Tres años después pienso lo mismo. O más.
La palmadita en la espalda del jazz
Por: Yahvé M. de la Cavada | 30 de abril de 2012
Tenía que llegar este momento: por fin el jazz tiene su “día internacional”; y de mano de la UNESCO, además. Qué fuerte. Yo aún no me lo creo. Como jazzófilo esto debería significar muchísimo ¿no? Debería ser una merecida ración de reconocimiento, una enorme cucharada sopera de autoafirmación. ¡Escucha, mundo, el jazz está aquí! ¿Qué te creías? Entre músicos y aficionados, el rumor ha corrido como la pólvora. Ahora todo será diferente. Los grandes festivales (de jazz) programarán (solamente) jazz en sus escenarios importantes, Charlie Parker sonará en Pachá y en la universidad se darán cursillos sobre la figura de John Coltrane. Se dice que en la tele van a poner un programa con actuaciones en directo presentado por Frank Blanco, y que TVE repondrá “Jazz Entre Amigos” en prime time, y en la primera cadena; toma ya. Incluso he oído que todas las emisoras de radio dedicarán, a partir de ahora, varias horas a la semana a esta música, en largos programas didácticos y especializados. Tal es el impacto, que la mayor parte de ayuntamientos han prometido echar de las aceras a cualquier músico ambulante que no acredite convenientemente que está tocando puro y estricto jazz o, en su defecto, otra música reconocida por la UNESCO, faltaría más.
El jazz, ya saben, esa música histórica que cuenta con mucho menos apoyo institucional que la clásica; esa música en constante evolución y renovación que cuenta con mucho menos apoyo privado que el rock; esa música, en definitiva, de fusión amistosa con casi cualquier otro estilo, que no cuenta con el (re)conocimiento y/o apoyo de la mayoría del público. Pero tiene un “día internacional”. Joder, qué alivio. Estamos salvados.
La cosa la propuso Herbie Hancock, tal vez a raíz de una reflexión entre el hoyo 17 y el 18, para alegría y alborozo de todos aquellos a los que el jazz les suena molón, culto y superguay para fardar delante de amigos y vecinos, como quien pronuncia bien Truffaut y cita a Proust con la indolencia del erudito. Hancock, otrora jazzista excepcional y figura tan importante como insustituible en la historia de esta música, lleva unos años arrastrando impúdicamente su cadáver musical, mientras público casual y crítica de lengua curtida en mil nalgas le jalean. Ahora, vaya usted a saber por qué (añadan a su opinión, sea cual sea, una parte de ego y dos de promoción personal), sale con esto, aunque para llenar los zapatos de inmortales precedentes en la embajada del jazz, como Louis Armstrong o Dizzy Gillespie, le sobra fachada y le falta categoría.
Pero el bueno de Herbie nos ha conseguido un día del jazz. Será un gran evento y nos pondremos una etiqueta con nuestro nombre en la chaqueta, como en cualquier reunión conmemorativa intrascendente: “hola, soy”, impreso, y nuestro nombre escrito de manera indecisa con rotulador negro. Y todos podremos sentirnos partícipes del día del jazz. Comentaremos que la cerveza está caliente y los canapés un poco secos pero, sin embargo, el vino es estupendo. Aplaudiremos el recurrente discurso de “ha sido un largo camino para llegar hasta aquí, pero ha merecido la pena” y podremos decir que, después de esto, si el jazz no se viene arriba es porque no quiere.
Entiendo que, a estas alturas, esta sociedad ya no funciona sin paripés de este tipo pero, ¿por qué el jazz? Partiendo de que designar un “día de” es, de por sí, reduccionista y condescendiente, y que la mayor parte de veces sólo busca calmar ciertos flecos de conciencia social, hay que reconocer que el jazz es una nimiedad en comparación con muchas otras cosas que merecen atención antes que una doctrina musical, por fabulosa que sea. Por otro lado, desde el punto de vista cultural, el jazz es una corriente muy importante como para concederle un evento de pretendida repercusión internacional que, en realidad, parece un premio de consolación marginal, bienquedista y verbenero. Leyendo los objetivos se queda uno perplejo:
Pero, tras la lectura de esta retahíla de palabras vacuas, enseguida queda claro que “el día del jazz” se reduce, básicamente, a tres conciertos de superestrellas con mucha repercusión mediática, unos saraos en la sede de la UNESCO de Paris y algunas iniciativas domésticas creadas con buenas intenciones e inevitable oportunismo (como si no hubiese propuestas para apoyar al jazz a diario, casi siempre creadas desde la clandestinidad, por pura vocación y con cierta heroicidad).
La mayor parte de eventos a nivel mundial están cogidos por los pelos, aprovechando que la fecha cae en el día en el que ya había programado algo (en cuantos organismos se habrá dicho “oye, que es el día del jazz, ¿qué tenemos por ahí que cuadre ligeramente con el asunto?”). Ni siquiera desde EE.UU., raíz de la convocatoria y cuna del jazz: nada de seminarios, ni becas para estudiantes, ni proyectos para llevar el jazz fuera de sus propias fronteras, ni fundaciones para promoverlo, ni nada. A nadie, ni siquiera a Hancock, se le ha ocurrido promover la creación de un museo nacional del jazz (hay proyectos desde hace años, pero no presupuesto), la promoción de artistas noveles, de campamentos musicales para niños o yo qué sé. Algo útil, que sirva realmente para promover el jazz. Esto es más viejo que el ragtime: si la gente no va al jazz, hay que llevar el jazz a la gente. Pero, ¿tres conciertos con aires “VIP” y 30 segundos en los noticiarios?
La cuenta en Twitter del International Jazz Day, que tiene la friolera de 770 seguidores, pretende que el día del jazz sea trending topic –que es algo como superchuli– y en Malasia habrá un concierto de Kenny G. Y se supone que esto tiene que significar algo para un sector musical apaleado, ignorado por las corrientes principales debido a su supuesta intelectualidad y ninguneado por las altas esferas culturales por no tener suficiente entidad cultural.
Sé lo que dirán muchos, y es razonable: cualquier promoción del jazz es positiva. Pero claro, esto tiene muchos matices. Estoy seguro de que, a pesar de la promoción que hace el crimen organizado de Ciudad Júarez, muchos de sus habitantes no lo verán como algo tan positivo, al igual que, por muy acostumbrados que estén, los habitantes de Lepe preferirían ser conocidos por algo diferente a lo habitual.
Los músicos de jazz, los de verdad, lo tienen muy jodido como para que vengan cuatro estrellonas a hacerse una fiesta de colegas en su cara, y a su costa. Hay crisis para todos, sí, pero el jazz lleva en crisis mucho tiempo; ahora sólo es un poco más dura que ayer (pero menos que mañana). Los que saben de qué va la cosa, saben también que esto es lo que hay, y que no habrá mucho más, lo que no quiere decir que estén para aguantar chorradas. Si se va a gastar dinero en frivolidades (¿o es que Hancock y los suyos hacen todo esto gratis?) por lo menos que se hagan a costa de un sector que no necesite realmente el empuje institucional y educativo.
Por eso, si Herbie Hancock y la UNESCO quieren celebrar la importancia del jazz, tal vez sea mejor que empiecen por los colegios e institutos; que le den, desde la base, la pátina de importancia que merece en el origen y trascurso de toda la música popular del siglo XX. Estoy convencido de que se lo pueden permitir. Hasta entonces, no habrá día del jazz que valga. Sólo les resultará útil a quienes están con el cazo puesto y a quienes gustan de salir en la foto. A la gente que hace jazz, que vive de, por y para él, este circo le trae bastante sin cuidado.
Por: Yahvé M. de la Cavada | 30 de abril de 2012
Tenía que llegar este momento: por fin el jazz tiene su “día internacional”; y de mano de la UNESCO, además. Qué fuerte. Yo aún no me lo creo. Como jazzófilo esto debería significar muchísimo ¿no? Debería ser una merecida ración de reconocimiento, una enorme cucharada sopera de autoafirmación. ¡Escucha, mundo, el jazz está aquí! ¿Qué te creías? Entre músicos y aficionados, el rumor ha corrido como la pólvora. Ahora todo será diferente. Los grandes festivales (de jazz) programarán (solamente) jazz en sus escenarios importantes, Charlie Parker sonará en Pachá y en la universidad se darán cursillos sobre la figura de John Coltrane. Se dice que en la tele van a poner un programa con actuaciones en directo presentado por Frank Blanco, y que TVE repondrá “Jazz Entre Amigos” en prime time, y en la primera cadena; toma ya. Incluso he oído que todas las emisoras de radio dedicarán, a partir de ahora, varias horas a la semana a esta música, en largos programas didácticos y especializados. Tal es el impacto, que la mayor parte de ayuntamientos han prometido echar de las aceras a cualquier músico ambulante que no acredite convenientemente que está tocando puro y estricto jazz o, en su defecto, otra música reconocida por la UNESCO, faltaría más.
El jazz, ya saben, esa música histórica que cuenta con mucho menos apoyo institucional que la clásica; esa música en constante evolución y renovación que cuenta con mucho menos apoyo privado que el rock; esa música, en definitiva, de fusión amistosa con casi cualquier otro estilo, que no cuenta con el (re)conocimiento y/o apoyo de la mayoría del público. Pero tiene un “día internacional”. Joder, qué alivio. Estamos salvados.
La cosa la propuso Herbie Hancock, tal vez a raíz de una reflexión entre el hoyo 17 y el 18, para alegría y alborozo de todos aquellos a los que el jazz les suena molón, culto y superguay para fardar delante de amigos y vecinos, como quien pronuncia bien Truffaut y cita a Proust con la indolencia del erudito. Hancock, otrora jazzista excepcional y figura tan importante como insustituible en la historia de esta música, lleva unos años arrastrando impúdicamente su cadáver musical, mientras público casual y crítica de lengua curtida en mil nalgas le jalean. Ahora, vaya usted a saber por qué (añadan a su opinión, sea cual sea, una parte de ego y dos de promoción personal), sale con esto, aunque para llenar los zapatos de inmortales precedentes en la embajada del jazz, como Louis Armstrong o Dizzy Gillespie, le sobra fachada y le falta categoría.
Pero el bueno de Herbie nos ha conseguido un día del jazz. Será un gran evento y nos pondremos una etiqueta con nuestro nombre en la chaqueta, como en cualquier reunión conmemorativa intrascendente: “hola, soy”, impreso, y nuestro nombre escrito de manera indecisa con rotulador negro. Y todos podremos sentirnos partícipes del día del jazz. Comentaremos que la cerveza está caliente y los canapés un poco secos pero, sin embargo, el vino es estupendo. Aplaudiremos el recurrente discurso de “ha sido un largo camino para llegar hasta aquí, pero ha merecido la pena” y podremos decir que, después de esto, si el jazz no se viene arriba es porque no quiere.
Entiendo que, a estas alturas, esta sociedad ya no funciona sin paripés de este tipo pero, ¿por qué el jazz? Partiendo de que designar un “día de” es, de por sí, reduccionista y condescendiente, y que la mayor parte de veces sólo busca calmar ciertos flecos de conciencia social, hay que reconocer que el jazz es una nimiedad en comparación con muchas otras cosas que merecen atención antes que una doctrina musical, por fabulosa que sea. Por otro lado, desde el punto de vista cultural, el jazz es una corriente muy importante como para concederle un evento de pretendida repercusión internacional que, en realidad, parece un premio de consolación marginal, bienquedista y verbenero. Leyendo los objetivos se queda uno perplejo:
- Celebrar el estilo musical único que representa el jazz.
- Concienciar a la comunidad internacional sobre cuán necesario es el diálogo intercultural y la comprensión mutua.
- Movilizar a la comunidad intelectual, los dirigentes políticos, artistas y gente de la cultura, así como instituciones culturales y educativas y a los medios de comunicación, para promover los valores relacionados con el jazz, eje del mandato de la UNESCO, y su papel de pioneros y su misión intelectual.
- Reforzar la cooperación y comunicación internacional en el ámbito de la música jazz.
Pero, tras la lectura de esta retahíla de palabras vacuas, enseguida queda claro que “el día del jazz” se reduce, básicamente, a tres conciertos de superestrellas con mucha repercusión mediática, unos saraos en la sede de la UNESCO de Paris y algunas iniciativas domésticas creadas con buenas intenciones e inevitable oportunismo (como si no hubiese propuestas para apoyar al jazz a diario, casi siempre creadas desde la clandestinidad, por pura vocación y con cierta heroicidad).
La mayor parte de eventos a nivel mundial están cogidos por los pelos, aprovechando que la fecha cae en el día en el que ya había programado algo (en cuantos organismos se habrá dicho “oye, que es el día del jazz, ¿qué tenemos por ahí que cuadre ligeramente con el asunto?”). Ni siquiera desde EE.UU., raíz de la convocatoria y cuna del jazz: nada de seminarios, ni becas para estudiantes, ni proyectos para llevar el jazz fuera de sus propias fronteras, ni fundaciones para promoverlo, ni nada. A nadie, ni siquiera a Hancock, se le ha ocurrido promover la creación de un museo nacional del jazz (hay proyectos desde hace años, pero no presupuesto), la promoción de artistas noveles, de campamentos musicales para niños o yo qué sé. Algo útil, que sirva realmente para promover el jazz. Esto es más viejo que el ragtime: si la gente no va al jazz, hay que llevar el jazz a la gente. Pero, ¿tres conciertos con aires “VIP” y 30 segundos en los noticiarios?
La cuenta en Twitter del International Jazz Day, que tiene la friolera de 770 seguidores, pretende que el día del jazz sea trending topic –que es algo como superchuli– y en Malasia habrá un concierto de Kenny G. Y se supone que esto tiene que significar algo para un sector musical apaleado, ignorado por las corrientes principales debido a su supuesta intelectualidad y ninguneado por las altas esferas culturales por no tener suficiente entidad cultural.
Sé lo que dirán muchos, y es razonable: cualquier promoción del jazz es positiva. Pero claro, esto tiene muchos matices. Estoy seguro de que, a pesar de la promoción que hace el crimen organizado de Ciudad Júarez, muchos de sus habitantes no lo verán como algo tan positivo, al igual que, por muy acostumbrados que estén, los habitantes de Lepe preferirían ser conocidos por algo diferente a lo habitual.
Los músicos de jazz, los de verdad, lo tienen muy jodido como para que vengan cuatro estrellonas a hacerse una fiesta de colegas en su cara, y a su costa. Hay crisis para todos, sí, pero el jazz lleva en crisis mucho tiempo; ahora sólo es un poco más dura que ayer (pero menos que mañana). Los que saben de qué va la cosa, saben también que esto es lo que hay, y que no habrá mucho más, lo que no quiere decir que estén para aguantar chorradas. Si se va a gastar dinero en frivolidades (¿o es que Hancock y los suyos hacen todo esto gratis?) por lo menos que se hagan a costa de un sector que no necesite realmente el empuje institucional y educativo.
Por eso, si Herbie Hancock y la UNESCO quieren celebrar la importancia del jazz, tal vez sea mejor que empiecen por los colegios e institutos; que le den, desde la base, la pátina de importancia que merece en el origen y trascurso de toda la música popular del siglo XX. Estoy convencido de que se lo pueden permitir. Hasta entonces, no habrá día del jazz que valga. Sólo les resultará útil a quienes están con el cazo puesto y a quienes gustan de salir en la foto. A la gente que hace jazz, que vive de, por y para él, este circo le trae bastante sin cuidado.
© Yahvé M. de la Cavada, 2012