lunes, 29 de diciembre de 2014

Chris Potter - Song For Anyone / Follow The Red Line – Live at the Village Vanguard (2006/2007)

 

Reseña publicada originalmente en Tomajazz en enero de 2008: 


Chris Potter es un caso extraño. Es sin duda uno de los saxofonistas más importantes de su generación, dueño de una técnica asombrosa y de un discurso construido cuidadosamente con el que desarrolla habitualmente improvisaciones inteligentes, creativas y muy elocuentes. Sin embargo, es en su larga trayectoria como sideman en la que ha perfilado sus mejores momentos. Sus aportaciones a la música de Dave Holland, Scott Colley, Edward Simon, Kenny Werner, Paul Motian, Dave Douglas, Billy Hart, Steve Swallow o Alex Spiagin entre otros, han colmado nuestros oídos de gozo en incontables ocasiones. 

Siempre versátil, casi siempre interesante y en ocasiones verdaderamente brillante, su carrera como líder ha sido, paradójicamente, una descorazonadora sucesión de discos bienintencionados pero, por lo general, de muy inferior calidad a su trabajo como sideman. Por supuesto que tiene discos interesantes como Introducing Chris Potter (criss cross, 1994) Moving In (concord, 1996) o Unspoken (concord, 1997), pero no llegan al nivel de muchas de sus colaboraciones. Asimismo, grabaciones mas recientes como Traveling Mercies (universal, 2002) o Lift: Live at the Village Vanguard (sunnyside, 2004), son lamentables tropiezos en una discografía que debería, por fuerza, haber sido mucho mas sólida. 
Cuando apareció Underground (sunnyside, 2006), resultó una gran alegría. El saxofonista parecía querer ir en una nueva dirección y, sin ser un disco extraordinario, reúne una serie de ideas muy interesantes y marca el rumbo que le hará desembocar en los discos que nos ocupan. Dos discos que han traído a Potter la gloria merecida y tanto tiempo reclamada. Dos grabaciones muy diferentes en su concepción que comparten un vínculo además de su titular: la altísima calidad de ambas. 

Song For Anyone, producido por Dave Holland y con Potter liderando un tenteto de ensueño, contiene diez originales tratados de manera muy inteligente. Los arreglos, obra del propio Potter, son siempre interesantes y más que apoyar, dan color y profundidad a las intervenciones del líder, que es también el principal solista. Esto no quiere decir que no haya grandes solos de otros miembros del grupo, de los que destacaremos el clarinete de Greg Tardy, el violín de Mark Feldman y el fagot de Michael Rabinowitz. 

Follow The Red Line sirve como contrapartida a Song For Anyone, por ser una grabación en directo con su cuarteto eléctrico Underground, y esto ya son palabras mayores. El grupo es perfecto, con una complicidad impresionante entre Nate Smith, Adam Rogers y uno de los más grandes teclistas de los últimos años: Craig Taborn. Desde el primer minuto del CD hasta el último, se respiran intensidad, pasión, contundencia y creatividad en uno de los mejores discos que he oído en muchísimo tiempo. No hay una sola nota que no sea la que tiene que ser y, aunque todos improvisan magníficamente, Potter construye algunos de los mejores solos de su carrera. 

En estado de absoluto éxtasis por las repetidas escuchas de Follow The Red Line, fui a ver a Underground en directo durante el pasado Festival de Jazz de Madrid. Mis expectativas no solo se vieron cubiertas, sino que fueron superadas por una banda en estado de gracia que es, sin ninguna duda, una de las mejores del momento. Además, a excepción del tema "Viva Las Vilnius", tocaron un repertorio completamente diferente al CD (versión del "It Ain’t Me Babe de Bob Dylan" incluida) que promete una futura entrega discográfica. Yo, desde luego, no creo que pueda esperar.

lunes, 15 de diciembre de 2014

11 JAZZTOPAD FESTIVAL (Wroclaw, Polonia, 13 a 23 de noviembre de 2014)


"Tal vez si yo fuese tan maniático del control como él sería igual de prolífico". Lo dice entre risas Pheroan akLaff de camino al Wroclaw Philarmonic Hall, donde en una hora Wadada Leo Smith presentará su composición Solidarity para el afortunado público del festival Jazztopad. La premiere no tiene lugar en esta preciosa ciudad de Polonia por casualidad: es el festival y su director artístico, Piotr Turkiewicz, quien encargó al trompetista una gran pieza con la lucha por los derechos de los trabajadores a lo largo de la historia y el planeta. La asociación se vuelve natural desde la primera nota. Bien pensado, el carácter comprometido y solidario de Wadada y su obra siempre fue más allá de las reivindicaciones raciales y sociales expuestas en Ten Freedom Summers, con lo que la apuesta resulta ir mucho más allá de lo musical. Tras una selección de la mencionada Ten Freedom Summers, Solidarity levanta el vuelo en Polonia y sólo muestra la punta del iceberg de lo que podría ser. El encargo se ha convertido en la semilla del próximo proyecto a gran escala de Smith. Ni él mismo sabe a dónde le va a llevar.

El auditorio se mantiene en suspenso a lo largo de toda la pieza, dejándose invadir sensorialmente por la orquesta sinfónica NFM, el Golden Quartet del trompetista –con unos siempre exultantes Anthony Davis, John Lindberg y Pheroan akLaff– y el toque mágico de Jesse Gilbert, hombre en la sombra que tiene más que ver con el trabajo reciente de Wadada de lo que podría parecer. Gilbert, que casualmente tiene antepasados polacos, desgrana imágenes de la lucha obrera sacadas de multitud de épocas y países (ninguna de España; ¿casualidad?... Dejémoslo), completando la experiencia de Solidarity.

Experiencia es la palabra. Wadada dice que ya tiene casi una decena de piezas escritas para la gran obra que germina a partir de Solidarity, y que esta será más grande y majestuosa que su predecesora, lo que convierte al estreno en Wroclaw en algo mucho más grande que una comisión. Un concierto para la historia recién inaugurado el Jazztopad de este año, nada menos.

Aunque el del día siguiente no se quedaba atrás, con otro encargo del festival, esta vez a un músico tan brillante como poco reivindicado: el fascinante chelista Erik Friedlander. Quienes se atreven a asomarse más allá de lo que ha aportado a los múltiples universos de John Zorn, saben que la música de Friedlander es rica, variada y compleja. Su carrera abarca desde la improvisación libre a los arreglos de cuerda de bandas de rock como The Mountain Goats, y en ella ha alcanzado la excelencia como intérprete, compositor, arreglista e improvisador. A pesar de ello, Friedlander no es fácil de ver como líder en Europa, y menos aún en las circunstancias de su presencia en Jazztopad. Tras la proyección y posterior charla-presentación del documental "Nothing On Earth", cuya banda sonora está firmada por el chelista, un programa doble extraordinario nos brindó otro de los conciertos del festival. La primera parte del mismo recuperaba uno de los proyectos más fascinantes de Friedlander, Block Ice and Propane, escrito a partir de los recuerdos de sus veranos de infancia y adolescencia viajando en caravana con sus padres y hermana por Estados Unidos. El padre del chelista es el famoso fotógrafo Lee Friedlander, que utilizaba estas largas travesías para fotografiar diferentes aspectos de la sociedad norteamericana, mientras el joven Erik iba generando recuerdos para, muchos años después, escribir un puñado de composiciones fascinantes. En ellas, la música tradicional americana se filtra en el instrumento de Friedlander generando un caleidoscopio de influencias expresadas emotivamente por el chelista en solitario, acompañado tan sólo de fotografías familiares que se sucedían en una gran pantalla sobre el escenario. Un concierto verdaderamente memorable, por íntimo, personal y musicalmente sofisticado.

A este le sucedió una nueva comisión del festival: un concierto para chelo y orquesta que mostró una faceta diferente, aunque igualmente fascinante, del compositor. En ella se fundían elementos de música clásica e improvisación, con ese inevitable tinte del downtown neoyorquino del que Friedlander es máximo exponente. La obra contenía giros y pasajes enrevesados y muy ingeniosos, y la comunión entre el chelo solista y la Orquesta Sinfónica NFM fue ejemplar en todo momento. Un perfecto e irrepetible final para un día protagonizado por un músico que merece mucha más atención.
Al día siguiente, la cita era con una figura mítica de la música. Ni siquiera diremos jazz, porque él diría Ethio-Jazz, esa especie de subgénero desarrollado y popularizado por otro de los cabezas de cartel del Jazztopad de este año: Mulatu Astatke. No se lo podemos negar; Astatke representa, no sólo la vigencia de un estilo con ciertos lugares comunes que le dan su personalidad, sino la capacidad para mantenerse en forma, con credibilidad y sustancia, medio siglo después de "inventar" el Ethio-Jazz. Su concierto en Wroclaw era uno de los más esperados y no defraudó un ápice. Acompañado por una sólida banda de músicos británicos, el africano tocó y dejo tocar, se lució y dejó que su banda fuese mucho más que una comparsa para la estrella. El vibráfono de Astatke fue el protagonista, a base de buen gusto e improvisaciones infalibles, y luminarias de la improvisación británica como John Edwards y Byron Wallen también nos brindaron momentos de gran nivel en un concierto que dio todo lo que prometía. Y prometía mucho.

Pasado el fin de semana, las propuestas de Jazztopad bajaban el listón en aforo y popularidad, pero no en riesgo, compromiso ni calidad. Así lo sentenciaba el arrollador concierto de Cortex el lunes por la noche en Mleczarnia, el club en el que cada noche se celebraban las inefables jam sessions del festival. Así, abrigados por las paredes de piedra de la planta subterránea del club, el cuarteto noruego disparó un concierto certero e intenso, de los que le dejan a uno clavado a la silla. La banda recoge el testigo de lo mejor del free-bop reinterpretado vía europea, recordándonos los inicios más efervescentes de formaciones como Atomic, aunque desde una perspectiva más clásica o, mejor dicho, ortodoxa. Esto no quita que Cortex tenga mucho y muy interesante que decir, con especial mención al saxofonista Kristoffer Alberts, que en Wroclaw estuvo particularmente brillante.

A partir de aquí es cuando el festival se reinventa dentro de la propia edición, dejando que sus propuestas se ramifiquen hacia un perfil más especializado, haciendo hincapié en lo que todo festival debería hacer: potenciar la oferta y la presencia de músicos nacionales, diseñando un retrato de la propia escena con la misma intensidad con la que se programa a los cabezas de cartel. Así, durante dos días el festival ofreció 9 conciertos de otros tantos grupos polacos, todos ellos remarcables,  aunque algunos muy destacables, como los de Maciej Obara, Adam Baldych, Piotr Orzechowski, Flesh Machine o Piotr Damasiewicz,  y otros extraordinarios, como los de Waclaw Zimpel y el Tom Trio. El conjunto reveló una escena tan desconocida como rica y llena de talento. Solistas, compositores, líderes… El potencial visto en Jazztopad es envidiable para cualquier país, y continúa una larga tradición que, aunque relativamente oculta, lleva curtiéndose durante generaciones.

Pasado el capítulo del producto patrio, llegó el del intercambio cultural, otra de las señas de identidad del festival, con una excepcional representación proveniente de Turquía y Corea de mano del festival de jazz de Akbank. De vuelta en el Wroclaw Philarmonic Hall, un exótico programa doble nos llevó por sonidos interculturales en la penúltima noche del festival. Abría el prodigioso maestro de la darbuka Misirli Ahmet, en un recital en solitario que dejó claro por qué está considerado como uno de los grandes percusionistas de nuestro tiempo. Lo que podría haber sido un recital tedioso –por limitado instrumentalmente– fue una auténtica maravilla de compases imposibles y del acercamiento a la percusión más visceral y orgánico, en forma de pura interpretación y locuacidad. Un perfecto aperitivo para el caleidoscopio musical de MosaiKorea, una formación en la que confluyen el jazz, la música tradicional coreana y toda la fusión que pueda generarse entre ambas. En un subyugante recital, con un gran sentido del clímax sonoro y de la tensión instrumental, la formación dirigida por Yoon Jeong Heo derribó barreras musicales, geográficas y generacionales, integrando con firmeza elementos muy dispares para producir una música única que evita cualquier catalogación genérica. Rica en colores y matices, la propuesta de MosaiKorea apuntaló de nuevo la vieja idea de que el jazz tiene de todo, menos límites.

Excepto los logísticos; aunque más que de límites deberíamos hablar de obstáculos. Así se desarrolló el concierto de clausura del festival, que originalmente iba a ser un encuentro único entre Pharoah Sanders, Joachim Kühn y Trilok Gurtu, después se transformó en un concierto del cuarteto de Sanders y, en el último momento, tuvo que reinventarse con una auténtica pirueta organizativa: ante la repentina falta del pianista de Sanders, William Henderson, el célebre guitarrista Kurt Rosenwinkel acudió en el último momento desde Berlín, donde reside, para ocupar su lugar. Así, lo que se planeó originalmente como un encuentro histórico, se convirtió en otro muy diferente, aunque también histórico. Claro está que, sobre el papel, la idea original del festival era mucho más estimulante, pero el improvisado tándem Sanders-Rosenwinkel supo caer de pie y facturar un concierto muy competente. A pesar de las dificultades de cambiar un pianista de gran raíz negra por un guitarrista cocinado al fuego de Berklee, Sanders sigue siendo, a su edad, un gigante. La furia y la búsqueda han podido quedar atrás, pero queda el saber hacer y, sobre todo, el sonido. Ese sonido. Rosenwinkel –un poco errático pero muy sólido en sus acompañamientos– y el resto de su cuarteto le flanquearon bien, sin asumir grandes riesgos, y Sanders lo aprovechó para no dejarse nada en el saxo. Lo entregó todo, como sólo los grandes veteranos pueden hacer, y Wroclaw se rindió a sus pies.
Un gran final para un gran festival,  que no se entendería sin la sección que complementó su clausura en esos últimos días. El grupo Konstrukt, autoerigidos embajadores del free jazz turco, extendieron su invitación al festival mucho más allá de su –por otro lado muy decepcionante– concierto del viernes. Los turcos se dejaron deconstruir (permítanme el juego de palabras) a lo largo de las horas de sol del sábado y domingo, haciendo elogio del jazz en su más pura esencia: encuentro, comunicación e ideas compartidas.

En una de las iniciativas más fascinantes que quien esto escribe ha visto en un festival jamás, Jazztopad espolvoreó esas últimas jornadas con una sección itinerante llamada “concerts in living rooms” (conciertos en salas de estar) que, desde su extremada espontaneidad e intimidad, brindó algunos de los momentos más emocionantes del festival. Con aforos por fuerza muy reducidos y una laberíntica localización que abarcaba varios puntos de la ciudad, pudimos ver a músicos turcos, polacos y coreanos interactuando en muy diferentes formatos y con una sola cosa en común: la espontaneidad más descarnada y el salto sin red definitivo que es improvisar junto a otros músicos sin tener idea de qué va a pasar. Evidentemente hubo de todo, pero solistas como Maciec Obara, Mateusz Rybicki, Korhan Futaci, Piotr Damasiewicz o el jovencísimo Jakub Kurek brillaron con luz propia, con especial mención a los coreanos Yongha Kim y Aram Lee, que nos dejaron sin habla en una pequeña salita de un viejo edificio construido en la época alemana de la ciudad.

Después de 10 días de música variada y excelsa, con lo que nos quedamos es precisamente con ese afán por la pureza y por la lealtad hacia los principios más básicos de la música improvisada. La intimidad y compromiso de esos pequeños conciertos, en sitios tan mundanos como un salón de una casa particular o un lujoso apartamento en un rascacielos, dan el mejor reflejo de un festival que hace de ese compromiso y esa pureza su buque insignia. Ahora que lo conocemos, resulta difícil imaginarse la escena jazzística europea sin el jazz que suena en Polonia y, más concretamente, en Jazztopad.


otros días, otros discos

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...