El primero es que este disco ha sido injustamente vilipendiado por gran parte de la crítica. El segundo, que Waylon Jennings fue un gigante de la música del siglo XX y estas últimas grabaciones junto a su hijo son un testamento que, aunque pueda ser cuestionable para algunos, no deja de ser precioso.
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Grabado originalmente en 1995, Shooter Jennings se metió el año pasado en el estudio para retocar y regrabar algunas partes de su banda. El resultado es un documento en el que Waylon, sin estar a pleno rendimiento, está emocionante. Puede que sea por grabar junto a su hijo e incluso puede que mis orejas me engañen haciéndome escuchar lo que no hay. Me da igual.
La banda de Shooter suena genial, como era de esperar; más rockera de lo habitual para ser un disco de Waylon, pero ahí está la gracia.
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