El pasado viernes, con un Bilbao diezmado por el puente, un selecto grupo de afortunados nos acercamos al Kafe Antzokia a ver a Mark Eitzel, el polifacético líder de American Music Club.
Abría el show Franz Nicolay, teclista de The Hold Steady, miembro de The World/Inferno Friendship Society, del colectivo Anti-Social Music y de unas cuantas aventuras más. Con esas credenciales es normal esperar una actuación diferente y, efectivamente, Nicolay fue toda una revelación.
La cabecera de su web reza "punk - rock - cabaret - new music" y de todo ello hubo algo en su concierto. Acompañándose únicamente del acordeón, la guitarra acústica o el banjo, Nicolay desgranó un montón de canciones con personalidad, carisma y originalidad.
Al final de la actuación, el multiinstrumentista afirmó estar seguro de ser el único presente en la sala con un tatuaje de Jimmy Durante en el brazo, demostrando así su pasión por aquel gran entertainer norteamericano justo antes de tocar una preciosa versión de su "Hi Lili Hi Lo". Un gran tipo este Nicolay.
Mark Eitzel subió al escenario poco después, desgarbado, nervioso y acompañado únicamente del pianista Marc Capelle. Lo bueno, y en ocasiones lo malo, de un músico como Eitzel es que uno nunca sabe por donde va a salir, o desde qué perspectiva va a enfocar su actuación.
En esta ocasión Eitzel se presentó como un crooner de lo más particular mediante una emocionante versión de “I Left My Heart In San Francisco”. Si bien la orientación de la música era nocturna y melancólica, la actitud y expresión corporal del cantante eran las de un animal enjaulado en el escenario, incapaz de permanecer quieto y mostrándose realmente afectado por cada frase que cantaba.
Eitzel es tremendamente carismático, sin duda, pero desde que se le cayó el vaso de vino en el segundo tema hubo momentos en los que sus nervios y/o incomodidad se hicieron demasiado evidentes. A pesar de ello, cada nueva canción se volvía un prodigio de expresividad en la superdotada voz del norteamericano. Capelle lleva unos cuantos años trabajando con Eitzel y, aunque su labor era la de mero acompañante, supo seguir cada inflexión, cada nota sostenida y alargada por el cantante para conseguir que todo fluyese con naturalidad.
El recital fue corto, probablemente por el manifiesto descontento de Eitzel, fuese este provocado por el vino desperdigado por el escenario, porque olvidó alguna que otra letra –llegando a parar un tema a mitad de la primera estrofa– o porque el aforo no estaba tan lleno como él esperaba, tanto da. Su actitud neurótica no empañó el hecho de que es un cantante de talento extraordinario.
Un apoteósico “Me And Mrs Jones” –número uno de Billy Paul en 1972, popularizado recientemente por Michael Bublé– puso fin a una actuación memorable de la que Eitzel desapareció sin despedirse, con las últimas notas de piano aún coleando.
Poco después de empezar el concierto, ante una sonora ovación por parte del fascinado público, Eitzel había dicho “me odiaréis para cuando termine”. Por mucho que lo intentó no lo consiguió.
Yahvé M. de la Cavada, 2009
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