Texto publicado originalmente en la revista Cuadernos de Jazz en 2009:
Pocos contrabajistas tienen un sonido tan personal como Charlie Haden, sea en el contexto que sea. Su tono grueso y redondo, tan lírico como demoledor, es fruto de una pulsación firme y una afinación perfecta. Sin alejarse demasiado del registro grave del instrumento, como solista es aún más reconocible, si cabe. Haden es el perfecto acompañante-líder, siempre detrás pero, inevitablemente, siempre en primer plano.
Pocos contrabajistas tienen un sonido tan personal como Charlie Haden, sea en el contexto que sea. Su tono grueso y redondo, tan lírico como demoledor, es fruto de una pulsación firme y una afinación perfecta. Sin alejarse demasiado del registro grave del instrumento, como solista es aún más reconocible, si cabe. Haden es el perfecto acompañante-líder, siempre detrás pero, inevitablemente, siempre en primer plano.
En 1989, el
festival de jazz de Montreal rindió homenaje al contrabajista ofreciéndole
programar ocho conciertos, uno por noche, con las formaciones que él
dispusiese. Esta caja reúne los seis conciertos que Verve publicó por separado
entre 1994 y 2004, muchos de los cuales eran realmente inencontrables. ECM
publicó en 2001 el dúo con Egberto Gismonti y, por razones obvias, no está
incluido aquí. Lo mismo ocurre con el trío con Pat Metheny y Jack DeJohnette
que, por algún motivo que desconocemos, no ha visto nunca la luz. Aún así, The
Montreal Tapes parece una obra compacta a la que no le falta ni le sobra nada a
excepción, quizá, de alguna representación del Quartet West.
El trío
clásico de piano, contrabajo y batería acapara tres de los seis conciertos, con
lecturas y resultados muy diferentes. Haden y el fantástico Paul Motian
permanecen como factor común, acompañando a tres pianistas muy diferentes.
Gonzalo Rubalcaba, que aún era poco más que un desconocido, protagoniza una de
las mejores grabaciones de su carrera. Geri Allen, que ya había grabado tres
discos en trío con Haden y Motian, aporta la negritud y la pulsión libre. Por
último, Paul Bley, un viejo conocido con quien el trío se convierte en una
unidad equilibrada y expansiva: comunicación al máximo y pura magia.
Y seguimos con
tríos y con viejos conocidos. A pesar de la gran cantidad de horas de vuelo
conjunto, la reunión con Don Cherry y Ed Blackwell (¿dónde demonios estaba
Dewey Redman?) es uno de los conciertos menos redondos, quizá por las
expectativas creadas o porque la personalidad de Cherry parece no cuajar con la
de Haden. En cambio, el trío con Joe Henderson y Al Foster -formación que había
girado por Europa meses antes- tiene una
química fascinante, resultando uno de los sets más memorables. Cierra el
programa la colosal actuación de una peculiar Liberation Music Orchestra -con
algunos solistas de altura-, que pone a está grabación por encima de más de un
disco oficial de la orquesta.
Aunque estas
no son grabaciones esenciales ni históricamente relevantes, todas ellas son de
primera categoría; juntas y por separado. The Montreal Tapes sirve como
celebración, como retrospectiva y, si me apuran, como obra definitiva de
Charlie Haden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario