lunes, 13 de abril de 2015

Neil Young & Crazy Horse / Jonathan Wilson / Wu-Tang Clan: Big Festival 2013 (Biarritz, 18 y 19 de julio de 2013)

Reseña publicada originalmente en Mondo Sonoro en julio de 2013 


A veces hay que simplificar. No por el tentador impulso de obviar matices para dar una idea general como definitiva, ni para flirtear con el siempre agradecido populismo. A veces hay que simplificar en favor de la síntesis y de la destilación de la esencia de un tema en cuestión, porque esa esencia lo es, básicamente, todo.

En su quinta edición, el Big Festival de Biarritz ha hecho honor a su nombre. No (sólo) por sus cuatro recintos, muy diferentes, que abarcaban desde el gran escenario a la condensación sudorosa del club. Tampoco por su cartel ecléctico y atractivo, que llevaba a los asistentes desde la clase de Rickie Lee Jones al desenfreno de The Bloody Beetroots y Two Door Cinema Club, el hip-hop deslenguado de Orelsan, el blues contemporáneo de Gary Clark Jr. o el funk histórico de George Clinton. Porque, a pesar de un cartel salpicado de grandes nombres, en cuanto se anunció la presencia de la histórica banda de Neil Young, el Big Festival de 2013 se convirtió, inmediatamente, en el festival de Young y Crazy Horse.

En honor a la síntesis y a la esencia, no podía ser de otra forma. Aunque hay que destacar otros conciertos, claro, porque la noche del viernes, los míticos Wu-Tang Clan pasaron como un torbellino por una asistencia asombrosamente plagada de hardcore fans. Tras ser calentado por el prometedor rapero francés Orelsan, el público se dejó infectar por la furia del Wu-Tang en un concierto urgente y sin respiro, con clásicos de la formación que levantaron una sincera complicidad entre un público que coreaba letras, botaba embrutecido y abrazaba la liturgia del Clan cada vez que alguno de sus miembros lo reclamaba. Nueve bestias pardas sobre el escenario (diez si contamos al fabuloso DJ Mathematics) claramente dirigidas por RZA (líder de facto de la banda) y Method Man, que se dejaron la piel interactuando con el público. El enorme Ghostface Killah, como es habitual, levantó el bolo en cada una de sus intervenciones, aunque tardó algunos temas en entrar en calor. Masta Killa, GZA, Inspectah Deck, U-God y Cappadona (que fue presentado como un miembro más en Biarritz) se mantuvieron en un lógico segundo plano, con breves despegues ocasionales, mientras que Raekwon, uno de los miembros del grupo más activos (discográficamente hablando), se quedó un poco atrás en varios aspectos, revelando sus carencias en directo. Tras una intensa hora de bolo, el Clan abandonó en el escenario sin un asomo de bis. Rápido, duro y en tu cara. Pero volvamos al gran día del festival.

Abrió la tarde del jueves Jonathan Wilson (uno de los grandes nombres del presente y futuro del rock americano, tomen nota), que tiró de su vena más folk-rock en Biarritz, haciendo sus habituales escapadas por la psicodelia y alardeando de un serio influjo Crazy Horse en temas más eléctricos (dejando clara su capacidad como guitarrista improvisando con su vieja Telecaster). Aunque Gary Clark (que salió al escenario justo después) viene precedido por su cacareada excelencia guitarrística, Wilson no se quedó atrás en cuanto a expresividad y rollo. Porque Clark es muy bueno, pero no todo va de tocar y cantar bien. Su directo se apoya tanto en sus (innegables) capacidades, como en una estructura tan medida que roza la monotonía en según qué tema, y que te lleva de un momento de escalofriante musicalidad a otro de tediosa ortodoxia festivalera. El tipo puede llegar muy lejos, siempre y cuando no se vaya por la rama AOR del blues.

Y entonces llegaron Neil Young & Crazy Horse. El uno con los otros, indivisibles y definitivos. Y yo tengo que explicar aquí lo que pasó después, lo que sonó en el concierto, y a qué sonó. Como si eso pudiese hacerse. Para escribir sobre este concierto, la hipérbole se hace común y mundana. Quienes nos dedicamos a patear salas de conciertos y festivales estamos acostumbrados a ver y escuchar mucho, y de todo, lo que no siempre es positivo. Uno acaba perdiendo la capacidad para sorprenderse, porque todos esos discos y conciertos caen en un enmarañado todo en el que la filia y la fobia juegan un papel tan importante como la perspectiva de miles de referencias. Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, un concierto emerge de forma celestial ante nuestros sentidos, fuera de toda categorización o comparación. Inesperadamente, nos sentimos ante un momento musical trascendente, colosal, histórico y volvemos a ser fans maravillados, exentos de ese poso de cinismo que nos deja la profesión. Entonces, escribir sobre ese concierto nos resulta tan ridículamente vacuo como fotografiar una tormenta, como describir el beso más memorable de tu vida o como explicar la vez en la que aquel disco cambió tu vida para siempre. No se puede. O, al menos, no bien. Puedo decir que los diez minutos de glorioso “Love And Only Love” que abrieron el concierto lanzaron al grupo –y al público– a la estratosfera, a una altura de la que nadie se movió durante dos horas. Puedo decir que hubo un momento de tensión en “Powderfinger” (cuando pareció que a Young le fallaba la voz) que quedó disipado tras “Psychedelic Pill” y el mastodóntico “Walk Like A Giant” de dieciséis minutos, en el que Neil nos cantaba que quería caminar como un gigante. Como si no lo hiciese ya.

Puedo contar que, tras diez minutos sobrecogedores de interludio ruidista, entre acoples y truenos simulados saliendo de los amplificadores, la canción inédita “Hole In The Sky” marcó el momento más intenso del concierto, con la banda en verdadero estado de gracia, justo antes de que Neil se quedase solo en el escenario con una vieja Martin D-28 para tocar su “Heart Of Gold” y el inmortal “Blowin’ In The Wind” de Dylan. Tras otro tema inédito al piano (ya con Crazy Horse), con “Ramada Inn” volvieron a poner la electricidad en órbita, cogiendo carrerilla con el adrenalínico “Sedan Delivery” y el contundente “Surfer Joe And Moe The Sleaze” para terminar en lo más alto con el inmortal “Rockin’ In The Free World”. Podría escribir todo esto, y en realidad seguiría faltando lo más importante: la conexión, dentro de la banda y con el público, y la sensación de presenciar algo irrepetible. Podría intentar explicar la emoción que se respiraba en el ambiente durante el bis, cuando tras “Mr. Soul” sonó el apabullante riff de “Hey Hey, My My (Into The Black)”, con ese característico sonido de guitarra retorcido. Pero no puedo más que contar los hechos.

Esto es lo que sonó en Biarritz; sin exageración ni misticismo de ninguna clase, un concierto para la historia. Y dentro de una gira providencialmente bautizada “Alchemy”, para más . Jonathan Wilson había dicho al final de su concierto que Crazy Horse era la “puta mejor banda del mundo”. Eso es simplificar. Pero también lo dice, básicamente, todo.

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