Recupero otro texto publicado con motivo del pasado festival de jazz de Vitoria-Gasteiz, aparecido originalmente en el periódico Gara:
Una de cal, dos de arena
David Binney + Kyle Eastwood + Nigel Kennedy
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
13 de julio de 2011
La sección que tiene lugar cada tarde en el Teatro Principal de Gasteiz se llama «Jazz del siglo XXI», un nombre un tanto osado para venir de un festival que reconoce abiertamente su conservadurismo. Aún así, cada año podemos encontrar un par de actuaciones programadas al abrigo de esta sección que merecen ese lema presidiendo la marquesina.
En la edición de 2011, tal vez nadie pueda lucir esa insignia con más orgullo que el saxofonista David Binney, figura imprescindible de la escena neoyorquina que, debido a su escasa popularidad en nuestro país, aún tiene que vérselas con el sambenito de «joven valor». El propio programa del festival le presenta como «uno de los jóvenes músicos de jazz más prolíficos de hoy en día», para después destacar como elementos significativos en su carrera un par de colaboraciones que poco tienen que ver con la trayectoria del saxofonista. Vamos, como si yo les hablo de Bob Dylan y lo único que menciono es que una vez tocó para el Papa.
Ya que uno no se puede fiar de los folletos promocionales, digamos, sin entrar en más detalles, que el «joven valor» (de 50 años de edad) es uno de los saxofonistas norteamericanos más importantes y avanzados de su generación. Su carrera siempre ha sido honesta y coherente, cimentada sobre sellos independientes, autoedición y el reconocimiento y admiración de músicos y crítica. Llegar al público mayoritario desde las trincheras del jazz es más complicado, aunque David Binney tiene la virtud de que, cuando uno le escucha por primera vez, enseguida toma nota de su nombre.
La música que interpretó en directo fue espontánea y con un alto nivel de exploración, basándose en ritmos y armonías muy complejas o muy sencillas, dependiendo del tema. Su mayor apoyo fue el fabuloso baterista Dan Weiss, aunque el auditorio también ovacionó generosamente al jovencísimo pianista John Escreet. En total, noventa minutos de jazz puro y moderno que satisfizo a los seguidores del saxofonista y que, muy probablemente, grabó su nombre en los cerebros de cada espectador no familiarizado con él.
Tras semejante muestra de jazz de élite, el doble programa que nos encontramos en Mendizorroza fue como conducir un coche por Australia: kilómetros y kilómetros de carretera en línea recta, sin giros, sin cambios en el paisaje y con el peligro acechante de dormirse al volante en cualquier momento. Los reclamos eran el nombre (más bien el apellido) de Kyle Eastwood y el excéntrico violinista clásico reciclado al jazz Nigel Kennedy, pero ninguno de los dos pudo impedir que el pabellón se quedase a poco más de la mitad de aforo.
Eastwood es un bajista y contrabajista muy competente que practica un jazz amable e inofensivo que podríamos calificar de light. Tanto él como su banda se defienden y, no sé, tocan bien, pero resultan tan tibios que no hay manera de engancharse a su música. Por mucho que algunos sectores de la prensa se esfuercen en mostrarle como algo independiente de su progenitor, si el chaval no se apellidase Eastwood su carrera nunca hubiese ido más allá del mero acompañamiento a músicos con algo más interesante que ofrecer.
Nigel Kennedy vivió un momento muy dulce en el mundo de la música clásica hace unos cuantos años, pero recientemente ha dado un giro hacia el jazz inexplicable desde el punto de vista económico (todo el mundo sabe que el jazz es una ruina) y en pos, con toda seguridad, de una afición personal. Muchos asocian el virtuosismo al jazz (como si fuese algo inherente al estilo, y nada más lejos), lo que no quiere decir que porque uno sea un virtuoso será un gran intérprete de jazz. Kennedy es un gran virtuoso, de eso no hay duda, pero en su concierto planteó una música que se apoyaba en ese hecho, sin contar con que ni sus intervenciones, ni su banda -plana y funcionarial-, tuvieron demasiada sustancia. Buenas intenciones, pero poco alma.
El alma se había quedado en el concierto de David Binney.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
domingo, 28 de agosto de 2011
Una de cal, dos de arena (David Binney + Kyle Eastwood + Nigel Kennedy, 35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, 13 de julio de 2011)
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sábado, 20 de agosto de 2011
Ayer, hoy y mañana (Michel Portal + Dr. Michael White + Trombone Shorty, 35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, 12 de julio de 2011)
Recupero otro texto publicado con motivo del pasado festival de jazz de Vitoria-Gasteiz, aparecido originalmente en el periódico Gara:
Ayer, hoy y mañana
Michel Portal + Dr. Michel White & The Original Liberty Jazz Band + Trombone Shorty & Orleans Avenue
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
12 de julio de 2011
Así podríamos resumir lo vivido ayer en el 35 Festival de Jazz de Gasteiz, en tres conciertos que fueron del neoclasicismo radical de Michael White a la perenne modernidad de Michel Portal, con parada en la onda bailonga y actual de Trombone Shorty. Portal, hijo predilecto de Baiona y uno de los grandes del jazz europeo de todos los tiempos, no necesita mucha presentación. Su compromiso con el jazz y la música libre siempre ha ido por delante y es sabido que en un concierto suyo el riesgo, el buen gusto y la música de altura están garantizados.
En esta ocasión venía acompañado de un grupo de jóvenes estrellas del jazz (aunque falló el contrabajista Scott Colley) que lucieron tanto, o quizá más, que el propio líder. A saber: Bojan Zulfikarpasic, habitual de Portal, es desde hace años uno de los grandes del piano europeo, y Nasheet Waits demostró una vez más por qué algunos creemos que es uno de los mejores bateristas de jazz del mundo.
El joven Ambrose Akinmusire, excepcional a lo largo de todo el concierto, está llamado a convertirse en el trompetista de moda y, de hecho, más de un espectador iba a verle específicamente a él. Puestos a comentar, Portal estuvo algo más atinado con el clarinete bajo que con el saxo soprano; pero es un maestro, y eso se le nota en cada gesto. Nada que ver con lo que vino después.
En Mendizorrotza nos encontramos con dos propuestas salidas de Nueva Orleans, ambas muy diferentes. Complementarias o antagónicas, eso depende del oído con el que se escuchen. Abrió la velada el grupo del clarinetista Michael White, habitual del festival en otros escenarios, normalmente gratuitos y, tal vez, menos exigentes. White es una figura importante y recurrente en lo suyo, aunque quizá más por estar que por ser. Me explico: es amigo de la familia Marsalis y su nombre se oye constantemente entre los revivalistas del dixieland y el jazz tradicional de su ciudad, pero, en realidad, ni es un gran clarinetista ni un músico sobresaliente.
Su mayor virtud radica en su origen, en que, mejor o peor, es un neorleanés de pura cepa y su música es genuina y real. Nadie puede transmitirla con más convicción que él, porque lleva siendo parte de su vida desde su infancia. Eso le convierte en embajador musical de excepción, pero no necesariamente en un tipo genial.
Su concierto en el festival fue tan ortodoxo que en seguida se volvió ligeramente plomizo. Por supuesto, es virtualmente imposible alcanzar el nivel de clásicos como Louis Armstrong, Sidney Bechet, Kid Ory o Johnny Dodds, pero esa música se puede tocar con algo más de gracia y entrega a cómo lo hace el grupo de Michael White.
El joven Trombone Shorty, afincado también en Nueva Orleans, parte de un concepto musical muy diferente. Es trombonista, trompetista y cantante, y predica una diversidad musical amplia, que luego no lo es tanto, aunque mucho más que la de su predecesor en Mendizorroza.
Su terreno natural parece el funk jazzificado, y en varios momentos de su actuación vino a la cabeza -salvando las distancias- la música de Defunkt, el fabuloso grupo que formó hace treinta años el también trombonista (y hermano de Lester Bowie, del Art Ensemble Of Chicago) Joseph Bowie. Vamos, que lo que hace Trombone Shorty no es el colmo de la originalidad, pero funciona. El joven demostró ser un gran instrumentista y dominar el escenario en un show que, si bien algo reiterativo, resultó bastante más exitoso y animado que el de Michael White.
También hubo coincidencias, porque las raíces no perdonan: ambos grupos tocaron el clásico «St. James Infirmary» (el primero desde la tradición y el segundo, con aires latinos) y también ambos citaron al gran Cab Calloway para hacer cantar al público. Y es que, el protocolo del show es inquebrantable.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
Ayer, hoy y mañana
Michel Portal + Dr. Michel White & The Original Liberty Jazz Band + Trombone Shorty & Orleans Avenue
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
12 de julio de 2011
Así podríamos resumir lo vivido ayer en el 35 Festival de Jazz de Gasteiz, en tres conciertos que fueron del neoclasicismo radical de Michael White a la perenne modernidad de Michel Portal, con parada en la onda bailonga y actual de Trombone Shorty. Portal, hijo predilecto de Baiona y uno de los grandes del jazz europeo de todos los tiempos, no necesita mucha presentación. Su compromiso con el jazz y la música libre siempre ha ido por delante y es sabido que en un concierto suyo el riesgo, el buen gusto y la música de altura están garantizados.
En esta ocasión venía acompañado de un grupo de jóvenes estrellas del jazz (aunque falló el contrabajista Scott Colley) que lucieron tanto, o quizá más, que el propio líder. A saber: Bojan Zulfikarpasic, habitual de Portal, es desde hace años uno de los grandes del piano europeo, y Nasheet Waits demostró una vez más por qué algunos creemos que es uno de los mejores bateristas de jazz del mundo.
El joven Ambrose Akinmusire, excepcional a lo largo de todo el concierto, está llamado a convertirse en el trompetista de moda y, de hecho, más de un espectador iba a verle específicamente a él. Puestos a comentar, Portal estuvo algo más atinado con el clarinete bajo que con el saxo soprano; pero es un maestro, y eso se le nota en cada gesto. Nada que ver con lo que vino después.
En Mendizorrotza nos encontramos con dos propuestas salidas de Nueva Orleans, ambas muy diferentes. Complementarias o antagónicas, eso depende del oído con el que se escuchen. Abrió la velada el grupo del clarinetista Michael White, habitual del festival en otros escenarios, normalmente gratuitos y, tal vez, menos exigentes. White es una figura importante y recurrente en lo suyo, aunque quizá más por estar que por ser. Me explico: es amigo de la familia Marsalis y su nombre se oye constantemente entre los revivalistas del dixieland y el jazz tradicional de su ciudad, pero, en realidad, ni es un gran clarinetista ni un músico sobresaliente.
Su mayor virtud radica en su origen, en que, mejor o peor, es un neorleanés de pura cepa y su música es genuina y real. Nadie puede transmitirla con más convicción que él, porque lleva siendo parte de su vida desde su infancia. Eso le convierte en embajador musical de excepción, pero no necesariamente en un tipo genial.
Su concierto en el festival fue tan ortodoxo que en seguida se volvió ligeramente plomizo. Por supuesto, es virtualmente imposible alcanzar el nivel de clásicos como Louis Armstrong, Sidney Bechet, Kid Ory o Johnny Dodds, pero esa música se puede tocar con algo más de gracia y entrega a cómo lo hace el grupo de Michael White.
El joven Trombone Shorty, afincado también en Nueva Orleans, parte de un concepto musical muy diferente. Es trombonista, trompetista y cantante, y predica una diversidad musical amplia, que luego no lo es tanto, aunque mucho más que la de su predecesor en Mendizorroza.
Su terreno natural parece el funk jazzificado, y en varios momentos de su actuación vino a la cabeza -salvando las distancias- la música de Defunkt, el fabuloso grupo que formó hace treinta años el también trombonista (y hermano de Lester Bowie, del Art Ensemble Of Chicago) Joseph Bowie. Vamos, que lo que hace Trombone Shorty no es el colmo de la originalidad, pero funciona. El joven demostró ser un gran instrumentista y dominar el escenario en un show que, si bien algo reiterativo, resultó bastante más exitoso y animado que el de Michael White.
También hubo coincidencias, porque las raíces no perdonan: ambos grupos tocaron el clásico «St. James Infirmary» (el primero desde la tradición y el segundo, con aires latinos) y también ambos citaron al gran Cab Calloway para hacer cantar al público. Y es que, el protocolo del show es inquebrantable.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
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miércoles, 10 de agosto de 2011
Química y química (Jeremy Pelt + Danilo Perez + Herbie Hancock / Wayne Shorter / Marcus Miller, 16 de julio de 2011)
Recupero otro texto publicado con motivo del pasado festival de jazz de Vitoria-Gasteiz, en esta ocasión sobre Jeremy Pelt, Danilo Perez y el "Homenaje a Miles Davis", perpetrado por un all-stars capitaneado por Marcus Miller y con Herbie Hancok y Wayne Shorter como principales reclamos; el texto apareció originalmente en el periódico Gara:
Química y química
Jeremy Pelt Quintet + Danilo Perez Trio + Herbie Hancock / Wayne Shorter / Marcus Miller: Homenaje a Miles Davis
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
16 de julio de 2011
El quinteto de Jeremy Pelt es una de las formaciones más interesantes del hard bop en los últimos años. Heredero directo de aquel portentoso segundo quinteto de Miles Davis (con Wayne Shorter, Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams), como lo fueron en su momento el de Wynton Marsalis, el del alumno predilecto de Miles, Wallace Roney, o el que co-lideraron Donald Harrison y Terence Blanchard. Pelt ya lleva unos años dando guerra y, hace unos pocos, formó su quinteto estable con cuatro músicos estupendos, la mayor parte de ellos líderes de sus propias formaciones. Un grupo de élite, en definitiva, al que en Gasteiz le faltaron un par de cosas: la primera, el pianista Danny Grissett, que fue sustituido (con nota, eso sí), por el también brillante David Bryant; la segunda, y más importante, un técnico de sonido atento.
Tal vez fuese por eso, tal vez no, pero algunos miembros del grupo mostraron cierto enfado a lo largo de la actuación, en especial el contrabajista Dwayne Burno, que tuvo que sufrir acoples en su instrumento en multitud de ocasiones. Una formación de estas características vive de la interacción y la concentración, y para ellos es imperativo que el sonido acompañe. Aún así, lo grande no se hunde tan fácilmente y hubo momentos en el concierto de gran altura musical, para regocijo de los asistentes.
La última noche en Mendizorrotza venía presidida por algunos grandes nombres, bastante habituales del festival: Herbie Hancock, Wayne Shorter, Marcus Miller y Miles Davis. El de Davis, en particular, se ha invocado con regularidad en éste y otros festivales veraniegos, muchas veces en vano. La figura del trompetista es una de las más importantes de la historia del jazz y reivindicarle es pertinente, por supuesto, aunque innecesario a estas alturas. El veinte aniversario de la muerte del trompetista o la reunión de algunos alumnos estrella del mismo son motivos poderosos, pero resultarían más convincentes si no se hubiese jugado esa carta en numerosas ocasiones, tanto por parte de alguno de los músicos implicados, como por la del propio festival. El oportunismo, admitido o no, está servido.
El concierto empezó de mano del trío del pianista Danilo Perez, que pareció haber recibido instrucciones de que la cosa tenía que ir sobre Miles Davis minutos antes de subir al escenario. Y lo pareció porque, a un repertorio evidentemente ajeno al universo de Miles, le añadió presentaciones delirantes para justificar una supuesta vinculación con la figura del trompetista. Sandeces como «este tema es galáctico, como Miles, que también era galáctico» o anunciar «Blue In Green», el conocido tema de «Kind Of Blue» diciendo que su versión les llevaría a lugares insospechados cuando, en realidad, el tema de Miles no era sino una pequeña e improvisada introducción a un original del pianista. Todo innecesario y con un punto vergonzante: el homenaje no era tal así que ¿por qué no tocar su concierto y ya está? ¿Órdenes del festival? Nunca lo sabremos.
Sí sabemos, en cambio, que Perez es un gran pianista -y un no tan gran compositor- que resultó un tanto farragoso en Mendizorrotza. Tuvo momentos espectaculares, pero la música del trío se vio arrastrada por un repertorio poco consistente que no llegó a enganchar del todo.
El homenaje a Miles, el de verdad, empezó con fuerza. Más de una hora ininterrumpida enlazando temas como «Walkin», «Milestones» o «All Blues» de forma abierta y creativa, que era bastante más de lo que muchos esperábamos. Todos tuvieron buenos momentos y el trompetista Sean Jones, que bastante papelón tenía, fue por el camino fácil (o difícil) e imitó abiertamente al maestro Miles, algo que, en opinión de quien escribe esto, fue un tremendo error. La música se mantuvo entre lo fascinante y lo errático, y en demasiadas ocasiones pareció una jam session muy cara pero, en conjunto, el grupo cumplió con un proyecto que es más fácil de contar que de tocar. Sólo cumplió, sí, porque faltó la química. Todos ellos son muy buenos, y algunos buenísimos, pero juntos, no funcionan más que por momentos. De eso, de química, sabía mucho Miles, por eso sus grupos siempre funcionaban. Aunque él jamás habría participado en un proyecto como éste.
Nota: Pinchando AQUÍ o en las imágenes puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico.
Química y química
Jeremy Pelt Quintet + Danilo Perez Trio + Herbie Hancock / Wayne Shorter / Marcus Miller: Homenaje a Miles Davis
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
16 de julio de 2011
El quinteto de Jeremy Pelt es una de las formaciones más interesantes del hard bop en los últimos años. Heredero directo de aquel portentoso segundo quinteto de Miles Davis (con Wayne Shorter, Herbie Hancock, Ron Carter y Tony Williams), como lo fueron en su momento el de Wynton Marsalis, el del alumno predilecto de Miles, Wallace Roney, o el que co-lideraron Donald Harrison y Terence Blanchard. Pelt ya lleva unos años dando guerra y, hace unos pocos, formó su quinteto estable con cuatro músicos estupendos, la mayor parte de ellos líderes de sus propias formaciones. Un grupo de élite, en definitiva, al que en Gasteiz le faltaron un par de cosas: la primera, el pianista Danny Grissett, que fue sustituido (con nota, eso sí), por el también brillante David Bryant; la segunda, y más importante, un técnico de sonido atento.
Tal vez fuese por eso, tal vez no, pero algunos miembros del grupo mostraron cierto enfado a lo largo de la actuación, en especial el contrabajista Dwayne Burno, que tuvo que sufrir acoples en su instrumento en multitud de ocasiones. Una formación de estas características vive de la interacción y la concentración, y para ellos es imperativo que el sonido acompañe. Aún así, lo grande no se hunde tan fácilmente y hubo momentos en el concierto de gran altura musical, para regocijo de los asistentes.
La última noche en Mendizorrotza venía presidida por algunos grandes nombres, bastante habituales del festival: Herbie Hancock, Wayne Shorter, Marcus Miller y Miles Davis. El de Davis, en particular, se ha invocado con regularidad en éste y otros festivales veraniegos, muchas veces en vano. La figura del trompetista es una de las más importantes de la historia del jazz y reivindicarle es pertinente, por supuesto, aunque innecesario a estas alturas. El veinte aniversario de la muerte del trompetista o la reunión de algunos alumnos estrella del mismo son motivos poderosos, pero resultarían más convincentes si no se hubiese jugado esa carta en numerosas ocasiones, tanto por parte de alguno de los músicos implicados, como por la del propio festival. El oportunismo, admitido o no, está servido.
El concierto empezó de mano del trío del pianista Danilo Perez, que pareció haber recibido instrucciones de que la cosa tenía que ir sobre Miles Davis minutos antes de subir al escenario. Y lo pareció porque, a un repertorio evidentemente ajeno al universo de Miles, le añadió presentaciones delirantes para justificar una supuesta vinculación con la figura del trompetista. Sandeces como «este tema es galáctico, como Miles, que también era galáctico» o anunciar «Blue In Green», el conocido tema de «Kind Of Blue» diciendo que su versión les llevaría a lugares insospechados cuando, en realidad, el tema de Miles no era sino una pequeña e improvisada introducción a un original del pianista. Todo innecesario y con un punto vergonzante: el homenaje no era tal así que ¿por qué no tocar su concierto y ya está? ¿Órdenes del festival? Nunca lo sabremos.
Sí sabemos, en cambio, que Perez es un gran pianista -y un no tan gran compositor- que resultó un tanto farragoso en Mendizorrotza. Tuvo momentos espectaculares, pero la música del trío se vio arrastrada por un repertorio poco consistente que no llegó a enganchar del todo.
El homenaje a Miles, el de verdad, empezó con fuerza. Más de una hora ininterrumpida enlazando temas como «Walkin», «Milestones» o «All Blues» de forma abierta y creativa, que era bastante más de lo que muchos esperábamos. Todos tuvieron buenos momentos y el trompetista Sean Jones, que bastante papelón tenía, fue por el camino fácil (o difícil) e imitó abiertamente al maestro Miles, algo que, en opinión de quien escribe esto, fue un tremendo error. La música se mantuvo entre lo fascinante y lo errático, y en demasiadas ocasiones pareció una jam session muy cara pero, en conjunto, el grupo cumplió con un proyecto que es más fácil de contar que de tocar. Sólo cumplió, sí, porque faltó la química. Todos ellos son muy buenos, y algunos buenísimos, pero juntos, no funcionan más que por momentos. De eso, de química, sabía mucho Miles, por eso sus grupos siempre funcionaban. Aunque él jamás habría participado en un proyecto como éste.
Nota: Pinchando AQUÍ o en las imágenes puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico.
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sábado, 6 de agosto de 2011
La voz de Nueva Orleans (Craig Adams and the Voices of New Orleans, 35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, 11 de julio de 2011)
Recupero otro texto publicado con motivo del pasado festival de jazz de Vitoria-Gasteiz, aparecido originalmente en el periódico Gara:
La voz de Nueva Orleans
Craig Adams and the Voices of New Orleans
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
11 de julio de 2011
La relación del Festival de Jazz de Gasteiz con Nueva Orleans es larga y regular, desde la clásica marching band que recorre las calles de la ciudad -habitualmente originaria de la ciudad sureña- hasta la inesquivable historia de amor entre el festival y el trompetista Wynton Marsalis. En los últimos años el festival ha instaurado otra tradición que, muchas veces, acaba llevándonos también a Nueva Orleans: el concierto de gospel que inaugura la programación de Mendizorrotza. Aunque es una música que tiene una relación tangencial con el jazz, sus raíces en la tradición afroamericana justifican de sobra su presencia en el programa, mucho más, por cierto, que otras propuestas que se pueden escuchar en él.
El artista elegido este año ha sido Craig Adams, una pequeña estrella del género en su país y, concretamente, en su ciudad. Adams es pianista, vocalista y, por encima de todo, un gran maestro de ceremonias. Su forma de dirigir a los diecinueve músicos que le acompañan (guitarra, bajo, batería, un coro de trece miembros y tres solistas) se basa en los grandes showmen negros de la historia. Su repertorio es eminentemente religioso, como no podía ser de otra forma, pero su aproximación al gospel sale de las entrañas del show business y se transforma en algo que podríamos denominar arena-gospel.
Unos segundos después de llegar al escenario, ya tenía al público comiendo de su mano, y la explosión de energía y adrenalina de Adams y los suyos se contagió rápidamente por todo Mendizorrotza. Enseguida, el grupo atacó con «Down By The Riverside» a ritmo de boogie-woogie en uno de los momentos de la noche.
La capacidad vocal de cada miembro del coro es extraordinaria, lo que no es de extrañar, ya que en EE.UU. no se andan con chiquitas en estos asuntos. Aquí un cantante chusquero salido de un concurso de televisión puede ser tomado en serio; allí no es tan fácil vender esa moto, con lo que imaginen la calidad de los miembros de un grupo vocal de esta categoría.
Después de la preciosa «A Change Is Gonna Come» de Sam Cooke, interpretada por el cantante Dale Blade, el clásico «When The Saints Go Marching In» empezó poniendo al público en pie y continuó con Adams invitando a más de una veintena de animados asistentes a que bailasen con él sobre el escenario, saliendo con ellos en comitiva a pie de pista y alcanzando un final apoteósico con todo el pabellón coreando y palmeando. Tras esto, para redondear la velada, Adams hizo un alarde de transformismo y cantó una sentida versión del «My Sweet Lord» de George Harrison (sin la parte de «hare Krishna, hare hare», como es natural) para terminar con un explosivo e interminable «It's Allright», y un doble bis que se abrió con un íntimo «What A Wonderful World» y acabó con el pabellón en pie, entre aplausos, gritos y vítores.
Hay nombres mucho más famosos y cotizados en el programa de este año, pero habrá que ver cuántos se meten al público en el bolsillo como Craig Adams & The Voices of New Orleans.
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
La voz de Nueva Orleans
Craig Adams and the Voices of New Orleans
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz
11 de julio de 2011
La relación del Festival de Jazz de Gasteiz con Nueva Orleans es larga y regular, desde la clásica marching band que recorre las calles de la ciudad -habitualmente originaria de la ciudad sureña- hasta la inesquivable historia de amor entre el festival y el trompetista Wynton Marsalis. En los últimos años el festival ha instaurado otra tradición que, muchas veces, acaba llevándonos también a Nueva Orleans: el concierto de gospel que inaugura la programación de Mendizorrotza. Aunque es una música que tiene una relación tangencial con el jazz, sus raíces en la tradición afroamericana justifican de sobra su presencia en el programa, mucho más, por cierto, que otras propuestas que se pueden escuchar en él.
El artista elegido este año ha sido Craig Adams, una pequeña estrella del género en su país y, concretamente, en su ciudad. Adams es pianista, vocalista y, por encima de todo, un gran maestro de ceremonias. Su forma de dirigir a los diecinueve músicos que le acompañan (guitarra, bajo, batería, un coro de trece miembros y tres solistas) se basa en los grandes showmen negros de la historia. Su repertorio es eminentemente religioso, como no podía ser de otra forma, pero su aproximación al gospel sale de las entrañas del show business y se transforma en algo que podríamos denominar arena-gospel.
Unos segundos después de llegar al escenario, ya tenía al público comiendo de su mano, y la explosión de energía y adrenalina de Adams y los suyos se contagió rápidamente por todo Mendizorrotza. Enseguida, el grupo atacó con «Down By The Riverside» a ritmo de boogie-woogie en uno de los momentos de la noche.
La capacidad vocal de cada miembro del coro es extraordinaria, lo que no es de extrañar, ya que en EE.UU. no se andan con chiquitas en estos asuntos. Aquí un cantante chusquero salido de un concurso de televisión puede ser tomado en serio; allí no es tan fácil vender esa moto, con lo que imaginen la calidad de los miembros de un grupo vocal de esta categoría.
Después de la preciosa «A Change Is Gonna Come» de Sam Cooke, interpretada por el cantante Dale Blade, el clásico «When The Saints Go Marching In» empezó poniendo al público en pie y continuó con Adams invitando a más de una veintena de animados asistentes a que bailasen con él sobre el escenario, saliendo con ellos en comitiva a pie de pista y alcanzando un final apoteósico con todo el pabellón coreando y palmeando. Tras esto, para redondear la velada, Adams hizo un alarde de transformismo y cantó una sentida versión del «My Sweet Lord» de George Harrison (sin la parte de «hare Krishna, hare hare», como es natural) para terminar con un explosivo e interminable «It's Allright», y un doble bis que se abrió con un íntimo «What A Wonderful World» y acabó con el pabellón en pie, entre aplausos, gritos y vítores.
Hay nombres mucho más famosos y cotizados en el programa de este año, pero habrá que ver cuántos se meten al público en el bolsillo como Craig Adams & The Voices of New Orleans.
Nota: Pinchando AQUÍ o en la imagen puedes ver la publicación original del texto en la web del periódico. Al final de la misma hay un texto promocional con lo que se podía ver el mismo día de la publicación, y que no está escrito por mí, por supuesto.
miércoles, 3 de agosto de 2011
El jazz y todo lo demás (José James + Jamie Cullum, 35 Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz, 14 de julio de 2011)
Aprovecho que estos días están retransmitiendo en RTVE algunos conciertos de los festivales de verano para recuperar mis crónicas de los mismos. Esta noche le tocará el turno a José James y mañana a Jamie Cullum, así que dejo aquí el texto que publiqué sobre estos conciertos en el periódico Gara:
El Jazz y todo lo demás
José James + Jamie Cullum
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gazteiz
14 de julio de 2011
Ya se veía venir la noche anterior. Los afortunados que fueron al hotel Canciller Ayala para ver al trío del fabuloso pianista Eric Reed, no sólo demostraron tener un gusto exquisito, sino que se fueron a casa con un premio: la exclusiva de ver a Jamie Cullum y a José James animándose a improvisar un tema en la jam session que, en noches señaladas, se desata en ese pequeño escenario; el más humilde del festival y, a veces, también el más especial. Esa noche pudimos ver un avance de lo que sucedió en Mendizorrotza menos de 24 horas después, en un concierto multitudinario en el que, minutos antes de comenzar, ya se escuchaba una y otra vez en la taquilla la temida frase «no hay entradas».
José James, indudablemente menos popular que Cullum, ya había visitado el festival en 2008, dentro de la programación del Teatro Principal. Aquel concierto fue realmente asombroso y descubrió a muchos (servidor incluido) a un joven cantante que tiene mucho más que talento, y de eso va sobrado. En su música, James no tiene miedo a mezclar jazz con nu-soul, funk o hip-hop, lo que le permite diseñar cada show para adecuarlo al auditorio que le vaya a recibir. Este año hizo como en 2008, respetando la supuesta tendencia del festival y atacando un repertorio mayormente jazzístico, con inusitadas versiones del «Equinox» de John Coltrane, «Red Clay» de Freddie Hubbard o el mítico «Moanin» de Bobby Timmons.
James es un vocalista con un toque muy contemporáneo, ha bebido del hip-hop y eso se le nota en su forma de frasear e improvisar, pero escuchándole vienen a la cabeza referencias de clásicos como Jon Hendricks o el fabuloso Joe Williams. Acompañado de una banda que sonaba fresca y grooveante, James engatusó por igual a madres y a hijos, gracias a ese encanto urbano y glamouroso que le caracteriza. Cuando, en el último tema del concierto, James invitó a Jamie Cullum al escenario para cantar «Georgia On My Mind», el pabellón empezó a despegar en un vuelo que no aterrizaría hasta el final de la noche.
Los talibanes del jazz (a quienes, en ocasiones, no tengo más remedio que unirme) no sienten un gran aprecio a Jamie Cullum. Su pop jazzificado y su desenfadada forma de entender la música es contraria a los anhelos de cualquier purista, y su presencia en festivales de jazz es vilipendiada por los más radicales. Sin embargo, sólo hay que tener ojos y oídos para rendirse ante el arte de Cullum en sus conciertos.
El joven británico es un pianista competente y resultón (en el mejor de los sentidos), un showman de primera categoría y, sobre todo, un gran vocalista, con clase y personalidad. No domina el escenario, lo modela a su gusto tema a tema, pasando de un momento de ardiente espectacularidad a otro de íntimo recogimiento en cuestión de segundos. Improvisa aquí y allí con el piano, a veces de forma explosiva y efectista, pero siempre conecta con el público.
Esencialmente es un cantante de pop, sí, como si eso tuviese algo de malo. Para los talibanes del jazz (entre los que, en este asunto, no me incluyo en absoluto) tal vez sí, pero debe de ser porque no recuerdan a tipos tan respetables como Nat `King' Cole, Bing Crosby, Mel Tormé o Frank Sinatra, que no eran sino «Jamie Cullums» de su época y que, al mismo tiempo, están aceptados como personajes paralelos al jazz. Como el joven Cullum es humilde y buen tío (eso se ve a la legua), no le obsesionan mucho ese tipo de cosas. Actúa como alguien ajeno a todo lo que no sea disfrutar en el escenario y, especialmente, hacer disfrutar a la audiencia con lo que sucede en el mismo. Pregunten, si no, a cualquiera de entre quienes estuvieron la otra noche en Mendizorrotza, porque hacía años que el pabellón no vibraba como lo hizo con Jamie Cullum. No es jazz, ni falta que le hace.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando en la imagen puedes leer la crítica que escribí en 2008 sobre el concierto de José James en el Festival de Vitoria-Gasteiz de aquel año, publicada en su momento por Tomajazz.
Nota 2: Este artículo se publicó en el diario Gara con el título equivocado, utilizándose por error el título del artículo publicado el día anterior, también escrito por mí. En su publicación online el error fue aún mayor, ya que mi texto apareció junto a (pegado, más bien) otro publicado ese mismo día, con los dos títulos seguidos presidiendo la página. Aquí podéis ver dicha página, con la publicación original del texto reproducido en este post.
El Jazz y todo lo demás
José James + Jamie Cullum
35 Festival de Jazz de Vitoria-Gazteiz
14 de julio de 2011
Ya se veía venir la noche anterior. Los afortunados que fueron al hotel Canciller Ayala para ver al trío del fabuloso pianista Eric Reed, no sólo demostraron tener un gusto exquisito, sino que se fueron a casa con un premio: la exclusiva de ver a Jamie Cullum y a José James animándose a improvisar un tema en la jam session que, en noches señaladas, se desata en ese pequeño escenario; el más humilde del festival y, a veces, también el más especial. Esa noche pudimos ver un avance de lo que sucedió en Mendizorrotza menos de 24 horas después, en un concierto multitudinario en el que, minutos antes de comenzar, ya se escuchaba una y otra vez en la taquilla la temida frase «no hay entradas».
José James, indudablemente menos popular que Cullum, ya había visitado el festival en 2008, dentro de la programación del Teatro Principal. Aquel concierto fue realmente asombroso y descubrió a muchos (servidor incluido) a un joven cantante que tiene mucho más que talento, y de eso va sobrado. En su música, James no tiene miedo a mezclar jazz con nu-soul, funk o hip-hop, lo que le permite diseñar cada show para adecuarlo al auditorio que le vaya a recibir. Este año hizo como en 2008, respetando la supuesta tendencia del festival y atacando un repertorio mayormente jazzístico, con inusitadas versiones del «Equinox» de John Coltrane, «Red Clay» de Freddie Hubbard o el mítico «Moanin» de Bobby Timmons.
James es un vocalista con un toque muy contemporáneo, ha bebido del hip-hop y eso se le nota en su forma de frasear e improvisar, pero escuchándole vienen a la cabeza referencias de clásicos como Jon Hendricks o el fabuloso Joe Williams. Acompañado de una banda que sonaba fresca y grooveante, James engatusó por igual a madres y a hijos, gracias a ese encanto urbano y glamouroso que le caracteriza. Cuando, en el último tema del concierto, James invitó a Jamie Cullum al escenario para cantar «Georgia On My Mind», el pabellón empezó a despegar en un vuelo que no aterrizaría hasta el final de la noche.
Los talibanes del jazz (a quienes, en ocasiones, no tengo más remedio que unirme) no sienten un gran aprecio a Jamie Cullum. Su pop jazzificado y su desenfadada forma de entender la música es contraria a los anhelos de cualquier purista, y su presencia en festivales de jazz es vilipendiada por los más radicales. Sin embargo, sólo hay que tener ojos y oídos para rendirse ante el arte de Cullum en sus conciertos.
El joven británico es un pianista competente y resultón (en el mejor de los sentidos), un showman de primera categoría y, sobre todo, un gran vocalista, con clase y personalidad. No domina el escenario, lo modela a su gusto tema a tema, pasando de un momento de ardiente espectacularidad a otro de íntimo recogimiento en cuestión de segundos. Improvisa aquí y allí con el piano, a veces de forma explosiva y efectista, pero siempre conecta con el público.
Esencialmente es un cantante de pop, sí, como si eso tuviese algo de malo. Para los talibanes del jazz (entre los que, en este asunto, no me incluyo en absoluto) tal vez sí, pero debe de ser porque no recuerdan a tipos tan respetables como Nat `King' Cole, Bing Crosby, Mel Tormé o Frank Sinatra, que no eran sino «Jamie Cullums» de su época y que, al mismo tiempo, están aceptados como personajes paralelos al jazz. Como el joven Cullum es humilde y buen tío (eso se ve a la legua), no le obsesionan mucho ese tipo de cosas. Actúa como alguien ajeno a todo lo que no sea disfrutar en el escenario y, especialmente, hacer disfrutar a la audiencia con lo que sucede en el mismo. Pregunten, si no, a cualquiera de entre quienes estuvieron la otra noche en Mendizorrotza, porque hacía años que el pabellón no vibraba como lo hizo con Jamie Cullum. No es jazz, ni falta que le hace.
Yahvé M. de la Cavada, 2011
Nota: Pinchando en la imagen puedes leer la crítica que escribí en 2008 sobre el concierto de José James en el Festival de Vitoria-Gasteiz de aquel año, publicada en su momento por Tomajazz.
Nota 2: Este artículo se publicó en el diario Gara con el título equivocado, utilizándose por error el título del artículo publicado el día anterior, también escrito por mí. En su publicación online el error fue aún mayor, ya que mi texto apareció junto a (pegado, más bien) otro publicado ese mismo día, con los dos títulos seguidos presidiendo la página. Aquí podéis ver dicha página, con la publicación original del texto reproducido en este post.
lunes, 1 de agosto de 2011
The Woody Shaw Concert Ensemble - At The Berliner Jazzstage (1976)
Otra gran forma de recordar al gran Frank Foster, en su única grabación junto a uno de mis trompetistas favoritos de todos los tiempos, Woody Shaw.
El grupo se llama "Concert Ensemble" pero podría llamarse prefectamente "All-Stars", puesto que, además de Shaw y Foster, están Slide Hampton, Ronnie Mathews, Stafford James, Louis Hayes y el hijo de Jackie McLean, Rene McLean, que colaboró bastante con Shaw durante unos años.
El repertorio se compone de cuatro largos temas extraídos de un concierto que, presumiblemente, contuvo algunos más. Una pena que sólo se conserven estos cuatro, porque suenan realmente bien; Shaw está espectacular y todo el grupo le da bien fuerte.
Por cierto, Foster está particularmente brillante al saxo soprano.
El grupo se llama "Concert Ensemble" pero podría llamarse prefectamente "All-Stars", puesto que, además de Shaw y Foster, están Slide Hampton, Ronnie Mathews, Stafford James, Louis Hayes y el hijo de Jackie McLean, Rene McLean, que colaboró bastante con Shaw durante unos años.
El repertorio se compone de cuatro largos temas extraídos de un concierto que, presumiblemente, contuvo algunos más. Una pena que sólo se conserven estos cuatro, porque suenan realmente bien; Shaw está espectacular y todo el grupo le da bien fuerte.
Por cierto, Foster está particularmente brillante al saxo soprano.
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