Cuando se trata de escuchar a alguien como Hank Jones, entramos en un terreno completamente diferente. Hablamos de ver a alguien que ha inventado parte de los recursos que miles de pianistas utilizan desde entonces; una especie de vuelta al primer capítulo, al lugar donde se sentaron algunas de las bases del jazz.
Jones dio un concierto sofisticado y relajado junto al gran George Mraz –a quien presentó como “el mejor contrabajista del mundo”- y a Willie Jones III. Su forma de marcar el tiempo, tan tenue como sólida, es el preludio perfecto a esa inigualable forma de tocar, acariciando suavemente las teclas como si la música, simplemente, brotase de sus dedos. Una lección de sabiduría, en definitiva, servida junto a un puñado de standards, cuatro generosos bises y mucho, muchísimo swing.
Más tarde, en la Plaza de la Trinidad, el programa doble era uno de los más atrayentes del festival. En primer lugar, la nueva banda de Joe Lovano, con James Weidman, Esperanza Spalding, Otis Brown III y Francisco Mela. El nivel de Lovano siempre es alto pero en este caso su grupo resulta un tanto desigual.
En muchos momentos es difícil encontrar el sentido a las dos baterías y a Spalding le queda un gran camino por recorrer antes de ser verdaderamente competente en algunos contextos. Weidman es estupendo e hizo algunos solos remarcables, pero da la sensación de que esta banda sólo funciona cuando la guía Lovano.
Y volviendo a los veteranos, Roy Haynes fue el siguiente en subir al escenario. Con David Kikoski sustituyendo a Danilo Perez, y John Patitucci al contrabajo, Haynes ofreció el concierto irrefutable que uno espera de una leyenda. Analizándolo fríamente, la música no tenía nada de especial, excepto porque la empujaba Haynes. Kikoski es un pianista excelente al que, en mi opinión, no se valora en su justa medida, pero el protagonista de la noche era el bueno de Roy. El batería se mostró dinámico e insultantemente juvenil, en un concierto más que disfrutable.
La noche se cerró con la Big Band de Carla Bley, en una actuación presentada por Cuadernos de Jazz. Intenso, complejo y atemporal, el proyecto de Bley puede llevarte de los años 20 al siglo XXI en unos minutos -pasando por varias décadas- sin dejar de ser personal en ningún momento. Entre la pluma de la líder, el impresionante bajo de Steve Swallow y solistas como Gary Valente, Andy Sheppard, Wolfgang Puschnig o Lew Soloff, es difícil encontrarle fallos a este concierto, uno de los mejores del festival sin ninguna duda.
Un día agotador, en el mejor de los sentidos, que precede a otra de las jornadas más interesantes de este Jazzaldia. Pero de eso hablaremos mañana.
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The third day at the Jazzaldia turned out to be one of the most intense ones.
When it comes to listen to someone as Hank Jones, we are in a different field. It implies watching someone who invented some of the resources repeated since then by thousands of piano players; a kind of coming back to the first chapter, to the place where some of the jazz foundations were laid. Jones performed a relaxed and sophisticated concert with George Mraz –introduced by Jones as “the best double bass player of the world”- and Willie Jones III. His way of setting the tempo, so faint and solid at the same time, was the perfect prelude to that unequalable way of playing, lightly touching the keys, as if music were simply coming out of his fingers. A lesson of wisdom, in short, served with a handful of standards, four generous encores and a lot of swing.
Later, at the Trinidad Square, the double programme was one of the most appealing of the festival. Firstly, the new band of Joe Lovano, with James Weidman, Esperanza Spalding, Otis Brown III and Francisco Mela. Lovano’s level is always high, but his band seemed quite unequal to me. Two drums don’t make any sense sometimes and Spalding still has a long way to go before being competent in some contexts. Weidman is wonderful and he performed very remarkable solos, but the band only worked when leaded by Lovano.
Talking about veterans again, Roy Haynes was the next one on stage. With David Kikoski substituting Danilo Perez and John Patitucci on the double bass, Haynes offered the undeniable concert expected from a legend. Thinking objectively, the music doesn’t have anything special, apart from being pushed by Haynes. In my view, Kikoski is a superb pianist not fairly valued, but the night’s major figure was the good Roy. The drum player was dynamic and he seemed incredibly young, in a more than enjoyable concert.
The night ended with Carla Bley Big Band’s performance, presented by Cuadernos de Jazz. Intense, complex and timeless, Bley’s project can take you back from the 20’s to the XXI century in a few minutes –going through various decades- being personal from first to last. Not only because of the frontwoman’s quill but also because of the impressive bass of Steve Swallow and soloists as Gary Valente, Andy Sheppard, Wolfgang Puschnig or Lew Soloff is difficult to find fault with this concert, one of the best of the festival beyond the shadow of a doubt.
An exhausting day, in the nicest sense of the word, which precedes one of the most interesting days of this Jazzaldia. Anyhow, I´ll speak about that tomorrow.
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