Eso le volaría la cabeza a cualquiera pero, a medida que sonaban temas, había que agarrarse con más fuerza a la barandilla de la nostalgia sin prestar atención a los detalles, concentrándonos en que ahí arriba, Ray Davies nos tocaba Sunny afternoon, Dead End Street o la apoteósica Victoria.

Yendo más allá de las canciones, la realidad imperaba: Davies, cascado y con serios problemas de afinación, ya no está para estos trotes. El tipo lo daba todo, intentando emular una buena forma física que claramente no tiene y cantando (quiero creer que) lo mejor que podía, que no era mucho, la verdad. Tras una intro instrumental para repostar, volvió a la carga con más temazos: Till the end of the day, Long way from home (en la que tuvo un recuerdo para Lucinda Williams, junto a la cual regrabó el tema en 2010) See my friends y un fino Come Dancing, antes de volver sobre un I’m not like everybody else instrumento que dio paso al último y más redondo tramo del concierto.

Del eléctrico All day and all of the night pasamos al precioso Celluloid Heroes para desembocar en un Lola que, afortunadamente, no se alargó hasta el infinito, el fantástico Days y el inevitable cierre con You really got me, que fue precedido de un guiño al blues tradicional que inspiró la composición a Davies hace cinco décadas. El bis rescató el Waterloo Sunset que muchos echábamos de menos, y concluyó con un menos esperado Low Budget, uno de los pocos temas del concierto que no salió del repertorio de la primera década de los Kinks.

Como decíamos al principio, con semejante cantidad de temazos tocados en nuestras narices por el compositor de los mismos, lo demás queda en segundo plano. O no.

Dejando un poco aparte la leyenda, hay que decir que esto no era un bolo de los Kinks, ni muchos menos y que aunque la banda no sonaba muy mecánica ni fría para ser mercenarios (dos miembros de The Temperance Movement en ella, por cierto), las carencias de la voz de Davies eran imposibles de esquivar. No parece la voz de alguien que ha perdido facultades, supliéndolas con carácter o personalidad, sino la voz de alguien incapaz de cantar afinado. Si él mismo se da cuenta, no puedo entenderlo, y si no se la da, tiene un problema de oído considerable. No estoy exagerando, lamentablemente. Y vale, el tipo ha escrito las canciones, pero también está ahí cantándolas. Y el público, escuchando y pasando por alto en mayor o menor medida su baja condición vocal, simplemente, porque es Ray Davies. Si es suficiente o no, es cosa de cada uno.

jueves, 23 de julio de 2015

Elvis Costello en Jazzaldia 2013: un mal día lo tiene cualquiera (25 de julio de 2013)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 26 de julio de 2013

Elvis Costello en Jazzaldia 2013: un mal día lo tiene cualquiera

Elvis Costello actuó con sus Imposters en el Festival de Jazz de San Sebastian, luchando contra varias circunstancias adversas... Y perdiendo la batalla ante un público muy poco implicado. Por Yahvé M. de la Cavada

Imagen principal de la noticiaEl idilio entre Elvis Costello y el festival de jazz de San Sebastián se remonta unos años. Su paso por el emblemático escenario de la Plaza de la Trinidad (junto al gran Allen Toussaint en 2007 y en un muy recordado concierto con sus Sugarcanes en 2010) es uno de los hitos de la programación no jazzística del festival. Por eso, la posibilidad de ver a Costello en el escenario más grande del festival –el de la playa de la Zurriola–, y de forma completamente gratuita además, es algo a lo que resulta muy difícil resistirse. Y más con lo que, sobre el papel, se avecinaba: un bolo de temazos clásicos junto a sus Imposters, que no son sino los Attractions de toda la vida, con Davey Faragher (ex-Cracker) sustituyendo al bajo a Bruce Thomas. ¿Qué podría salir mal? Pues casi todo.

El bolo empezó puntual y como un tiro, con el I can’t stand up for falling down que grabó en su mítico Get Happy, pero enseguida notamos que algo no iba bien. Costello sonaba cansado, con la voz forzada y fuera de tiempo. Como si la canción fuese más rápido de lo que él podía cantarla. Y no sólo eso: Costello desafinaba y su voz se quebraba antes de llegar a la nota adecuada. Sonaba como un hombre viejo, oxidado, incapaz de sacar adelante sus propias canciones.

A ver, aquí no estamos hablando de Milli Vanilli o de Paulina Rubio. Hablamos del jodido Elvis Costello, un tipo que canta extraordinariamente y con mucho rollo. Un puñetero clásico. Y no porque escribiese un hit hace treinta y cinco años, sino por mantenerse en forma y en primera fila durante décadas. Y su directo, según le consta a quien esto escribe, es tremendo. Entonces, ¿qué pasó en Donostia?

Claramente, la capacidad vocal de Costello estaba mermada. Una gripe, demasiada tralla en los últimos bolos… Es difícil de saber. Después, daba la sensación de que había algún problema de monitorización en el escenario y, por último, y tal vez lo más importante, no había ningún tipo de feedback por parte del público. Tan poco feedback, que en el cuarto tema de la noche, el mítico Everyday I write the book, Costello buscó la complicidad del público una y otra vez sin obtener ningún tipo de respuesta. Por si esto no fuese suficientemente frustrante, justo después cayó Alison, tal vez el tema más emblemático del británico, y la reacción del público fue la misma; o sea, ninguna. Esto es como si en un concierto de U2 tocan With or without you y el público está de charla. Y éste es el peligro de los conciertos gratuitos: que uno no sabe quién la va a ir a ver, ni si quiénes le van a ir a ver han escuchado alguna de sus canciones.

Tampoco es culpa del público, porque Costello debería (y en condiciones óptimas, hubiese podido) haberle conquistado, por circunstancial que este fuese. Casi lo consiguió con el aire reggae de Watching the detectives, pero ni así: estábamos en caída libre, especialmente el propio Costello. La catarsis llegó con una emotiva y muy acertada mención a las víctimas del trágico accidente de tren en Santiago, a quienes dedicó el precioso Shipbuilding. Enlazó con el She de Charles Aznavour (grabada por Costello para la banda sonora de Notting Hill), se fue por el rock’n’roll countrificado de A slow drag with josephine y desembocó en un gran momento, dedicando a su mujer Diana Krall –que actúa en el Jazzaldia dentro de un par de días– el maravilloso Almost blue. Por un instante, la voz resquebrajada y deshilachada de Costello trajo a la memoria aquella emocionante versión del tema que grabó Chet Baker en sus últimos días para la banda sonora del Let’s get lost de Bruce Weber.

En realidad, el concierto seguía siendo un completo desastre, pero tampoco importaba mucho. Costello volvió a sus temazos clásicos de los Attractions con el single más exitoso de la historia del grupo, Oliver’s Army, de su álbum Armed Forces. Pero sin el componente sentimental, el concierto comenzó a caer de nuevo hasta el rockero Stella hurt, en el que Costello se permitió desfasar a lo Hendrix con la guitarra. Ahí entramos en la traca final, ya con la banda y el público (contra todo pronóstico) calientes, mediante una ristra de temas impecable: (I don’t want to go to) Chelsea, Red shoes, Pump it up y (What’s so funny ’bout) Peace, Love and understanding de Nick Lowe, con una divertida parada en mitad para hacerse un trozo del Purple rain de Prince, con letra medio inventada, por supuesto.


Fin de fiesta bien arriba para un concierto absolutamente desastroso. Pero, eh, es Elvis Costello. Respeto. Un mal día lo tiene cualquiera.

lunes, 20 de julio de 2015

Kutxa Kultur 2012: Delorentos, Los Campesinos!, Love Of Lesbian, The Horrors... (8 de septiembre de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 9 de septiembre de 2012

The Horrors y Love Of Lesbian encienden San Sebastián

El Kutxa Kultur Festibala se clausura con el éxito arrollador de Love Of Lesbian y un corto pero intenso concierto de The Horrors. Los Campesinos! aburrieron hasta a las piedras y Delorentos volvieron a confirmar que son una apuesta segura. Por Yahvé M. de la Cavada.

Imagen principal de la noticiaEl Kutxa Kultur Festibala es un festival diferente por muchos motivos, aunque los principales son difíciles de explicar. Hay que visitarlo para entenderlo porque el emplazamiento del recinto es más que idílico. Con muchas de las cosas buenas de los grandes macrofestivales y pocas de las malas, el Kutxa Kultur convive con un parque de atracciones, tiene servicio de guarderia y aspira a ser un evento abierto a familias enteras, si fuese necesario. Así, uno puede estar viendo un concierto mientras el niño está con su abuelo en los autos de choque, meterse en “la casa del terror” entre bolo y bolo o disfrutar del paisaje donostiarra al atardecer mientras escucha música en directo.  Con un precio por entrada difícil de igualar, la edición de 2012 ha tenido un cartel coherente e inteligentemente diseñado, centrándose la escena indie, pero seleccionando bandas interesantes y de calidad.

Por ejemplo, Delorentos, que se han convertido en pocos años en una de las bandas irlandesas más importantes de los últimos tiempos. Los de Dublín empezaron su octavo concierto en España en lo que va de año ante un público desperdigado y escaso, aunque no por mucho tiempo, ya que tema a tema el frontal del escenario se iba llenando de gente dispuesta a dejarse infectar por el pop luminoso de la banda. Rónán Yourell estaba como vocal y figura central, pero no se mostró como un líder propiamente dicho, compartiendo las voces principales con Kieran McGuiness.

Alardearon de un atractivo aire de chicos buenos, de irlandeses bonachones y catholic boys que se cenan todo lo que les pone tu madre sin rechistar y que después friegan los platos, sin romper ninguno, claro. Sus melodías enganchan con facilidad, y suenan perfectas en directo, cantadas a dos, tres e incluso cuatro voces, y la banda es potente y compacta. A mitad de bolo llegó Sanctuary y los temazos no pararon hasta el final, con todo el público botando en S.E.C.R.E.T. y la vuelta a su último disco con el incontestable Did We Ever Really Try y el tema que le da título, Little Sparks.

Con Los Campesinos! ocurrió lo contrario, y no por falta de ganas, tanto del público como de la banda. El septeto británico es bastante efectivo en estudio, pero en directo resultan un poco brasas, por no decir un completo coñazo. Hubo oasis de subidón, claro, porque tienen algún tema muy potentes, pero Death To Los Campesinos! sonó demasiado pronto y, cuando llevábamos media hora el bolo ya se nos estaba haciendo eterno. Gareth David y su exuberante hermana Kim forman una frontline efectiva; él lo da todo y ella le da un punto de equilibrio a la pareja, pero sin canciones con gancho, como si se ponen a hacer malabares.

Aunque los fans de la banda estaban encantados, había demasiadas cabezas moviéndose mecánicamente con la mirada perdida, como si estuviesen frente a una hormigonera dando vueltas. Hacia el final hubo otro momento muy bueno, cuando volvieron de nuevo sobre su primer disco, Hold On Now, Youngster, con un infeccioso You! Me! Dancing! que fue el último de esos pequeños y escasos oasis.

Quienes sí arrastraron fans, y en cantidad, fueron Love Of Lesbian. Su poder de convocatoria les convirtió en cabeza de cartel de facto, y el monte Igueldo se hizo uno para corear a la banda desde el majestuoso La Noche Eterna con el que abrieron. Santi Balmes y los suyos lo tienen todo: suenan como un tiro (y eso que en San Sebastián tocaron sin prueba de sonido previa), tienen una puesta en escena elegante, letras inteligentes, una conexión con el público envidiable y un montón de canciones tremendas. ¿Se puede pedir más?

La primera mitad del repertorio se compuso básicamente de temas de su último disco (mención especial a Los Seres Únicos y Belice) y después entraron a saco en 1999 con una preciosa versión de Allí Donde Solíamos Gritar y Club de Fans de John Boy. Balmes se quitó la camiseta en Me Amo, hizo cantar a todos con Incendios de Nieve y tuvo que recortar un tema del repertorio por cuestión de horario, cerrando con Algunas Plantas un concierto impecable de una formación madura e irreprochable que está en su mejor momento. No sé si hay alguna banda de pop en nuestro país mejor que Love Of Lesbian, pero a mí no se me ocurre ninguna. Y su directo lo corrobora de pe a pa. Para redondearlo aún más, al despedirse y saludar al público pincharon Holdin’ On To Black Metal de My Morning Jacket. Supera eso.

El plato fuerte de la noche –y en parte, del festival– eran The Horrors, en su única actuación del año en España aparte de su paso por el FIB. Empezaron atronadores, tirando de esa onda post-punk revitalizada que les caracteriza, con sonidos distorsionados y movimientos espasmódicos por parte de Joshua Hayward y el andrógino Rhys Webb frente a un Faris Badwan casi inmóvil, como un Joey Ramone poseído por Mark Lanegan.

Pronto se metieron con temas más sicodélicos, desplegando un directo fascinante que fagocitó retales de Bowie, Echo and The Bunnymen, Spacemen 3, Primal Scream, Birthday Party e incluso unos Simple Minds de primera época. Los Horrors no inventan nada, es verdad, pero hacen una interesante puesta a punto de esos sonidos de finales de los 70 y la primera mitad de los 80 con un toque de Madchester y un enfoque contemporáneo.


Despertaron alguna que otra pasión irrefrenable (dos chicas asaltaron el escenario en mitad de Endless Blue, siendo reducidas por la seguridad ante el desconcierto de la banda) y fueron creciendo hasta llegar a Sea Within A Sea y rematar con el monolítico Still Life y un catártico Moving Further Away que marcó el final del concierto. Final inesperado a todas luces porque tocaron una hora escasa, veinte minutos menos de lo estipulado en el programa. Una pena, porque seguro que Love Of Lesbian hubiesen sabido aprovechar esos veinte minutos extra.  

jueves, 16 de julio de 2015

Kutxa Kultur 2012: Russian Red, The Whip, The Raveonettes, Maxïmo Park... (7 de septiembre de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de septiembre de 2012

El descalabro de Maxïmo Park y la infalibilidad de The Raveonettes

The Raveonettes y The Whip no defraudan frente unos decepcionantes Maxïmo Park que se dejaron tumbar por los problemas técnicos y el show funcionarial de Lourdes Hernández. Por Yahvé M. de la Cavada.

Imagen principal de la noticiaLa segunda edición del Kutxa Kultur Festibala se estrenó con fuerza, reafirmándose como una apuesta inmejorable para cerrar el verano festivalero en el norte. En el inigualable emplazamiento del monte Igueldo, flanqueado por un viejo parque de atracciones al que se llega en un funicular que este año cumple un siglo, y con una panorámica que va desde los montes de alrededor a la bahía de La Concha, la experiencia del Kutxa Kultur Festibala va más allá de lo musical.

Abría la tarde la omnipresente Russian Red, musa del indie pijo nacional. Hay que reconocer que, cada vez que la vemos tocar lo hace mejor que la anterior. La alta actividad a la que se somete está jugando a su favor en forma de tablas, pero sigue teniendo el mismo problema de siempre: la base de su música es muy endeble, no resulta creíble. Le salvan algunos temas que se han metido en la memoria de la gente (que no es poco) pero da la sensación de que está construyendo sobre su propio personaje, no sobre la artista que, tal vez, podría llegar a ser (o no). Su forma de cantar cada vez resulta menos natural; lo que antes podía ser ingenuidad y encanto indie, ahora parece exceso e impostura.

La gracia de su concierto en Donostia estaba en que venía acompañada por Stevie Jackson y Bobby Kildea de The Belle And Sebastian, que es como cuando Mikel Erentxun se llevaba a los Attractions de Elvis Costello para grabar. Así da gusto, claro; Jackson es uno de esos guitarristas que, sin tocar particularmente bien, lo hace con un gustazo tremendo. Su aportación fue de lo mejor del bolo, mientras Kildea hacía lo suyo, sentado en una esquinita. Tras el Loving Strangers que Hernández compuso para Julio Medem, salió al escenario Brian Hunt y la cosa empezó a irse de madre hasta el final del concierto, con Kildea y Hernández aporreando timbales y todos haciendo mucho ruido, en plan “también metemos caña, ¿sabéis?”. 

Y llegó la hora del bailoteo. Programar a una banda como The Whip a las siete de la tarde es arriesgado, como poco. Si, además, lo haces en un festival que se beneficia de un acogedor ambiente, muy propenso a dejarse bañar por el solete donostiarra y las preciosas vistas del monte Igeldo, te la juegas aún más. ¿Quién va a darlo todo bailando en semejante contexto? A pesar de esto, los de Manchester salieron al escenario muy dignos, dispuestos a petarlo incluso durante el atardecer.

Tocaron una hora, cosa que les benefició, y se lo hicieron muy bien, calentando al público tema a tema, pillando mucha carrerilla a mitad de bolo con su colosal Movement y no perdiendo el pulso hasta el final. Es curioso como esta banda consigue enganchar tirando prácticamente siempre (lo que se dice siempre) de una base rítmica inmutable. Su directo es extrañamente catártico, con temas directos, contundencia sin tregua y una puesta en escena sencilla pero efectiva (una chica tocando la batería siempre es algo positivo. Si Moe Tucker molaba, imaginaos lo que mola Fiona “Lil Fee” Daniel).

Tras Secret Weapon, trallazos de su último disco “Wired Together”, llegó el final con el glorioso Trash, que nos dejó con ganas de más. Fue una pena que en ese momento de clímax subiese al escenario quien parecía un colega de la banda, para grabarles con el móvil con aires domingueros. Hacerlo desde el público ya resulta un poco chungo, pero hacerlo dentro del puñetero escenario es completamente uncool. Una pena. Aún así, un gran bolo. Si llegan a tocar los últimos, se hubiese liado una buena.

No falta ni una semana para que salga el nuevo disco de los Raveonettes, “Observator”, así que era de esperar que su concierto en el festival estuviese plagado de nuevos temas (y pinta muy bien la cosa, por cierto). No importa cuantas veces nos visiten los daneses, porque siempre es un placer verles. Su carrera es tremendamente sólida: puede que no hayan subido de nivel desde aquel mágico “Chain Gang of Love”, pero tampoco han bajado. Hasta “Raven In The Grave” han seguido deslumbrando con su retro-pop espacial y sus onírico garage plagado de sonidos industriales. En San Sebastián empezaron fuerte, con su característico aire a los 50 y la guitarra de Sune Rose Wagner, siempre saturada y reverberada hasta la extenuación, cobrando mucho protagonismo. A mitad de bolo Sharin Foo anunció que iban a volver sobre viejos temas y, paradójicamente, el concierto se desinfló un poco. Pero fue cosa de un par de temas, y hacia el final volvíamos a estar bien arriba.

Nunca fallan, no. Y no sólo por la personalidad que rezuman (no es que les falten influencias, precisamente) ni por su particular forma de doblar las voces, como unos Everly Brothers empapados en vodka y heroína, producidos por David Lynch. El secreto de los Raveonettes son su canciones, densas, movedizas, capaces de abducirte a su universo y dejarte en trance durante su actuación. Así se fueron, entre acoples, estridencias arrancadas a las guitarras y mucho humo artificial. Y también se nos quedó corto.

Maximo Park venían a presentar su último álbum, “The National Health”, aparecido hace tan solo tres meses. Lo tenían todo para da un conciertazo, menos algo muy importante: la suerte de su lado. Todo lo contrario. Desde el principio todo sonaba muy raro y, llegados al segundo tema, Paul Smith anunció que iban a tocar una canción sin teclado, el auténtico foco del problema. Smith es un buen frontman, cercano como para ganarse la simpatía del público y extravagante como para provocar reacciones en él, sean cómplices o de rechazo. Sobre él recayó el marrón de tirar del concierto en condiciones muy adversas, con la mayoría de canciones cojeando por la ausencia del teclado, ya que el “problema” persistió hasta el final. Entre tema y tema los técnicos iban y venían, Lukas Wooller intentaba hacer que sonase y Paul Smith se deshacía en agradecimientos, elogios y presentaciones del tipo de “vamos a tocar esto, a ver cómo sale”. Un desastre.

Algunos temas mantuvieron la fuerza, como The National Health, Write This Down o The Undercurrents, mientras que otros, menos afortunados, se hundían bajo el peso de una formación mutilada que tampoco sonaba demasiado allá y que en los momentos más críticos rozaba peligrosamente lo amateur. Está claro que los de Newcastle no son la típica banda que se vienen arriba ante la falta repentina de un instrumento, reinventándose a sí mismos en cada canción. Por si esto fuera poco, la voz de Smith estaba demasiado alta, lo que provocaba cierta sensación de karaoke, y al cantante se le fue la mano (¿cómo culparle por ello?) con el peloteo a la audiencia. Ésta, por cierto, parecía ajena al nerviosismo y malestar del grupo. Incluso, por momentos, parecía ajena al concierto en sí.


Ante la certeza de que no había quién levantase aquello, Smith y los suyos soltaron unas cuantas píldoras de “A Certain Trigger” y “Our Earthly Pleasures” y se rindieron. Smith se despidió con un desconcertante “muchas gracias y buenas noches. Yo no estoy bien, el teclado no está bien…”. Pues vale. Pero un teclado extra para la próxima gira sería un puntazo. 

lunes, 13 de julio de 2015

Bilbao BBK Live 2012: Garbage, Keane, The View, Glasvegas, Enter Shikari, Sum 41... (14 de julio de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 15 de julio de 2012

El regreso de Garbage triunfa sobre unos discretos Keane en el cierre del BBK Live

A pesar de sufrir escandalosos fallos técnicos, Garbage brillaron en la última jornada del festival, por encima de la anticlimática perfección de Keane y de los prometedores sonidos de Glasvegas. Por Yahvé M. de la Cavada

Imagen principal de la noticiaLa última jornada del BBK Live de este año era, por fuerza, la más floja. Una cabeza de cartel bicéfala –con poder de convocatoria presumiblemente débil– eliminaba la posibilidad de llenazos como los del jueves y el viernes, con The Cure y Radiohead. Keane son una gran banda, y el regreso de Garbage no deja de ser un pequeño acontecimiento, pero la combinación de ambas no pareció sumar las fuerzas necesarias.

Aunque nada más llegar al recinto a media tarde, la opción lógica era Eli ‘Paperboy’ Reed, pasada la entrada nos engancharon los irreverentes Inspector Cluzo, un dúo francés de guitarra y batería que hacía mover las vértebras en el pequeño Escenario 3. Con sólo dos instrumentos (más la aportación de FB’s Horns en algunos momentos) se lo montaron muy bien a base de un rock sucio y eléctrico, que es como mejor suena.

Si el viernes el festival parecía una convención de bandas británicas, el sábado hubo una gran representación escocesa, con The View, Glasvegas y la vocalista de Garbage, Shirley Manson (que perteneció a los muy escoceses, e injustamente poco conocidos, Goodbye Mr. McKenzie). Los primeros poseen una trayectoria ejemplar, aunque de perfil poco destacable. Tienen tablas, suenan bien y en plena veintena ya tienen cuatro discos publicados, pero todavía les falta mucha carretera para competir en las grandes ligas. En Bilbao fueron una banda sólida y dinámica que, incluso a plena luz del día, hizo botar a quienes seguían su bolo.

Glasvegas cambiaron el tono completamente. Tras una gran evolución desde su primer disco, la banda de James Allan tiene un directo grandilocuente que hubiese sido más apropiado en el escenario grande. Igual es cosa de haber teloneado a U2 o a Kings Of Leon, pero está claro que Glasvegas tiran alto mediante sonidos más cercanos al rock de estadio que al indie. Con todo, su música es una extraña y personal mezcla de influencias: desde Elvis Costello a las bandas británicas del post-punk de los 80, pasando por los años 50 norteamericanos o la Velvet Underground. Con un sonido denso y onírico (¿no querría producirles David Lynch? ¡Sería perfecto!), los de Glasgow desgranaron un sugestivo set que estuvo entre lo mejor de la jornada.

Aunque en Inglaterra tienen un tirón tremendo, Keane nunca han llegado a petarlo en España. Funcionan, pero no son figurones. No sabemos si lo de la ausencia de guitarras en la formación es una cuestión estatutaria, una auto imposición estética o una extravagante manera de diferenciarse. En su concierto en Bilbao, por si acaso, obviaron completamente su tercer álbum, un patinazo en el cual cedieron algo de terreno a las seis cuerdas.

Concentrándose en su nuevísimo Strangeland y en el Hopes and Fears que les lanzó a la fama en 2004, Keane dieron un concierto impecable, con todo muy medido. Demasiado, tal vez. No es que fuesen artificiales, ni mucho menos, pero tanta corrección resultó un poco fría. Su pop meloso y afectado es muy característico, y en directo lo hacen sonar perfectamente, pero a última hora se echaba de menos un poco de desmelene.

Antes de terminar Keane, salieron al Escenario 3 Enter Shikari, una interesante banda británica que ya estuvo en el Sonisphere de Madrid hace un par de meses. En los últimos tiempos se han alejado de sus inicios metaleros y ahora tiran de una combinación explosiva de metal, hardcore y electrónica. Fue la propuesta más diferente del día y lo dieron todo (incluidos ellos mismos, que se pusieron a hacer crowdsurfing a la mínima) ante un público reducido, pero muy entregado.

Garbage empezaron muy potentes, con una Shirley Manson arrolladora que lucía camiseta de Patti Smith y unos envidiables 45 años. Casi nos habíamos olvidado de la enorme frontwoman que es. Durante todo el concierto, Manson devoró el escenario, moviéndose de arriba abajo con aires autoritarios y una gran sensualidad. Justo antes de atacar Queer, la cantante decidió afrontar la cuestión generacional: “para todos los que estáis aquí y no sabéis quiénes somos: somos Garbage. Para quienes sí lo sepáis: somos Garbage. Y para quien tuviese dudas al respecto: seguimos aquí, hijos de puta”. Y vaya que sí. En el concierto se sucedieron decenas de temazos de sus cuatro primeros álbumes, tocados de forma vibrante y sin dar tregua al público.

De repente, en Stupid Girl Manson se equivocó en una entrada, dejando de cantar a mitad de estrofa. Entonces el concierto se detuvo y la cantante, muy cercana en todo momento, explicó la situación: “hace años, quizá lo recordéis, todos tocábamos con monitores en el escenario. Hasta que un día, a alguien le pareció una gran idea pasarnos a los monitores de oído, que son estos auriculares conectados a un petaca sujeta en mi culo. Pero no quiero aburriros; no voy a hablaros de mi infancia ni de mis problemas con mis padres. Esta noche vamos a ser superficiales y vamos a pasarlo jodidamente bien”. Y así, con el público en el bolsillo y los problemas técnicos teóricamente solventados, se lanzaron a por más hits como Why Do You Love Me, Cherry Lips o Special.

Pero en la recta final del bolo, durante un contundente Push It, la cosa se jodió. Literalmente. A mitad de tema, con todo el mundo gozando, los cientos de altavoces por los que salía la música dejaron de funcionar, provocando una situación delirante. La banda seguía tocando, ajena a esto, suponiendo que lo que ellos escuchaban dentro del escenario era transmitido a todo el recinto, mientras decenas de miles de personas extrañadas y desorientadas se preguntaban qué coño estaba pasando. Esto duró un par de minutos, que parece poco, pero en un momento así se convirtió en una eternidad.

Para cuando Manson y los suyos empezaron a darse cuenta de lo que pasaba, el sonido volvió y, muy profesionales, acabaron el tema. Butch Vig lanzó las baquetas visiblemente cabreado y todos se fueron del escenario entre aspavientos. A nadie le gusta que le jodan el gran final de su bolo.

A pesar de todo esto, Garbage volvieron para un bis doble que culminó, por supuesto, con Only Happen When It Rains. Manson se disculpó humildemente y volvió a ganarse la simpatía de un público que, a pesar de todo, disfrutó el concierto.

Cerraban la noche Sum 41, punk-rockeros canadienses que a finales de los noventa hicieron la contrapartida de Blink-182, dividiendo a los hormonados adolescentes de la época entre una banda y otra. Hace 15 años de eso y sus fans de entonces ahora son treintañeros, lo que no impidió que pequeñas hordas de post-adolescentes brincaran y desfasaran con su competente directo.


La sensación final era agridulce. Buenas bandas, pero ninguna enorme. Por otro lado, buceando entre las conversaciones del respetable los temas más comunes eran estos dos: el concierto de The Cure y el concierto de Radiohead. Parece que, al final, el BBK Live 2012 permanecerá en la memoria de muchos. 

jueves, 9 de julio de 2015

Bilbao BBK Live 2012: Radiohead, Mumford & Sons, The Kooks, Four Tet, Vetusta Morla... (13 de julio de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 14 de julio de 2012

Unos sobrenaturales Radiohead hechizan Bilbao

La banda de Thom Yorke factura un concierto perfecto ante una multitud entregada. The Kooks animan la tarde y Mumford & Sons pasan sin pena ni gloria. Por Yahvé M. de la Cavada

Imagen principal de la noticiaMás de 39.000 personas se concentraron en la segunda jornada del BBK Live 2012, que tenía como principal reclamo a Radiohead. Las largas colas para acceder al recinto hicieron que nos perdiésemos por los pelos a Noah and The Whale y, sobre todo, a Warpaint, un interesante cuarteto de chicas apadrinado por John Frusciante. Pero aún quedaba mucho por delante.

Había expectación por ver a Mumford & Sons, una banda que ha subido como la espuma de la noche a la mañana. Su único disco, la verdad, no es para tanto, y semejante cantidad de atención repentina siempre resulta sospechosa. Por otro lado, la idea de unos ingleses acercándose al folk americano sin perder su sensibilidad británica (incluso evocando a Shakespeare o Chesterton), resulta muy atractiva. Sus anhelos americanos y sus armonías vocales podrían recordar a unos Fleet Foxes menos plomazo aunque, en directo, sus canciones folk quedan aguadas por el indie-pop por donde parece que van a tirar en su próximo disco (previsto para el mes de septiembre), del cual presentaron algunos temas.

El directo de la banda suena bien, aunque no es deslumbrante, y el detalle del recurrente bombo/timbal de Marcus Mumford empieza como un rasgo personal y vistoso y acaba siendo un verdadero coñazo. No hay duda de que es una banda con potencial pero, a día de hoy, son un grupo “de canción”: tocan una canción y uno piensa “molan estos tíos”; cuando pasa un rato ya no sabes si llevan tres, cuatro o diez; y cuando pasa otro rato, te das cuenta de que todo parece la misma canción interminable.

Con los Kooks pasa lo mismo, pero al revés. En una escucha parcial pueden parecer otra brit-band popera con canciones fotocopiadas pero, atención, porque estos chavales tienen temazos. Bajo la apariencia de melodías sencillas de orientación adolescente, se esconden auténticas perlas de power pop, disparadas sin compasión con la ingenua chulería del vocalista Luke Pritchard.

Parece simple, pero nada de eso. Los estribillos adhesivos, los riffs contagiosos y la energía que transmiten en directo no son cosa fácil. La banda tiró de varias canciones de su último disco, pero fueron algunos títulos de su fantástico Konk (2008) los que más engancharon a la gente: los singles Shine On y Always Where I Need To Be y el contagioso Mr. Maker, con el que todo el mundo se puso a bailar. No esta mal para una “simple” banda de pop.

Lo de Four Tet resultó, como era de esperar, raro. Raro porque ni el proyecto es convencional, ni el sitio era el adecuado, ni mucho menos lo era el momento. Kieran Hebden es quien se esconde tras este nombre, uno de los DJs y productores londinenses más interesantes del momento. Como es colega de Radiohead y les telonea con cierta frecuencia, su presencia antes de la banda parecía lógica. Pero claro, a las 22:30 y con un público tan heterogéneo como el que va a ver a Radiohead, atizar 50 minutos de electrónica tan densa como minimalista tal vez no sea el mejor plan. Hebden es tremendo, y sonó realmente bien, pero su música exigía cierta implicación y la mayoría de asistentes estaban a lo que estaban.

Y entonces llegaron Radiohead. Un grupo que nunca deja de estar en primera línea: genios para unos, sobrevalorados para otros, interesantísimos a cualquier nivel. Thom Yorke y Jonny Greenwood pueden ser considerados los Jagger y Richards del siglo XXI, aunque su inconfundible química no sea tan conflictiva como la de los Glimmer Twins.

Abrieron el concierto como su último disco, con el tema Bloom, y enseguida se hizo la luz. Yorke se mantuvo muy teatral desde el principio, contoneándose al principio para, poco después, dejarse llevar por sus ya característicos movimientos de baile, dándolo todo hasta el final del concierto. Su voz fue perfecta en cada tema, provocando escalofríos en temas como Reckoner, Nude o la emocionante Pyramid Song.

Greenwood se abalanzaba violentamente sobre la guitarra y Yorke no paraba quieto, pero todo sonaba perfecto. No había ni una sola descompensación, ni en los momentos álgidos, ni durante los hipnóticos desarrollos de la banda. En el mítico Karma Police el público comenzó a corear el tema, y las primeras gotas de lluvia de la noche se dejaron caer (aunque intuimos que no hubo relación entre ambos hechos). No llegó a llover, pero hubo momentos de tensión: la magia no debía romperse por nada.

Tras cerrar un setlist redondo, Yorke y Greenwood volvieron al escenario para abrir el bis con el precioso Give Up The Ghost, en el que Yorke hizo alarde de sus capacidades vocales y de lo que se puede llegar a hacer con un looper bien utilizado. Tras Kid A, una estrofa del After The Gold Rush de Neil Young precedió a un insuperable final con Everything In Its Right Place. Con los pelos aún como escarpias, el grupo volvió a salir para hacer una concesión a la galería que, por supuesto, agradecimos: el clásico Paranoid Android. Y el público, en la gloria.

Después de rozar peligrosamente la perfección, no queda duda de que el de Radiohead es, en 2012, el concierto más completo y sofisticado que se puede ver en un festival. Con el escenario todavía iluminado, la banda dejó sonando el glorioso Egyptian Fantasy de Sidney Bechet. Un detalle finísimo, por cierto.


Al finalizar el concierto de Radiohead, gran parte del aforo comenzó a dispersarse, pero unos cuantos miles de seguidores se plantaron en el Escenario 2 para ver a Vetusta Morla. Hay que reconocer que, año a año, la banda suena mejor. Su directo está entre lo mejor que se puede escuchar en nuestro país, pero les sigue fallando lo más importante: es un grupo sin temas potentes. Se lo curran y suenan fuertes y engrasados, pero eso no es suficiente. Hay que ser fan para no aburrirse con ellos.  

lunes, 6 de julio de 2015

ARF 2012: M. Ward, My Morning Jacket, Lynyrd Skynyrd, The Darkness, North Mississippi Allstars Duo, Hank 3... (16 de junio de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 17 de junio de 2012

Insuperables My Morning Jacket y M. Ward frente al show rutinario de Lynyrd Skynyrd

La mejor jornada del festival se salda con el triunfo de My Morning Jacket, M. Ward y North Mississippi Allstars. Lynyrd Skynyrd resultan tibios y The Darkness cierran por todo lo alto. Por Yahvé M. de la Cavada.

Imagen principal de la noticiaLa primera cosa que hay que saber a la hora de programar un festival es que nunca puedes contentar a todo el mundo. Da igual que lleves a las mejores bandas de la tierra o a los grupos más raros del momento, siempre habrá una buena porción de público que dirá que el cartel es una mierda, que los cabezas no son suficientemente grandes o que faltan los grupos que realmente molan porque son súper modernos y súper indies, o sea. Es parte del juego.

Sin embargo, el cartel del Azkena 2012 ha sido particularmente vapuleado en foros, bares y redes sociales, señalado injustamente como el más flojo de la historia del festival. Pasada la última –y mejor– jornada del festival, el balance señala todo lo contrario: el cartel ha sido fantástico. Muy variado, con un nivel medio bastante alto, varias sorpresas inesperadas y pocos descalabros escandalosos. Siempre hay bolos que pinchan o que te dan ganas de irte al bar, pero en este Azkena han sido los menos.

Es más, el hecho de que varios nombres interesantes se solapasen ha sido uno de los puntos más criticables de este Azkena. No hay derecho a que uno tenga que elegir entre Dan Stuart y Lynyrd Skynyrd, M Ward y Lee Fields, Rich Robinson y The Amazing o Hank 3 y Charles Bradley. Esto no es el Primavera Sound, sino un festival pequeño y con encanto que siempre ha jugado a la programación bilateral, con algún aderezo adicional. Este año, tener que volverte loco para ver a qué puñetero escenario ibas en cada momento ha sido perjudicial para todos, bandas y público.

Cuando no coincidían con nada, como ocurrió con los North Mississippi Allstars Duo en la apertura del programa del sábado, nos encontrábamos en paz. Los otros “hermanísimos” del rock sureño, Luther y Cody Dickinson, llegaban a Vitoria un día después del bolazo de Rich Robinson, empleador de Luther en The Black Crowes. En el rock sureño de categoría, la cosa queda en casa.

North Mississippi Allstars se constituyeron como trío hace ya 16 años. Recientemente, la enfermedad golpeó al bajista Chris Chew –actualmente hospitalizado en Portland– y los hermanos Dickinson, como tocan que se las pelan, decidieron seguir como dúo: guitarra y batería a palo seco. Lo que en la mayoría sería una osadía desastrosa, en manos de los hermanos Dickinson se convirtió en un concierto de los de “¿pero cómo lo hacen para que suene tan jodidamente bien?”.

Luther, uno de los tres guitarristas de oro del rock sureño actual (junto a Warren Haynes y Derek Trucks), se lo hace tan bien que enseguida te olvidas de que, en realidad, son sólo dos tíos en un escenario. Hacia el final hicieron un poco el freak, tocando el didley-bow y un washboard pasado por un wah-wah, dejando al público boquiabierto y con ganas de mucho más.

En ese mismo escenario, y tras la actuación del punk-folker Frank Turner, presenciamos uno de los momentos más mágicos del festival. Y es que M. Ward es, indudablemente, uno de los músicos más completos de la última década. Lo hace todo, y lo hace entre bien y extraordinariamente: cantante personal, guitarrista excelso, productor de oreja fina y songwriter de raza, Ward juega fuerte en todos los terrenos.

Aunque algunas de sus grabaciones pueden dar una imagen suave y blandita, su versatilidad es su mejor arma. Ward debió fijarse en el nombre del festival al que venía y, en consecuencia, se curró un bolo rockero y dinámico. Abrió con Four Hours In Washington y nos llevó directamente a lo más alto, de donde no bajamos hasta el final. Los temas se fueron sucediendo, muchos de ellos, irreconocibles frente a sus versiones originales: Requiem, Save Me, Watch The Show, Never Had Nobody Like You, Helicopter, etc, además de versiones habituales como Rave On de Buddy Holly y To Go Home de Daniel Johnston. Algo más de una hora de country, pop y rock que culminó en un glorioso Roll Over Beethoven que permanecerá en el recuerdo de los azkeneros durante mucho tiempo.

El verdadero problema del cartel de este año no era que no hubiese grandes bandas en él, sino que los cabezas de cartel eran flojos. La ausencia de grandes nombres es lo que ha lastrado esta edición, algo obvio si tenemos en cuenta que la cabeza de cartel de este día eran Lynyrd Skynyrd. Figuras históricas del rock sureño, hay que reconocerles el mérito de congregar a una buena cantidad de fieles, tal vez la mayor convocatoria de esta edición. De la banda original sólo queda Gary Rossington pero, lo que ofrecen Lynyrd Skynyrd en directo no tiene nada que ver con quién o con cómo, sólo con qué. Su fuerte, su única mercancía, es su repertorio.

Aunque el concierto fue corto y rutinario, los temas estaban ahí. Rossington también, como el hermano pequeño de los Van Zandt y el reciente fichaje Johnny Colt (bajista original de los Black Crowes), pero a nadie parecía importarle nada de esto. Los temazos clásicos de Lynyrd Skynyrd funcionan por sí solos, estén tocados por la propia banda o por un buen grupo de versiones. Así, sonaron imprescindibles como Simple Man, Sweet Home Alabama o la versión de Call Me The Breeze de J.J. Cale (se echó en falta el maravilloso Tuesday’s Gone), todos ellos envueltos en corrección y poco riesgo. Cuando la fidelidad al original se convierte en mimetismo inerte, casi mejor ponerse el disco, que suena con más rollo. Cerraron con el apabullante Free Bird, un tema tan bueno que, hasta tocado sin gracia, sonó como un tiro. Los fans encantados, claro. Al fin y al cabo, aunque suenen como cualquier banda sureña, sólo hay una Lynyrd Skynyrd.

Quienes debieron haber sido cabeza de cartel, por goleada, fueron My Morning Jacket. La banda está en un momento muy bueno, su último disco es bestial y tienen uno de los mejores directos del mundo de los pesos medios. En consecuencia, su actuación en el Azkena fue toda una experiencia, uno de esos conciertos casi perfectos que te dejan noqueado. Entre los primeros acordes de Victory Dance, y los últimos de Holdin On To Black Metal, la cosa quedó clara: estábamos ante palabras mayores.

El repertorio se nutrió principalmente de temas extraídos de sus dos joyas, el ya clásico Z y el reciente Circuital. Y qué temas. Todo temazos, de principio a fin. Jim James levitaba, cantando como los ángeles y tocando como un endemoniado, apoyado por una banda que tocó con la exactitud y la intensidad de los mejores Wilco. En Dondante se permitieron el lujo de alargarse en un intenso pulso contra sí mismos, para zambullirse en la bestial The Day Is Coming y, posteriormente, la magnética Wordless Chorus. El torbellino que son My Morning Jacket en directo ya se intuía en su fantástico disco Okonokos pero, presenciarlo en persona, resulta indescriptible. El concierto del día, y del festival.

Un poco aturdidos aún, nos encontramos a una enorme cantidad de gente saltando al son del hillbilly de Hank 3, noble descendiente del enorme Hank Williams y uno de los bipolares musicales más carismáticos del momento. Comenzó a golpe de country agro y redneck con una banda muy tradicional (banjo, violín, contrabajo, lapsteel…), metiéndose rápidamente al público en el bolsillo. Cuando hay lugar al bailoteo –o a movimientos espasmódicos más o menos acompasados– la gente se implica sin titubear. Pero al rato Hank sufrió su transformación, cambió a la banda en el escenario y se puso a ejercer su otra gran pasión: el metal. La gente comenzó a huir despavorida, claro está. Aunque el lado más bruto de Hank 3 tenía un punto, por algún motivo, resultó bastante exasperante. Tal vez fuese la hora, o tal vez no. Pero nos quedaron ganas de verle en condiciones óptimas.

Tras el subidón que había sido My Morning Jacket, The Darkness daba un poco de miedo. Hace un año que se reunieron, tras una larga temporada de aparente disolución, y aún no teníamos claro si su vuelta nos parecía una buena idea. Diez años atrás fueron una de las bandas más refrescantes y divertidas de la década pero, diez años, en los tiempos que corren, son muchos. Y venga otra sorpresa, ¡resulta que The Darkness están en una forma brutal! Justin Hawkins, una extravagante mezcla de David Lee Roth, Freddie Mercury y Ted Nugent, se adueñó del escenario y dio bien fuerte en el hocico a quienes creen que el Glam Rock se quedó en los 80. Cada vez salen más bandas que beben del rock angelino y del hair metal y, en Vitoria, The Darkness demostraron seguir estando muy arriba.

Lo suyo es mucho más que falsete de alto riesgo y contoneos amanerados. Lo bueno de The Darkness, lo que les hizo grandes en su momento, es que tenían canciones. Riffs contagiosos y estribillos potentes que siguen funcionando en directo, haciendo botar a todo bicho viviente. Y no sólo eso: ahora que parecen haber dejado gran parte de sus vicios, Hawkins, su hermano Dan y el resto de la banda lo dan todo. Su directo es impecable; salido, como no, de la imaginería colectiva del rock de estadio, pero completamente efectivo. Después de verano sacan disco, del cual sonaron algunos temas en el Azkena. Esperemos que la resurrección sea completa.


Echando cuentas, efectivamente, el Azkena Rock Festival 2012 ha tenido tela que cortar. Tal vez no ha habido figurones, ni el cartel haya cuajado entre algunos feligreses azkeneros, pero no podemos negar la evidencia de los bolazos que se han visto.  

jueves, 2 de julio de 2015

ARF 2012: Ozzy Osbourne, The Mars Volta, Gun, Rich Robinson, Black Label Society... (15 de junio de 2012)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 16 de junio de 2012

El engaño de Ozzy Osbourne y la aplastante realidad de The Mars Volta

Ozzy Osbourne decepciona en su segunda visita a Vitoria. The Mars Volta, Rich Robinson y Zakk Wylde dividen al público con propuestas muy diferentes. Por Yahvé M. de la Cavada

Imagen principal de la noticiaLa clave es el rock. A partir de ahí, sálvese quien pueda. El Azkena Rock Festival apela a un público ecléctico que vaya al festival para ver a quien quiere ver, y que se marche habiendo descubierto su inesperada filia por otras bandas. En la segunda jornada de su undécima edición, el programa nos llevó de los tiernos ochenta al rock de raíces, el metal machote, la nostalgia heavy o el bizarrismo combativo. Así, en unas horitas.

Los escoceses Gun son una de esas bandas que lo petaron a finales de los ochenta, se disolvieron a finales de los noventa, y regresaron a finales de la pasada década ante la posibilidad de despertar la nostalgia en sus fans originales (veinte años mayores y con algo más de pasta en el bolsillo). Sin embargo, si nunca llegaron a ser una banda de primera, imagináoslo ahora.

Su nombre aparece muy chiquitito en el cartel del festival, y tampoco es que se viese en la audiencia una masa de fans de la banda pero, a primera hora, recién llegado al festival, la gente se apunta a lo que le echen. Su concierto empezó con un volumen excesivo –para un escenario como el Adam Yauch, el mediano en esta edición– y muy estridente. A medida que avanzaba, la cosa fue mejorando, y algunas canciones de su primer disco les hicieron venirse arriba. En cambio, cuando llegó su tema más popular –la versión que hicieron del Word Up de Cameo en 1994– parecía que los que más ganas tenían de ir a apoyarse a una barra eran ellos mismos. Tablas, por un tubo, pero si no se lo creen ellos, cómo nos los vamos a creer nosotros.

Lo de Rich Robinson parecía una auténtica lotería. Porque sí, claro, es el de los Black Crowes y eso pero, cuando algunos miembros de bandas intocables se ponen en plan excursionista, la historia nos enseña que debemos afrontarlo con cierta reticencia. El pobre Rich, aunque jefecillo en la sombra de los Crowes y productor de talento, siempre es ese tipo menos carismático que su hermano y menos guitarrista que el otro guitarrista. Con este papelón, Robinson se plantó en el escenario Levon Helm y, sin pestañear, nos soltó un concierto tremendo de puro rock americano.

Con un pie en las raíces y otro en armonías más contemporáneas, desgranó un repertorio difícil de cuestionar, sin caer en la vulgaridad de recordar a los Crowes, ni en la insensatez de irse al otro extremo. No canta como su hermano ni es un guitarrista tan completo como Marc Ford o Luther Dickinson, pero lo primero lo hace sin complejos y lo segundo con un gusto y un buen rollo que ya lo quisieran muchos. Versionó a la Velvet Underground (vía un emocionante Oh! Sweet Nuthin’) y cerró con el Cinnamon Girl de Neil Young. Supera eso, brother.

El escenario de Black Label Society estaba poblado por serpientes, calaveras y 16 cabezales Marshall que amenazaban con irse de madre a la mínima, llevándose unos pocos tímpanos por delante, de paso. Zakk Wylde, líder, ideólogo y única estrella de la banda, apareció en el escenario con un tocado de plumas indio (¿homenaje a Ted Nugent?), entre aspavientos repletos de testosterona y camaradería macarra, tanto con el público como con su banda. Atacaron media docena de temas sin tregua, a base de riffs aplastantes y un sonido muy compacto, que no resultó tan desmadrado como parecía.

Wylde es uno de los guitarristas de metal más importantes de las últimas décadas, con un estilo muy personal que parece generado a partir de macerar a Randy Rhoads, Jimi Hendrix y Dimebag Darrell en un barril de cerveza rancia. Todo ello hipermusculado e hiperrevolucionado, basado en la cultura del exceso que tanto parece gustarle. Tras un glorioso Fire It Up, Wylde rindió culto a ese exceso mediante un solo de casi diez minutos que encandiló a algunos incondicionales y exasperó a la mayoría de la audiencia. Y es que, los ‘solismos’ de gourmet casi nunca funcionan ante la masa y, con un público tan heterogéneo como el del Azkena, menos. Aunque su concierto fue ejemplar, había que ser fan para disfrutarlo al máximo.

Con Ozzy Osbourne, en cambio, el público suele ir predispuesto a recibir lo que le den. Por muy acabado que esté (que lo está un rato), Ozzy tiene una cosa que no tiene nadie más en todo el cartel del Azkena: ES Ozzy Osbourne. Que no es poco. Dicho esto, es evidente que, en directo, Ozzy desafina escandalosamente, da saltitos ridículos y palmadas a destiempo, su banda es la peor que ha tenido nunca y, para colmo, viéndole uno siente una extraña mezcla de indignación musical y ternura geriátrica. Por otro lado, con toda la tralla que lleva en el cuerpo, lo verdaderamente sorprendente de Ozzy es que siga vivo.

La repentina baja de Black Sabbath aguó el cartel del Azkena de este año desde el principio.  Lo de Ozzy & Friends parecía un parche al menos bastante apañadito. La anunciada presencia de Geezer Butler (bajista original de Black Sabbath) y Zakk Wylde (guitarrista de Ozzy entre 1987 y 1995, y entre 2001 y 2009), anticipaba una velada satisfactoria para los fans de cada etapa del estrafalario vocalista y, en cualquier caso, un concierto diferente al que Osbourne ofreció el año pasado en este mismo festival.

Abrir con Bark At The Moon fue un acierto: Ozzy estaba cantando bien y el guitarrista Gus G., con su pelazo al ventilador, clavó el sólo de guitarra original de Jake E Lee, que es lo mínimo que se puede esperar de un mercenario del metal. Siguió Mr. Crowley y todos lo vimos claro: mucho mejor que el año pasado; pero entonces, entre Suicide Solution y I Don’t Know, la voz y la afinación de Ozzy se fueron para no volver. Bueno, en el fondo ya nos lo esperábamos.

Tras los funcionariales solos de guitarra y batería sobre el Rat Salad de Black Sabbath, salió Geezer Butler para hacer Iron Man. ¿Momentazo de la noche? Todo lo contrario, aquello ya se había convertido en un completo despropósito: no sonaba ni a Black Sabbath, ni a Ozzy Osbourne, ni a nada. Un desastre. La aparición de Zakk Wylde para tocar Fairies Wear Boots levantó un poco el listón, pero después se fue Butler y la letra pequeña del concierto se hizo evidente. No sólo no estábamos viendo un concierto diferente al del año pasado, sino que estábamos ante, exactamente, el mismo concierto. El repertorio fue el mismo que se escuchó en Mendizabala hace menos de un año, con los añadidos de Killer Of Giants, War Pigs, N.I.B. y I Don’t Want To Change The World. El resto, idéntico.

Hasta el bis coincidió, sólo que, en esta ocasión, Paranoid contó con todos los músicos de la noche sobre el escenario. Hay que reconocer que, en líneas generales, el concierto fue ligeramente superior al del año anterior pero, vender la misma película dos años seguidos es mucho morro hasta para Ozzy Osbourne.

The Mars Volta son el tipo de banda que, cuando empiezan a tocar, te hace pensar que todo lo que has visto hasta el momento ha sido una mierda. Tras dos días de programación basada en viejas glorias y revival estricto, la excéntrica banda de Omar Rodríguez-López y Cedric Bixler-Zavala nos puso de una patada en el siglo XXI. Sin preliminares, música nueva, y de verdad, a pelo. El shock fue tremendo, pero muy satisfactorio.

Oscuros, agresivos y dolorosamente intensos, los de Texas se enfrentaron a un público diezmado y a insistentes problemas de sonido sin titubear, disparando varios temas de su último delirio discográfico, el recién aparecido Noctourniquet. Su música es extremadamente técnica y, al mismo tiempo, muy orgánica, una combinación difícil de encontrar en la escena actual. Tras casi hora y cuarto de rock progresivo, psicodelia y avant-rock, quedó claro que, aunque nunca van a ser un grupo de masas, pueden alardear de no parecerse a nadie. Tras el concierto, las opiniones del respetable se dividían en dos tendencias: “menuda puta mierda” y “nunca he visto nada igual”.


La madrugada nos reservaba el hard-rock chuleta de Danko Jones, un tipo que suele molar en directo pero, cuando empezó con un guiño a Queens Of The Stone Age para derivar en el Breaking The Law de Judas Priest, lo vimos claro. Después de Mars Volta lo único coherente es la nada. Por lo menos hasta el día siguiente. 

otros días, otros discos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...