Ayer me quedé un poco aplatanado por la repentina muerte de
Tony Reedus y he desempolvado sus CDs para darle un homenaje.
Reedus era un gran batería, uno de los más importantes de los 80 y los 90, que llevaba cierto tiempo en la sombra acompañando a otros músicos. Siempre tuvo una sana falta de ego en sus proyectos, dejando a los músicos que elegía campar a sus anchas para sacar lo mejor de ellos.
De entre sus grabaciones, ayer decidí escuchar su primer disco,
Incognito, grabado en 1989 y publicado por Enja. Sus acompañantes formaban un cuarteto de lujo, con
Gary Thomas (otro grande de los 80 y los 90 que ha caído en una especie de olvido) al tenor y la flauta,
Steve Nelson al vibráfono y
Dave Holland al contrabajo.
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De hecho, la primera vez que
Nelson y
Holland se encontraron juntos en un estudio fue en este disco; poco después el vibrafonista se convertiría en uno de los pilares de la música de
Holland, y no ha dejado de serlo nunca. Esta es una de esas casualidades que le dan un empujoncito a algunos discos, aunque en este caso no es necesario, porque
Incognito es una grabación tremendamente sólida que da buena cuenta de la capacidad de cada uno de los que la protagonizan.
La desaparición de
Reedus es una gran pérdida, aunque no haga demasiado ruido en el panorama jazzístico actual.
Ethan Iverson lamenta su muerte en
el blog de The Bad Plus. Yo sólo puedo sentarme a escucharle y a echarle de menos.
Quiero creer que, en algún sitio,
Tony está tocando un tema con su tío
James Williams, empujándole con su poderosa batería hasta el infinito.