"Tal vez si yo fuese tan maniático del
control como él sería igual de prolífico". Lo dice entre risas Pheroan akLaff de camino al Wroclaw Philarmonic Hall, donde en una
hora Wadada Leo Smith presentará su
composición Solidarity para el
afortunado público del festival Jazztopad. La premiere no tiene lugar en esta
preciosa ciudad de Polonia por casualidad: es el festival y su director
artístico, Piotr Turkiewicz, quien encargó al trompetista una gran pieza con la
lucha por los derechos de los trabajadores a lo largo de la historia y el
planeta. La asociación se vuelve natural desde la primera nota. Bien pensado,
el carácter comprometido y solidario de Wadada y su obra siempre fue más allá
de las reivindicaciones raciales y sociales expuestas en Ten Freedom Summers, con lo que la apuesta resulta ir mucho más
allá de lo musical. Tras una selección de la mencionada Ten Freedom Summers, Solidarity
levanta el vuelo en Polonia y sólo muestra la punta del iceberg de lo que
podría ser. El encargo se ha convertido en la semilla del próximo proyecto a
gran escala de Smith. Ni él mismo sabe a dónde le va a llevar.
El auditorio se
mantiene en suspenso a lo largo de toda la pieza, dejándose invadir sensorialmente
por la orquesta sinfónica NFM, el Golden Quartet del trompetista –con unos
siempre exultantes Anthony Davis, John Lindberg y Pheroan akLaff– y el toque mágico de Jesse Gilbert, hombre en la sombra que tiene más que ver con el
trabajo reciente de Wadada de lo que podría parecer. Gilbert, que casualmente
tiene antepasados polacos, desgrana imágenes de la lucha obrera sacadas de
multitud de épocas y países (ninguna de España; ¿casualidad?... Dejémoslo),
completando la experiencia de Solidarity.
Experiencia es la
palabra. Wadada dice que ya tiene casi una decena de piezas escritas para la
gran obra que germina a partir de Solidarity,
y que esta será más grande y majestuosa que su predecesora, lo que convierte al
estreno en Wroclaw en algo mucho más grande que una comisión. Un concierto para
la historia recién inaugurado el Jazztopad de este año, nada menos.
Aunque el del día
siguiente no se quedaba atrás, con otro encargo del festival, esta vez a un
músico tan brillante como poco reivindicado: el fascinante chelista Erik Friedlander. Quienes se atreven a
asomarse más allá de lo que ha aportado a los múltiples universos de John Zorn,
saben que la música de Friedlander es rica, variada y compleja. Su carrera
abarca desde la improvisación libre a los arreglos de cuerda de bandas de rock
como The Mountain Goats, y en ella ha alcanzado la excelencia como intérprete,
compositor, arreglista e improvisador. A pesar de ello, Friedlander no es fácil
de ver como líder en Europa, y menos aún en las circunstancias de su presencia
en Jazztopad. Tras la proyección y posterior charla-presentación del documental
"Nothing On Earth", cuya banda sonora está firmada por el chelista,
un programa doble extraordinario nos brindó otro de los conciertos del
festival. La primera parte del mismo recuperaba uno de los proyectos más
fascinantes de Friedlander, Block Ice and
Propane, escrito a partir de los recuerdos de sus veranos de infancia y
adolescencia viajando en caravana con sus padres y hermana por Estados Unidos.
El padre del chelista es el famoso fotógrafo Lee Friedlander, que utilizaba
estas largas travesías para fotografiar diferentes aspectos de la sociedad
norteamericana, mientras el joven Erik iba generando recuerdos para, muchos
años después, escribir un puñado de composiciones fascinantes. En ellas, la
música tradicional americana se filtra en el instrumento de Friedlander
generando un caleidoscopio de influencias expresadas emotivamente por el
chelista en solitario, acompañado tan sólo de fotografías familiares que se
sucedían en una gran pantalla sobre el escenario. Un concierto verdaderamente
memorable, por íntimo, personal y musicalmente sofisticado.
A este le sucedió
una nueva comisión del festival: un concierto para chelo y orquesta que mostró
una faceta diferente, aunque igualmente fascinante, del compositor. En ella se
fundían elementos de música clásica e improvisación, con ese inevitable tinte
del downtown neoyorquino del que Friedlander
es máximo exponente. La obra contenía giros y pasajes enrevesados y muy
ingeniosos, y la comunión entre el chelo solista y la Orquesta Sinfónica NFM
fue ejemplar en todo momento. Un perfecto e irrepetible final para un día
protagonizado por un músico que merece mucha más atención.
Al día siguiente,
la cita era con una figura mítica de la música. Ni siquiera diremos jazz,
porque él diría Ethio-Jazz, esa especie de subgénero desarrollado y
popularizado por otro de los cabezas de cartel del Jazztopad de este año: Mulatu Astatke. No se lo podemos negar;
Astatke representa, no sólo la vigencia de un estilo con ciertos lugares
comunes que le dan su personalidad, sino la capacidad para mantenerse en forma,
con credibilidad y sustancia, medio siglo después de "inventar" el
Ethio-Jazz. Su concierto en Wroclaw era uno de los más esperados y no defraudó
un ápice. Acompañado por una sólida banda de músicos británicos, el africano
tocó y dejo tocar, se lució y dejó que su banda fuese mucho más que una
comparsa para la estrella. El vibráfono de Astatke fue el protagonista, a base
de buen gusto e improvisaciones infalibles, y luminarias de la improvisación
británica como John Edwards y Byron Wallen también nos brindaron momentos de
gran nivel en un concierto que dio todo lo que prometía. Y prometía mucho.
Pasado el fin de
semana, las propuestas de Jazztopad bajaban el listón en aforo y popularidad,
pero no en riesgo, compromiso ni calidad. Así lo sentenciaba el arrollador
concierto de Cortex el lunes por la
noche en Mleczarnia, el club en el que cada noche se celebraban las inefables
jam sessions del festival. Así, abrigados por las paredes de piedra de la
planta subterránea del club, el cuarteto noruego disparó un concierto certero e
intenso, de los que le dejan a uno clavado a la silla. La banda recoge el
testigo de lo mejor del free-bop reinterpretado vía europea, recordándonos los
inicios más efervescentes de formaciones como Atomic, aunque desde una
perspectiva más clásica o, mejor dicho, ortodoxa. Esto no quita que Cortex
tenga mucho y muy interesante que decir, con especial mención al saxofonista
Kristoffer Alberts, que en Wroclaw estuvo particularmente brillante.
A partir de aquí
es cuando el festival se reinventa dentro de la propia edición, dejando que sus
propuestas se ramifiquen hacia un perfil más especializado, haciendo hincapié
en lo que todo festival debería hacer: potenciar la oferta y la presencia de
músicos nacionales, diseñando un retrato de la propia escena con la misma intensidad
con la que se programa a los cabezas de cartel. Así, durante dos días el
festival ofreció 9 conciertos de otros tantos grupos polacos, todos ellos
remarcables, aunque algunos muy
destacables, como los de Maciej Obara,
Adam Baldych, Piotr Orzechowski, Flesh Machine o Piotr Damasiewicz, y otros
extraordinarios, como los de Waclaw
Zimpel y el Tom Trio. El
conjunto reveló una escena tan desconocida como rica y llena de talento.
Solistas, compositores, líderes… El potencial visto en Jazztopad es envidiable
para cualquier país, y continúa una larga tradición que, aunque relativamente
oculta, lleva curtiéndose durante generaciones.
Pasado el
capítulo del producto patrio, llegó el del intercambio cultural, otra de las
señas de identidad del festival, con una excepcional representación proveniente
de Turquía y Corea de mano del festival de jazz de Akbank. De vuelta en el
Wroclaw Philarmonic Hall, un exótico programa doble nos llevó por sonidos
interculturales en la penúltima noche del festival. Abría el prodigioso maestro
de la darbuka Misirli Ahmet, en un
recital en solitario que dejó claro por qué está considerado como uno de los
grandes percusionistas de nuestro tiempo. Lo que podría haber sido un recital
tedioso –por limitado instrumentalmente– fue una auténtica maravilla de
compases imposibles y del acercamiento a la percusión más visceral y orgánico,
en forma de pura interpretación y locuacidad. Un perfecto aperitivo para el
caleidoscopio musical de MosaiKorea,
una formación en la que confluyen el jazz, la música tradicional coreana y toda
la fusión que pueda generarse entre ambas. En un subyugante recital, con un
gran sentido del clímax sonoro y de la tensión instrumental, la formación
dirigida por Yoon Jeong Heo derribó barreras musicales, geográficas y
generacionales, integrando con firmeza elementos muy dispares para producir una
música única que evita cualquier catalogación genérica. Rica en colores y
matices, la propuesta de MosaiKorea apuntaló de nuevo la vieja idea de que el
jazz tiene de todo, menos límites.
Excepto los
logísticos; aunque más que de límites deberíamos hablar de obstáculos. Así se
desarrolló el concierto de clausura del festival, que originalmente iba a ser
un encuentro único entre Pharoah Sanders,
Joachim Kühn y Trilok Gurtu, después se transformó en un concierto del cuarteto
de Sanders y, en el último momento, tuvo que reinventarse con una auténtica
pirueta organizativa: ante la repentina falta del pianista de Sanders, William
Henderson, el célebre guitarrista Kurt
Rosenwinkel acudió en el último momento desde Berlín, donde reside, para
ocupar su lugar. Así, lo que se planeó originalmente como un encuentro
histórico, se convirtió en otro muy diferente, aunque también histórico. Claro
está que, sobre el papel, la idea original del festival era mucho más
estimulante, pero el improvisado tándem Sanders-Rosenwinkel supo caer de pie y
facturar un concierto muy competente. A pesar de las dificultades de cambiar un
pianista de gran raíz negra por un guitarrista cocinado al fuego de Berklee,
Sanders sigue siendo, a su edad, un gigante. La furia y la búsqueda han podido
quedar atrás, pero queda el saber hacer y, sobre todo, el sonido. Ese sonido.
Rosenwinkel –un poco errático pero muy sólido en sus acompañamientos– y el
resto de su cuarteto le flanquearon bien, sin asumir grandes riesgos, y Sanders
lo aprovechó para no dejarse nada en el saxo. Lo entregó todo, como sólo los
grandes veteranos pueden hacer, y Wroclaw se rindió a sus pies.
Un gran final
para un gran festival, que no se
entendería sin la sección que complementó su clausura en esos últimos días. El
grupo Konstrukt, autoerigidos
embajadores del free jazz turco, extendieron su invitación al festival mucho
más allá de su –por otro lado muy decepcionante– concierto del viernes. Los
turcos se dejaron deconstruir (permítanme el juego de palabras) a lo largo de
las horas de sol del sábado y domingo, haciendo elogio del jazz en su más pura
esencia: encuentro, comunicación e ideas compartidas.
En una de las
iniciativas más fascinantes que quien esto escribe ha visto en un festival
jamás, Jazztopad espolvoreó esas últimas jornadas con una sección itinerante
llamada “concerts in living rooms”
(conciertos en salas de estar) que, desde su extremada espontaneidad e
intimidad, brindó algunos de los momentos más emocionantes del festival. Con
aforos por fuerza muy reducidos y una laberíntica localización que abarcaba
varios puntos de la ciudad, pudimos ver a músicos turcos, polacos y coreanos
interactuando en muy diferentes formatos y con una sola cosa en común: la
espontaneidad más descarnada y el salto sin red definitivo que es improvisar
junto a otros músicos sin tener idea de qué va a pasar. Evidentemente hubo de
todo, pero solistas como Maciec Obara, Mateusz Rybicki, Korhan Futaci, Piotr
Damasiewicz o el jovencísimo Jakub Kurek brillaron con luz propia, con especial
mención a los coreanos Yongha Kim y Aram Lee, que nos dejaron sin habla en una
pequeña salita de un viejo edificio construido en la época alemana de la ciudad.
Después de 10
días de música variada y excelsa, con lo que nos quedamos es precisamente con
ese afán por la pureza y por la lealtad hacia los principios más básicos de la
música improvisada. La intimidad y compromiso de esos pequeños conciertos, en
sitios tan mundanos como un salón de una casa particular o un lujoso
apartamento en un rascacielos, dan el mejor reflejo de un festival que hace de
ese compromiso y esa pureza su buque insignia. Ahora que lo conocemos, resulta
difícil imaginarse la escena jazzística europea sin el jazz que suena en
Polonia y, más concretamente, en Jazztopad.