Tengo una trayectoria personal con la Vienna Art Orchestra llena de accidentes y tropiezos.
Descubrí la VAO hace bastantes años, mediante una elogiosa reseña que dedicaron en Cuadernos de Jazz a su disco Art & Fun. Recuerdo perfectamente mi sensación de euforia al escuchar muchos de los temas de ese disco, esa sensación de haber encontrado algo realmente bueno.
Desde entonces seguí sus pasos con cierta regularidad y conseguí verles en directo en un concierto del que guardo un gran recuerdo, pero también hubo desencuentros entre la orquesta y yo, todos ellos accidentales.
Hace un par de años me encargaron un texto sobre la orquesta para un libro conmemorativo que, al final, nunca llegó a publicarse. Lo escribí con mucho cariño y se quedó ahí, en el limbo.
Tuve oportunidad de volver a verles el año pasado, en su gira con Third Dream, y los astros se aliaron para que me fuese imposible. También me encargaron una entrevista con Mathias Rüegg que no pude realizar, una vez más por problemas externos. Todos esos desencuentros me joden ahora más que nunca.
Cuando la orquesta anunció su disolución el pasado julio, pensé que lo único que podía hacer era dedicarle unas líneas y hacerles un pequeño homenaje, minúsculo en relación a lo que la VAO me ha aportado.
Pinchando AQUÍ puedes leer mi artículo publicado en el blog Muro de Sonido de ELPAIS.com
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