Extraído de mi columna de opinión para Cuadernos de Jazz:
"Hace no demasiado, un compañero y amigo me dijo que no era positivo demostrar en público demasiada pasión por algo, en este caso, la música. Me sorprendió muchísimo esa afirmación y algunas otras muestras de sorpresa que he percibido ante la naturalidad de demostrar efusivamente mi amor por el jazz. Lejos de sentirme fuera de lugar, tengo la sensación de que mi pasión no sólo es valiosa, sino que las críticas y la condescendencia ante ese tipo de muestras no son más que el reflejo gris de algo que, en el fondo, se envidia o se echa de menos."
"Si ustedes se mueven con aficionados o profesionales del jazz de cierta edad, tarde o temprano presenciarán ese tipo de actitud condescendiente. Un supuesto estatus adquirido con el paso de los años, y un falso estar de vuelta de todo porque “yo ya estuve, he vuelto y nada me sorprende, ya que lo he visto todo”. En esto del jazz, al ser una escena presuntamente intelectual, esta tendencia es aún más acusada, y no les digo nada si hablamos de la crítica. Es como si mostrar efusividad fuese un signo de debilidad profesional, algo que quita credenciales de experto sustituyéndolas por las de fan. Qué palabra más vilipendiada ¿verdad?"
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"Está claro que relacionarse de forma doméstica con una pasión ofrece una libertad de lo más higiénica. Cuando uno necesita la música, la tiene, y cuando no, la quita de la agenda. Cuando esa relación trasciende lo lúdico es cuando florece el peligro de verse atrapado y, en consecuencia, la tendencia a crear mecanismos de defensa pueriles que otorguen la ilusión de que uno controla la situación, y no al revés. Lo mejor para no seguir aprendiendo es creer que uno ya no tiene nada que aprender, sea porque no lo hay, a la manera de Gorgias, o porque no parece trascendente."
Puedes leer la columna completa pinchando AQUÍ.
Imagen: portada de la edición de papel del número 119-120 de Cuadernos de Jazz (julio-octubre 2010)
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