jueves, 30 de abril de 2015

La palmadita en la espalda del jazz (30 de abril de 2012)

Hace tres años tuvo lugar el primer "día internacional del jazz", denominado así por y amparado por la UNESCO. Yo me encontraba esos días en Paris con las fechas de un artículo pendiente pisándome los talones y, como las tomaduras de pelo me alteran, escribí esto al respecto, que fue publicado en ELPAIS.com el día de marras.

Tres años después pienso lo mismo. O más.


La palmadita en la espalda del jazz

Por: Yahvé M. de la Cavada | 30 de abril de 2012



Tenía que llegar este momento: por fin el jazz tiene su “día internacional”; y de mano de la UNESCO, además. Qué fuerte. Yo aún no me lo creo. Como jazzófilo esto debería significar muchísimo ¿no? Debería ser una merecida ración de reconocimiento, una enorme cucharada sopera de autoafirmación. ¡Escucha, mundo, el jazz está aquí! ¿Qué te creías? Entre músicos y aficionados, el rumor ha corrido como la pólvora. Ahora todo será diferente. Los grandes festivales (de jazz) programarán (solamente) jazz en sus escenarios importantes, Charlie Parker sonará en Pachá y en la universidad se darán cursillos sobre la figura de John Coltrane. Se dice que en la tele van a poner un programa con actuaciones en directo presentado por Frank Blanco, y que TVE repondrá “Jazz Entre Amigos” en prime time, y en la primera cadena; toma ya. Incluso he oído que todas las emisoras de radio dedicarán, a partir de ahora, varias horas a la semana a esta música, en largos programas didácticos y especializados. Tal es el impacto, que la mayor parte de ayuntamientos han prometido echar de las aceras a cualquier músico ambulante que no acredite convenientemente que está tocando puro y estricto jazz o, en su defecto, otra música reconocida por la UNESCO, faltaría más.

El jazz, ya saben, esa música histórica que cuenta con mucho menos apoyo institucional que la clásica; esa música en constante evolución y renovación que cuenta con mucho menos apoyo privado que el rock; esa música, en definitiva, de fusión amistosa con casi cualquier otro estilo, que no cuenta con el (re)conocimiento y/o apoyo de la mayoría del público. Pero tiene un “día internacional”. Joder, qué alivio. Estamos salvados.

La cosa la propuso Herbie Hancock, tal vez a raíz de una reflexión entre el hoyo 17 y el 18, para alegría y alborozo de todos aquellos a los que el jazz les suena molón, culto y superguay para fardar delante de amigos y vecinos, como quien pronuncia bien Truffaut y cita a Proust con la indolencia del erudito. Hancock, otrora jazzista excepcional y figura tan importante como insustituible en la historia de esta música, lleva unos años arrastrando impúdicamente su cadáver musical, mientras público casual y crítica de lengua curtida en mil nalgas le jalean. Ahora, vaya usted a saber por qué (añadan a su opinión, sea cual sea, una parte de ego y dos de promoción personal), sale con esto, aunque para llenar los zapatos de inmortales precedentes en la embajada del jazz, como Louis Armstrong o Dizzy Gillespie, le sobra fachada y le falta categoría.

Pero el bueno de Herbie nos ha conseguido un día del jazz. Será un gran evento y nos pondremos una etiqueta con nuestro nombre en la chaqueta, como en cualquier reunión conmemorativa intrascendente: “hola, soy”, impreso, y nuestro nombre escrito de manera indecisa con rotulador negro. Y todos podremos sentirnos partícipes del día del jazz. Comentaremos que la cerveza está caliente y los canapés un poco secos pero, sin embargo, el vino es estupendo. Aplaudiremos el recurrente discurso de “ha sido un largo camino para llegar hasta aquí, pero ha merecido la pena” y podremos decir que, después de esto, si el jazz no se viene arriba es porque no quiere.



Entiendo que, a estas alturas, esta sociedad ya no funciona sin paripés de este tipo pero, ¿por qué el jazz? Partiendo de que designar un “día de” es, de por sí, reduccionista y condescendiente, y que la mayor parte de veces sólo busca calmar ciertos flecos de conciencia social, hay que reconocer que el jazz es una nimiedad en comparación con muchas otras cosas que merecen atención antes que una doctrina musical, por fabulosa que sea. Por otro lado, desde el punto de vista cultural, el jazz es una corriente muy importante como para concederle un evento de pretendida repercusión internacional que, en realidad, parece un premio de consolación marginal, bienquedista y verbenero. Leyendo los objetivos se queda uno perplejo:
  • Celebrar el estilo musical único que representa el jazz.
  • Concienciar a la comunidad internacional sobre cuán necesario es el diálogo intercultural y la comprensión mutua.
  • Movilizar a la comunidad intelectual, los dirigentes políticos, artistas y gente de la cultura, así como instituciones culturales y educativas y a los medios de comunicación, para promover los valores relacionados con el jazz, eje del mandato de la UNESCO, y su papel de pioneros y su misión intelectual.
  • Reforzar la cooperación y comunicación internacional en el ámbito de la música jazz.

Pero, tras la lectura de esta retahíla de palabras vacuas, enseguida queda claro que “el día del jazz” se reduce, básicamente, a tres conciertos de superestrellas con mucha repercusión mediática, unos saraos en la sede de la UNESCO de Paris y algunas iniciativas domésticas creadas con buenas intenciones e inevitable oportunismo (como si no hubiese propuestas para apoyar al jazz a diario, casi siempre creadas desde la clandestinidad, por pura vocación y con cierta heroicidad).

La mayor parte de eventos a nivel mundial están cogidos por los pelos, aprovechando que la fecha cae en el día en el que ya había programado algo (en cuantos organismos se habrá dicho “oye, que es el día del jazz, ¿qué tenemos por ahí que cuadre ligeramente con el asunto?”). Ni siquiera desde EE.UU., raíz de la convocatoria y cuna del jazz: nada de seminarios, ni becas para estudiantes, ni proyectos para llevar el jazz fuera de sus propias fronteras, ni fundaciones para promoverlo, ni nada. A nadie, ni siquiera a Hancock, se le ha ocurrido promover la creación de un museo nacional del jazz (hay proyectos desde hace años, pero no presupuesto), la promoción de artistas noveles, de campamentos musicales para niños o yo qué sé. Algo útil, que sirva realmente para promover el jazz. Esto es más viejo que el ragtime: si la gente no va al jazz, hay que llevar el jazz a la gente. Pero, ¿tres conciertos con aires “VIP” y 30 segundos en los noticiarios?

La cuenta en Twitter del International Jazz Day, que tiene la friolera de 770 seguidores, pretende que el día del jazz sea trending topic –que es algo como superchuli– y en Malasia habrá un concierto de Kenny G. Y se supone que esto tiene que significar algo para un sector musical apaleado, ignorado por las corrientes principales debido a su supuesta intelectualidad y ninguneado por las altas esferas culturales por no tener suficiente entidad cultural.

Sé lo que dirán muchos, y es razonable: cualquier promoción del jazz es positiva. Pero claro, esto tiene muchos matices. Estoy seguro de que, a pesar de la promoción que hace el crimen organizado de Ciudad Júarez, muchos de sus habitantes no lo verán como algo tan positivo, al igual que, por muy acostumbrados que estén, los habitantes de Lepe preferirían ser conocidos por algo diferente a lo habitual.

Los músicos de jazz, los de verdad, lo tienen muy jodido como para que vengan cuatro estrellonas a hacerse una fiesta de colegas en su cara, y a su costa. Hay crisis para todos, sí, pero el jazz lleva en crisis mucho tiempo; ahora sólo es un poco más dura que ayer (pero menos que mañana). Los que saben de qué va la cosa, saben también que esto es lo que hay, y que no habrá mucho más, lo que no quiere decir que estén para aguantar chorradas. Si se va a gastar dinero en frivolidades (¿o es que Hancock y los suyos hacen todo esto gratis?) por lo menos que se hagan a costa de un sector que no necesite realmente el empuje institucional y educativo.

Por eso, si Herbie Hancock y la UNESCO quieren celebrar la importancia del jazz, tal vez sea mejor que empiecen por los colegios e institutos; que le den, desde la base, la pátina de importancia que merece en el origen y trascurso de toda la música popular del siglo XX. Estoy convencido de que se lo pueden permitir. Hasta entonces, no habrá día del jazz que valga. Sólo les resultará útil a quienes están con el cazo puesto y a quienes gustan de salir en la foto. A la gente que hace jazz, que vive de, por y para él, este circo le trae bastante sin cuidado.

© Yahvé M. de la Cavada, 2012 

lunes, 27 de abril de 2015

Billy Strayhorn's Septet - Cue for Saxophone (1959)

Billy Strayhorn, Cue For Saxophone, UK, Deleted, vinyl LP album (LP record), Felsted, FAJ7008, 541250El pasado sábado, tras un excelente concierto de Dave Douglas con su nuevo proyecto High Risk, mi amigo Rober me regaló este viejo elepé de Billy Strayhorn, una deliciosa sesión grabada en abril del 59 por, cómo no, un flamante septeto de ellingtonianos de altura como Russell Procope, Quentin Jackson o Shorty Baker, junto a la excelente rítmica de Al Hall y Oliver Jackson

El coprotagonista de la misma, Cue Porter, no es otro que el asombroso Johnny Hodges bajo seudónimo, probablemente por razones contractuales. No sé exactamente las circunstancias, aunque esta sesión, producida por el británico Stanley Dance y grabada en Nueva York, sólo fue editada originalmente en Inglaterra por el sello Felsted (la misma que tengo yo), y en sus pocas y sucesivas reediciones fueron siempre casas británicas las encargadas de recuperarla. 

En lo musical todo está dentro de lo esperable con los músicos implicados: interpretaciones finísimas y un swing terrible. La curiosidad reside precisamente en el papel de su líder, que se concentra más de lo habitual en su papel como pianista, firmando al alimón con Hodges tan sólo un par de piezas. Acostumbrados a que Strayhorn sea, ante todo, compositor y arreglista, da gusto verle en una sesión tan distendida limitándose a tocar su instrumento. 

jueves, 23 de abril de 2015

Fire! - (without noticing) (2013)


Fire! es un trío formado por Mats Gustafsson, Johan Berthling y Andreas Werlin. Todo lo que he escuchado de ellos (incluyendo lo grabado con Fire! Orchestra) es fabuloso. 
Este es el mejor disco que he escuchado este mes, sin duda.  

lunes, 20 de abril de 2015

Cult Of Luna (Bilbao, 27 de enero de 2013)



Reseña publicada originalmente en Mondo Sonoro en enero de 2013


Lo tenían todo en contra: lluvia torrencial, tarde de domingo y tocar en Bilbao a la misma hora del partido del sacrosanto Athletic. Afortunadamente, las nada favorables condiciones no impidieron a un buen puñado de aficionados , llenar el pequeño recinto(todo hay que decirlo) de la sala Sonora para disfrutar del aplastante directo de Cult Of Luna.


No es probable que los suecos estén acostumbrados a este tipo de escenarios, pero da gusto ver que una banda no se achica cuando tiene poco suelo bajo sus pies. Se supone que cualquiera gana en las  distancias cortas, pero, ¡cuidado! porque no siempre sucede así. Sin embargo, Cult Of Luna afrontaron su directo en Bilbao con la misma intensidad y crudeza que hubiesen tenido en un gran escenario, durante una hora y media en la que hubo pocas oportunidades para relajarse.

Presentaban “Vertikal”, su último álbum (aparecido sólo dos días antes), una nueva odisea sonora que gira en torno al "Metrópolis" de Fritz Lang y que se nutre de la enrevesada mezcla de estilos de la banda. Hace tiempo que los suecos son mucho más que los primos europeos de Neurosis. Su música es una imposible confluencia de doom, sludge, progresivo, space-rock y psicodelia que en directo se crece, gracias a la impresionante capacidad de la banda para trabajar con la intensidad y las dinámicas. Todo tiene un porqué en la música de Cult of Luna. Cada desarrollo, por largo que sea, suena natural e inevitable. Se podría hacer de otra forma, pero no mejor.

Para que esto funcione, la habilidad de la banda es imprescindible. Son siete tíos sobre el escenario: tres guitarras, teclado, bajo y dos baterías, y suenan perfectos, que ya tiene mérito. Lo normal en estos casos es encontrarse con cierto caos sonoro, pero los suecos dosifican y ensamblan cada parte de cada tema de forma milimétrica, jugando la nada fácil carta de tocar fuerte sin desmadrarse de volumen ni hacer rodar una informe bola acústica.

El repertorio se compuso de ocho temas (principalmente extraídos de “Vertikal”) cuidadosamente ordenados para que la cosa no decayese. Los desarrollos instrumentales empapados en psicodelia y post-rock se turnaban con pesados pasajes doom capaces de descoyuntar cualquier cuello que se les pusiese por delante. Predominó la desgarrada voz de Johannes Persson (parece que Klas Rydberg dejó la banda hace un par de meses), que recuerda a la de sus paisanos Meshuggah, también originales de Umea (por cierto, Fredrik Thordendal, guitarrista de Meshuggah, ha declarado más de una vez ser fan de Cult Of Luna). Parece mentira que de una localidad con poco más de 110.000 habitantes puedan haber salido bandas como estas dos o los acojonantes Refused.

Cult of Luna siguen creciendo y rompiendo fronteras estilísticas. Decir que hace post-metal es como no decir nada, pero es que es realmente difícil englobarles en un estilo. Lo que sí son es buenos. Y en directo, buenísimos.

jueves, 16 de abril de 2015

Donde vive la música

Texto publicado originalmente en Mondo Sonoro en abril de 2014, a cuenta de la celebración del Record Store Day (concretamente en Bilbao, aunque en general).
El próximo sábado hay una nueva cita con este evento mundial. Ve a una tienda de discos independiente y compra un disco. 


La gente suele preguntar, incrédula, si todavía se venden discos. En concreto, se preguntan si se venden fuera de esos zocos masificados y/o virtuales que pretenden erradicar el comercio independiente a golpe de cuota de mercado. Los discos, sí. Esas cosas redondas hechas de vinilo o de policarbonato y aluminio que, antes de internet, nos hicieron disfrutar tanto. Ahora siguen haciéndolo, aunque más discretamente, como tantas otras cosas que forcejean entre la obsolescencia y los vertiginosos cambios en nuestro consumo de ocio. Pero sí, aún se venden discos y, lo que es más sorprendente aún, se venden en tiendas independientes. Algunas llevan ahí toda la vida y han sabido capear el temporal de un mercado que se desmorona por momentos, y otras están emergiendo en la aridez de esa situación para colmar los anhelos de un público reducido, pero hambriento de música como dios manda.

Para celebrar esa vigencia se celebra el Record Store Day, un evento mundial centrado en el papel de la tienda independiente como espacio definitivo en el mundo del disco, que incide particularmente en la lenta pero firme resurrección del vinilo. Desde hace unos años, el RSD también se celebra en España, con decenas de tiendas participantes que venden ediciones exclusivas y organizan toda clase de eventos para la ocasión, desde sesiones de DJ a conciertos especiales. En Bilbao, una ciudad con muy pocas tiendas respecto a su volumen de población, el RSD de este año contó con actuaciones de lujo en dos tiendas, una veterana (Power Records) y otra recién nacida (La Casa de Atrás).

A lo largo de todo el día se sucedieron conciertos como los de Joseba B. Lenoir, We Are Standard, Francis (Doctor Deseo), Tremenda Trementina y Moon's Paranoid Weirdness en Power Records y Rubia, Santi Delgado y Dr. Maha en La Casa de Atrás. Programación y nivel que ya querrían para sí unos cuantos festivales, y que pusieron el foco sobre esos supervivientes de la debacle de la industria discográfica, esos melómanos convertidos en currelas del disco que siguen representando lo mejor que trajo la comercialización del soporte musical. Todo ello, por supuesto, gracias a la colaboración desinteresada de los artistas, transeúntes a su vez de cubetas y estantes de tienda de discos, que se prestaron a tocar en ellas por puro amor al concepto de las mismas. Tiendas que el resto del año siguen ahí, como trincheras culturales en las que unos cuantos aún pasan horas buceando entre discos en busca de ese objeto redondo y magnífico que, ya en su casa, le dará un poco de felicidad de cuando en cuando. De eso se trata, ¿no? 

lunes, 13 de abril de 2015

Neil Young & Crazy Horse / Jonathan Wilson / Wu-Tang Clan: Big Festival 2013 (Biarritz, 18 y 19 de julio de 2013)

Reseña publicada originalmente en Mondo Sonoro en julio de 2013 


A veces hay que simplificar. No por el tentador impulso de obviar matices para dar una idea general como definitiva, ni para flirtear con el siempre agradecido populismo. A veces hay que simplificar en favor de la síntesis y de la destilación de la esencia de un tema en cuestión, porque esa esencia lo es, básicamente, todo.

En su quinta edición, el Big Festival de Biarritz ha hecho honor a su nombre. No (sólo) por sus cuatro recintos, muy diferentes, que abarcaban desde el gran escenario a la condensación sudorosa del club. Tampoco por su cartel ecléctico y atractivo, que llevaba a los asistentes desde la clase de Rickie Lee Jones al desenfreno de The Bloody Beetroots y Two Door Cinema Club, el hip-hop deslenguado de Orelsan, el blues contemporáneo de Gary Clark Jr. o el funk histórico de George Clinton. Porque, a pesar de un cartel salpicado de grandes nombres, en cuanto se anunció la presencia de la histórica banda de Neil Young, el Big Festival de 2013 se convirtió, inmediatamente, en el festival de Young y Crazy Horse.

En honor a la síntesis y a la esencia, no podía ser de otra forma. Aunque hay que destacar otros conciertos, claro, porque la noche del viernes, los míticos Wu-Tang Clan pasaron como un torbellino por una asistencia asombrosamente plagada de hardcore fans. Tras ser calentado por el prometedor rapero francés Orelsan, el público se dejó infectar por la furia del Wu-Tang en un concierto urgente y sin respiro, con clásicos de la formación que levantaron una sincera complicidad entre un público que coreaba letras, botaba embrutecido y abrazaba la liturgia del Clan cada vez que alguno de sus miembros lo reclamaba. Nueve bestias pardas sobre el escenario (diez si contamos al fabuloso DJ Mathematics) claramente dirigidas por RZA (líder de facto de la banda) y Method Man, que se dejaron la piel interactuando con el público. El enorme Ghostface Killah, como es habitual, levantó el bolo en cada una de sus intervenciones, aunque tardó algunos temas en entrar en calor. Masta Killa, GZA, Inspectah Deck, U-God y Cappadona (que fue presentado como un miembro más en Biarritz) se mantuvieron en un lógico segundo plano, con breves despegues ocasionales, mientras que Raekwon, uno de los miembros del grupo más activos (discográficamente hablando), se quedó un poco atrás en varios aspectos, revelando sus carencias en directo. Tras una intensa hora de bolo, el Clan abandonó en el escenario sin un asomo de bis. Rápido, duro y en tu cara. Pero volvamos al gran día del festival.

Abrió la tarde del jueves Jonathan Wilson (uno de los grandes nombres del presente y futuro del rock americano, tomen nota), que tiró de su vena más folk-rock en Biarritz, haciendo sus habituales escapadas por la psicodelia y alardeando de un serio influjo Crazy Horse en temas más eléctricos (dejando clara su capacidad como guitarrista improvisando con su vieja Telecaster). Aunque Gary Clark (que salió al escenario justo después) viene precedido por su cacareada excelencia guitarrística, Wilson no se quedó atrás en cuanto a expresividad y rollo. Porque Clark es muy bueno, pero no todo va de tocar y cantar bien. Su directo se apoya tanto en sus (innegables) capacidades, como en una estructura tan medida que roza la monotonía en según qué tema, y que te lleva de un momento de escalofriante musicalidad a otro de tediosa ortodoxia festivalera. El tipo puede llegar muy lejos, siempre y cuando no se vaya por la rama AOR del blues.

Y entonces llegaron Neil Young & Crazy Horse. El uno con los otros, indivisibles y definitivos. Y yo tengo que explicar aquí lo que pasó después, lo que sonó en el concierto, y a qué sonó. Como si eso pudiese hacerse. Para escribir sobre este concierto, la hipérbole se hace común y mundana. Quienes nos dedicamos a patear salas de conciertos y festivales estamos acostumbrados a ver y escuchar mucho, y de todo, lo que no siempre es positivo. Uno acaba perdiendo la capacidad para sorprenderse, porque todos esos discos y conciertos caen en un enmarañado todo en el que la filia y la fobia juegan un papel tan importante como la perspectiva de miles de referencias. Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, un concierto emerge de forma celestial ante nuestros sentidos, fuera de toda categorización o comparación. Inesperadamente, nos sentimos ante un momento musical trascendente, colosal, histórico y volvemos a ser fans maravillados, exentos de ese poso de cinismo que nos deja la profesión. Entonces, escribir sobre ese concierto nos resulta tan ridículamente vacuo como fotografiar una tormenta, como describir el beso más memorable de tu vida o como explicar la vez en la que aquel disco cambió tu vida para siempre. No se puede. O, al menos, no bien. Puedo decir que los diez minutos de glorioso “Love And Only Love” que abrieron el concierto lanzaron al grupo –y al público– a la estratosfera, a una altura de la que nadie se movió durante dos horas. Puedo decir que hubo un momento de tensión en “Powderfinger” (cuando pareció que a Young le fallaba la voz) que quedó disipado tras “Psychedelic Pill” y el mastodóntico “Walk Like A Giant” de dieciséis minutos, en el que Neil nos cantaba que quería caminar como un gigante. Como si no lo hiciese ya.

Puedo contar que, tras diez minutos sobrecogedores de interludio ruidista, entre acoples y truenos simulados saliendo de los amplificadores, la canción inédita “Hole In The Sky” marcó el momento más intenso del concierto, con la banda en verdadero estado de gracia, justo antes de que Neil se quedase solo en el escenario con una vieja Martin D-28 para tocar su “Heart Of Gold” y el inmortal “Blowin’ In The Wind” de Dylan. Tras otro tema inédito al piano (ya con Crazy Horse), con “Ramada Inn” volvieron a poner la electricidad en órbita, cogiendo carrerilla con el adrenalínico “Sedan Delivery” y el contundente “Surfer Joe And Moe The Sleaze” para terminar en lo más alto con el inmortal “Rockin’ In The Free World”. Podría escribir todo esto, y en realidad seguiría faltando lo más importante: la conexión, dentro de la banda y con el público, y la sensación de presenciar algo irrepetible. Podría intentar explicar la emoción que se respiraba en el ambiente durante el bis, cuando tras “Mr. Soul” sonó el apabullante riff de “Hey Hey, My My (Into The Black)”, con ese característico sonido de guitarra retorcido. Pero no puedo más que contar los hechos.

Esto es lo que sonó en Biarritz; sin exageración ni misticismo de ninguna clase, un concierto para la historia. Y dentro de una gira providencialmente bautizada “Alchemy”, para más . Jonathan Wilson había dicho al final de su concierto que Crazy Horse era la “puta mejor banda del mundo”. Eso es simplificar. Pero también lo dice, básicamente, todo.

jueves, 9 de abril de 2015

Peter Brötzmann & Peeter Uuskyla - Born Broke (2006)


[Brötzmann.jpg]
Reseña publicada originalmente en Tomajazz en abril de 2008: 
Peter Brotzmann está en un momento impresionante. A pesar de ser tradicionalmente uno de los grandes free-blowers del jazz europeo, y de la aparente dureza de su música, por todas partes aparecen grabaciones suyas que, si bien no son amables o ligeras, resultan siempre diferentes e interesantes, yendo mucho más allá de tocar fuerte y hasta el infinito.

A pesar de la desaparición de su mejor grupo pequeño (Die Like A Dog), Brotzmann ha sabido montar una serie de pequeñas unidades realmente interesantes para complementar sus grandiosas obras con su Chicago Tentet. Tanto Sonore como su cuarteto con Joe McPhee, la Wild Mans Band o el Full Blast Trio son diferentes caras de una misma personalidad, la del excelente saxofonista alemán. Su capacidad para interactuar con los miembros de estas y otras pequeñas formaciones es la llave para producir música tan diferente con unos y con otros. 

En este caso hay que partir de que el dúo con un batería es, desde su propia concepción, un terreno árido y difícil de afrontar. Además, dada la estética en la que Brotzmann tiende a moverse, esta colaboración con el batería sueco Peeter Uuskyla podría desembocar en una orgía paroxística, agresiva, ruidosa y desbocada. Pues bien, nada más lejos de la realidad; contra todo pronostico, Born Broke es un disco reflexivo, intenso pero contenido y también, aunque de forma muy personal, introspectivo.

En muchos momentos, Uuskyla despliega desarrollos rítmicos continuos y muy sincopados, juega mucho con la intensidad y mantiene en todo momento a Brotzmann paralelo a su propio discurso. Nadie arrastra a nadie, con lo que el dúo resulta muy democrático, pero sobre todo, un alarde de improvisación bicéfala que mantiene el interés del oyente en todo momento.

Born Broke, una vez más, confirma que Brotzmann es una apuesta segura. A veces dura, a veces impactante, pero siempre interesante y creativa. 

lunes, 6 de abril de 2015

Fredrik Nordström Quintet - Live In Coimbra (2005)


Reseña publicada originalmente en Tomajazz en febrero de 2009:
Lo que es la distribución. Siempre he pensado que, si Fredrik Nordström hubiese grabado en sellos con mejor distribución o, al menos, algo más accesibles, estaría mucho mejor considerado. Tampoco es que sea el salvador del saxo tenor europeo pero es, sin ninguna duda, una de las voces más interesantes que vienen del norte. Su estilo conjuga la tradición norteamericana con la sensibilidad europea y, como ocurre con los buenos, es difícil de encasillar. 

Esa resistencia a dejarse definir rápidamente es la que reina a lo largo de su último CD, Live In Coimbra. Con un quinteto de lujo, Nordström ofrece un concierto especial, una de esas actuaciones que se disfrutan de principio a fin y a las que prácticamente no les sobra nada. 

Fredrik Rundqvist y el genial Mattias Ståhl son habituales de Nordström y saben bien lo que se hacen, siendo el contrabajista Torbjörn Zetterberg quien menos destaca dentro del quinteto. Para ser justos, hay que decir en su defensa que, cuando se grabó este concierto, acababa de aterrizar en el grupo para sustituir ni más ni menos que a Ingebrigt Haker-Flaten.

Lo que sería la frontline, formada por Nordström y Mats Äleklint, alcanza momentos verdaderamente gloriosos, tanto como solistas como tocando al unísono. Äleklint, a quién pudimos escuchar en el estupendo Every Woman Is A Tree del grupo Angles, también está de sustitución (reemplazando a Magnus Broo, otro que tampoco es fácil de suplir…), y cubre la papeleta con algo más que oficio. Su tremenda implicación es una de las claves del éxito del concierto. Otra de esas claves es el vibráfono de Ståhl, pero, ¿en qué disco en el que participa no lo es? 

Nordström no sólo tiene una buena banda; tiene buenos temas, las ideas claras y un gran dominio del instrumento. Su estilo multirreferencial puede recordar a Rollins tanto como a Shepp o Ayler, pero tiene un carácter personal que le hace muy interesante. 

La música que estos cinco instrumentistas tocaron en Coimbra aquella tarde de noviembre suena terriblemente espontánea y fresca y, aunque utiliza códigos y lenguajes clásicos dentro del jazz, la sensación de modernidad no se resiente. Verlo en directo debió de ser una gran experiencia. Los demás nos conformamos con escuchar un gran disco, lo que, bien visto, no es precisamente poca cosa. 

jueves, 2 de abril de 2015

Fight The Big Bull - Dying Will Be Easy (2006)


Reseña publicada originalmente en Tomajazz en enero de 2009: 
¡Madre mía, pero esto qué es! Uno cree que conoce, más o menos, a las nuevas voces de la escena y un buen día descubre una banda como Fight The Big Bull. Capitaneada por el guitarrista, compositor y arreglista Matt White, el grupo se presenta con una curiosa instrumentación (trompeta, saxo tenor, clarinete, dos trombones, guitarra, contrabajo, batería y percusión) y un pedazo de disco bajo el brazo. 

Dying Will Be Easy tiene retazos de Mingus, de Ellington, de Carla Bley, de los Lounge Lizards y de Sex Mob, entre otros. Todo ello está comentado con una lucidez pasmosa por Steven Bernstein (que parece una influencia mayor en la música de White) en las impagables liner notes del CD. Pero aquí hay mucho más que influencias. Hay una banda madura, unos arreglos fantásticos y un concepto que, si bien está repleto de tradición, resulta de lo más contemporáneo. 

Además de la pluma de White, hay que destacar la labor de unos músicos sólidos y eclécticos. A algunos de ellos se les puede escuchar en el debut del cantautor indie Josh Small, Tall by Josh Small, y otros llevan mas tiempo en la palestra, como el inquieto batería Brian Jones (un tipo lleno de proyectos) o el excelente saxofonista J.C. Kuhl, ambos miembros de la banda Agents of Good Roots. Entre el punzante contrabajo de Cameron Ralston y la sutil guitarra del líder (más sorprendente e ingeniosa que impresionante), hay un puñado de solos de altura firmados principalmente por Kuhl y Bob Miller. 

Pero Dying Will Be Easy suena colectivo hasta el extremo y es imposible entenderlo como un grupo de voces independientes. La propuesta es fresca y emocionante, y solo se le puede recriminar la corta duración de este debut (algo menos de treinta y dos minutos). Aunque si hubiese durado el doble, probablemente seguiría haciéndoseme corto. 

otros días, otros discos

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