lunes, 29 de junio de 2015

Bilbao BBK Live 2011: The Black Crowes, Thirty Seconds To Mars, Jack Johnson, Les Savy Fav, M-Clan, Chemical Brothers… (7 de julio de 2011)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de julio de 2011

Bilbao BBK Live 2011: El apoteosis de Black Crowes y el sonrojo de Thirty Seconds To Mars

Los hermanos Robinson ofrecen un concierto inolvidable, M-Clan no encuentran su lugar, Jack Johnson expande su buen rollo y la banda de Jared Leto llega por momentos a la vergüenza ajena. Se cierra el festival con récord de asistencia. Por Yahvé M. de la Cavada


Imagen principal de la noticiaSe veía venir. Sólo por la marabunta que fue a ver a Coldplay el primer día, se podía oler el récord de asistencia de la historia del festival. Los 35.000 asistentes del sábado confirmaron ese dato, que asciende a unos 103.000 personas en tres días. Y en esta última jornada del festival quedará para el recuerdo el impresionante concierto que dieron los Black Crowes, el más destacado de esta edición. A M-Clan les faltó su público y los intrascendentes Thirty Seconds To Mars tocaron, como quien dice, exclusivamente para el suyo. Jack Johnson hizo gala de la tranquilidad y el buen rollo que le caracteriza y los Chemical Brothers pusieron a todo el mundo a botar. La sorpresa del día vino de los vespertinos Les Savy Fav.

En todo festival tiene que haber una banda que la líe. Siempre está bien que alguien se tire al público, rompa algo o regale gestos obscenos al respetable; lo que sea, con tal de mantener la boca de los presentes abierta durante un rato. Eso es lo que hicieron Les Savy Fav, un quinteto neoyorquino liderado por el escatológico y enloquecido Tim Harrington. La banda empezó en la escena post-hardcore pero lleva ya unos cuantos años facturando una especie de post-punk clásico que suena realmente bien. Harrington se pasó tanto tiempo en el escenario como en la pista, abalanzándose sobre la gente, exhibiendo atuendos extravagantes y provocando la histeria allá por donde pasaba.

Consiguió cantar manteniendo el equilibrio sobre una silla sujetada por miembros del público y mantuvo la expresión de los presentes entre la sorpresa y el desagrado, a cuenta de lavarse la cara con cerveza, meterse sus propios calcetines en la boca y alardear de las posibilidades de fluctuación de su oronda barriga. Puro espectáculo. La gracia es que todo lo hizo sin dejar de cantar ni un segundo, y muy bien, además. Un auténtico concierto punk en un festival que, tal vez, no estaba preparado para un lunático como Harrington.

M-Clan, que en salas tienen un gran espectáculo, se encontraron un poco desubicados dentro del festival. El suyo fue un concierto para sus seguidores en el que apostaron por un repertorio poco festivalero que no consiguió enganchar a los no tan fans. La gente miraba al escenario estática, esperando que ocurriera algo o que sonasen temas conocidos con los que engancharse. Roto por dentro casi lo consiguió, pero hubo que esperar a las versiones para que la banda generase revuelo. Su adaptación de la canción de Rod Stewart, Maggie May (aquí como Maggie despierta, con una cita a Te quiero, de Calamaro) y una apañada versión del Baba O’Riley, de los Who, fueron las más celebradas.

Cuando empezó el concierto de Thirty Seconds To Mars, no cabía un alfiler en el recinto. Muchos de ellos atraídos por la figura de su cantante y líder, el también actor Jared Leto. Él y sus colegas deben pensar que ser Placebo es fácil; lástima que se olvidasen del asunto del talento. Leto ni canta, ni toca, así que tira de lo que otras estrellas de medio pelo en sus mismas circunstancias: hacer gala de lo mucho que se quiere. Desde el primer momento, su concierto se basó en una excesiva colección de muletillas de directo, gritando al público que saltase, que cantase y que le adorase.

Su legión de fans, eminentemente femenina y muy joven, se entregó a los encantos del actor, pero gran parte del público observaba extrañado el espectáculo preguntándose qué tenía de especial todo aquello. Leto pidió al público que corease el estribillo de Search and destroy mientras la letra de la canción se proyectaba en las pantallas (haciendo más evidente aún lo ridículo de la misma) y, al no encontrar respuesta, paró el tema y soltó un discurso al personal hasta que lo consiguió. En ese momento, no sé por qué, recordé aquella estupenda escena de El club de la lucha en la que a su personaje le parten la cara a base de bien.

Por lo menos había lucecitas y videos absurdos y Leto se tiró el rollo subiendo a casi un centenar de fans al escenario en un momento bastante quedón; pero, de música, nada de nada. Un último apunte: ver a Leto cantar con su guitarra acústica un tema contra la guerra, mientras en las pantallas se proyectan fotos de soldados y citas de Einstein o Platón, es una de las cosas más obscenas que se pueden ver sobre un escenario. Y ver al batería del grupo simular que toca una intro disparada por un secuenciador es, sencillamente, patético. Adonde va a llegar esto del playback, madre mía…

Jack Johnson atrajo a más gente de la que podría parecer en un principio y, aunque un poco fuera de lugar, hizo lo suyo con humildad y maestría. Todos sabemos que Johnson mola realmente cuando uno está tumbado en la playa, con solete, daiquiri en mano y el mar cerquita. Sus canciones de espíritu surf son tan achuchables como él, y un festival como este parece que le queda un tanto sobredimensionado.

La verdad es que más de seis canciones suyas adormecen un poco pero, en Bilbao, Johnson consiguió provocar sonrisas cómplices con Better together, Banana Pancakes e incluso que el público cantase Bubble toes y Upside down. Tocó bajito, estuvo sonriente en todo momento y nos dejó a todos con un buen rollo considerable.

Lo de los Black Crowes fue tremendo. ¡Menudo concierto! No hay comparación con nada de lo vivido en esta edición del festival: los Crowes salieron a matar y se llevaron las dos orejas y el rabo. Noventa minutos sobre el escenario que parecieron treinta, como mucho, de lo rápido que se pasó el concierto. Más de 20 años después de su nacimiento, los Black Crowes siguen siendo una de las mejores bandas de rock del mundo y, en directo, se posicionan también como una de las mejores de la historia del rock sureño, a la altura de los Allman Brothers clásicos o de las primeras formaciones de Lynyrd Skynyrd.

Hablamos de palabras mayores, no de un simple concierto de rock. Otras bandas construyen sus repertorios colocando estratégicamente sus temones aquí y allá, para que la cosa no decaiga. Los Black Crowes empezaron con trallazos como Hotel Illnes o Jealous again, y nos preguntamos cómo es que soltaban la artillería pesada al principio. Enseguida lo entendimos. El concierto no tuvo algunos temones, sino que fue todo temones, de principio a fin. La gente bailaba, gritaba, saltaba y se tiraba por el suelo, fuera de control.

Ni cuando la banda optaba por la improvisación, con solos guitarreros de electricidad desbordante, se detenía la maquinaria. Quienes aún echan de menos la guitarra de Marc Ford solo tienen que acercarse a un concierto de los Crowes para ver lo que hace Luther Dickinson con seis cuerdas y un slide; a su lado, Ford parece pequeñito, pequeñito. La intensidad que genera la guitarra de Dickinson junto a los Crowes ha llevado al grupo a otro nivel. Si con sus North Mississippi All-Stars ya es alucinante, imagináoslo codo a codo con los hermanos Robinson.

Según se acercaba el final, la banda pagó su deuda con Otis Redding y su clásico Hard to handle, poco antes de atacar como bis el tema más esperado de la noche, el glorioso Remedy. Sí, Coldplay estuvieron bien; y lo de Suede fue grande, pero el concierto del festival fue cosa de unos caballeros de Georgia que no necesitaron de numeritos, escenarios apabullantes o giros efectistas. Son seis tipos sobre un escenario, tocando rock and roll sin conservantes ni colorantes. Puro y auténtico.


El contraste de la descarga rockera de los Crowes con la electrónica obsesiva de los Chemical Brothers podría trocear las neuronas del musiquero más ecléctico, pero Ed Simons y Tom Rowlands hicieron bailar a decenas de miles de personas sin pestañear. Su rollo se ha quedado un poco anticuado, pero son tan influyentes que, a su manera, ya son unos clásicos en su género. Ni la lluvia contuvo al embrutecido público que botó al ritmo de los Brothers durante hora y media, sin pensar en consecuencias. Ya conocéis el dicho: “Mañana neumonía, pero esta noche alegría”.

jueves, 25 de junio de 2015

Bilbao BBK Live 2011: The Mars Volta, TV On The Radio, Vetusta Morla, Kasabian, Suede, Kaiser Chiefs, !!!... (8 de julio de 2011)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 9 de julio de 2011

Bilbao BBK Live 2011: Colosales Suede e inadvertidos Kaiser Chiefs

Un ardiente Brett Anderson despluma a Ricky Wilson y los suyos. También triunfaron los chamánicos The Mars Volta y los incendiarios TV On The Radio. Kasabian, regular. Por Yahvé M. de la Cavada

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Era la jornada del britpop, pero se colaron en la fiesta los yanquis. De los ingleses triunfaron rotundamente Suede y dejaron fríos tanto Kasabian como Kaiser Chiefs. De los americanos, el público se dejó arrastrar, ¡y a plena luz del día!, por los vendavales de The Mars Volta y TV On The Radio. Con las dos primeras del BBK Live cubiertas, el festival ya está a punto de superar las cifras de asistencia del año pasado. Va a resultar que el eclecticismo funciona.

Muchos no entendimos el horario programado para una banda como The Mars Volta, a las 18:20 de la tarde y bajo un sol abrasador. Con la música que hacen nunca serán cabeza de cartel en un festival de estas dimensiones, pero su horario natural debería ser, como mínimo, nocturno. Su directo es un auténtico mazazo en la cara, ruidoso, melódico, caótico y sexual, con la actitud de Cedric Bixler-Zavala, entre lo chamánico y lo macarra, y la forma de tocar la guitarra de Omar Rodriguez-Lopez, visceral y contracturada. No vamos a hablar del nivel técnico de los músicos (no hay batería, guitarrista o cantante en todo el festival que lleguen al nivel de los de este grupo), sino de una música oscura y obsesiva que consigue congeniar el caos sonoro con composiciones complejas y muy medidas. Hasta la brisa se levantó para que todos disfrutásemos más a gusto del concierto.

En el escenario pequeño (de nuevo, inexplicable) TV On The Radio dieron un buen repaso al personal. Los de Brooklyn se han repuesto rápidamente de la trágica muerte de su bajista el pasado mes de abril y su música no se ha resentido ni un ápice, gracias al ritmo infeccioso de su nuevo bajista y a una banda que, en concierto, se viene arriba. Sus discos tienen cosas interesantes pero acaban siendo un ladrillo, algo que no ocurrió en un directo demoledor que hizo botar hasta al festivalero menos implicado. Y, además, con diurnidad y alevosía. TV On The Radio pueden ser considerados el relevo indie-rock y postmoderno de Boney M.: negros orgullosos contagiando el ritmo allá por donde pasan. Si un concierto suyo no hace que te menees, tal vez estés muerto.

Vetusta Morla parecen haber conseguido algo más difícil que vender más de 35.000 copias de su disco debut: sobrevivir a ello. Han ganado en empaque y su directo suena profesional, algo que, en este país, ya es mucho. Pucho sigue teniendo una de las voces más exasperantes de la escena, pero también una de las más reconocibles y, de paso, el sello de identidad de los madrileños. Ofrecieron al principio Los días raros y luego repasaron sus dos álbumes. Sonaron muchas piezas de su reciente Mapas (como ese sinuoso En el río), pero cuando el público levitó fue con las canciones antiguas, como la bonita Copenhague.

Para quienes no son fans de la banda, resulta complicado no mirar el reloj tras cuatro o cinco canciones. Eso sí, para miles de chavales, Vetusta Morla es uno de los pocos grupos nacionales que acarrean su bagaje generacional, y dentro de 25 años sus éxitos se recordarán como se recuerdan hoy los de Nacha Pop.

Kasabian venían avalados por su reciente buen directo en el madrileño festival Dcode (lee aquí la crítica). Se les considera como nuevas estrellas de una especie de britpop electrónico que peca de todo lo contrario que TV On The Radio. Y es que, cuando un grupo suena mejor en disco que en directo, mal asunto. Empezaron bien y tuvieron actitud en todo momento, muy festiva (con temas como Underdog, Club foot o Fire) y para-rockera; la música, en cambio, ni chicha ni limoná. No dudo que en otros momentos de su carrera hayan podido ser el mejor directo del mundo (como tal fueron premiados en 2007 por NME), pero en Bilbao se oía mucho cacharrito y mucha historia, mientras las guitarras y el bajo parecían de adorno.

Tuvieron que llegar Suede para enseñarnos lo que era un gran concierto de brit-pop. A pesar de que siempre ha parecido que la banda nunca sería lo mismo sin Bernard Butler, está claro que hay veces que se cumple aquello de “quien tuvo, retuvo”. Y vaya si retuvo: sonidazo, guitarreo y un Brett Anderson, de 43 años, desbocado, dándolo todo desde el principio hasta el final. Y no estamos hablando de bailar y de patear escenario, que también, sino de cantar como los ángeles con actitud, chulería y glamour, enseñando a los niñatos de Kasabian y Kaiser Chiefs lo que es un puñetero animal escénico.

Tras el batacazo (aplíquese aquí un generoso doble sentido) de la suspensión de Amy Winehouse, la incorporación de los resucitados Suede como cabeza de cartel se recibió con cierta tibieza, pero su capacidad de convocatoria nos sorprendió a muchos. A pesar de estar entre los grandes de la primera ola de britpop, sufren una especie de olvido que el público de Bilbao se encargó de contrarrestar, coreando sus canciones con unos melodiosos “uououos”. Sonaron a gloria temas como So young, Trash o Animal nitrate. A mitad del concierto, el pantalón de Anderson ya estaba hecho unos zorros de las arrodilladas que llevaba. Y así, a lo tonto, quienes acabamos de rodillas ante Suede fuimos nosotros.

“Después de esto, a ver quién es el guapo que se traga a Kaiser Chiefs”, se escuchó decir a un asistente, y no le faltaba razón. Los de Leeds tienen una cosa buena, de eso no hay duda: su nombre. Es pegadizo, fardón y suena bien. Esta era la segunda vez que tocaban en el festival y hay que reconocer que estuvo bastante mejor que en 2009, principalmente porque entonces sonaron rematadamente mal. También es cierto que Ricky Wilson, su cantante, se deja la piel y que varios miles de personas aguantaron su concierto al pie del cañón, entiendo que disfrutándolo, bajo una lluvia ligera e irritante.

Pero no a todos se les veía particularmente entregados, la verdad, porque Kaiser Chiefs suenan a lo que son, una banda cervecera y hooligan que estuvo en el lugar adecuado, en el momento adecuado. Probablemente, nunca volverán a conseguir algo cercano a lo que les dio su Employment, aunque parece que los únicos que no se dan cuenta son ellos. 

Mucho mejor estuvieron !!! (chk chk chk, en lo fonético) y su descarga de dance punk, con Nic Offer y sus inseparables calzones capitaneando un concierto que, a última hora, hizo las delicias de quienes se animaron a bailar bajo la lluvia, como Gene Kellys del siglo XXI. O algo así…

lunes, 22 de junio de 2015

Bilbao BBK Live 2011: Coldplay, Blondie, Beady Eye, Twilight Singers, Russian Red... (7 de julio de 2011)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de julio de 2011 

Bilbao BBK Live 2011: Coldplay arrollan y Beady Eye aburren
                        
El cuarteto británico reúne a más de 37.000 personas en la inauguración del festival vasco. Twilight Singers brillaron, Liam Gallagher estuvo desganado y a Blondie le pesaron los años. Por Yahvé M. de la Cavada

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En la primera jornada del BBK Live, todos fueron teloneros. Todos menos Coldplay, claro, la estrella absoluta del día y, tal vez, de este festival que cuenta tres jornadas. No es para menos: único concierto en España de una banda que, en este momento de su carrera, se encuentra en lo más alto. El grupo atrajo un público muy heterogéneo en el que había lugar para pijos, rockeros, modernos, personajes de extrarradio, hippies, indies, niños, mayores y fans. Incluso los que fueron por otros grupos querían ver a Coldplay, aunque sólo fuera un par de temas, y aunque sólo fuera para ponerles a parir. 

Esa afluencia masiva provocó un nervioso comentario de Russian Red al final de su concierto, que afirmó alborozada que nunca había tocado para tanta gente (traducción: “estoy en el buen camino”). Está por ver si la propuesta de la madrileña tiene recorrido. Su banda suena bien y en los últimos tiempos ella ha ganado tablas, pero en su actuación de ayer no quedó claro si su fórmula se va a consolidar. Ya veremos…

Cuando empezaron a tocar los Twilight Singers, había cuatro gatos viéndoles. Cuando terminaron, pocos más, pero todos flipando. La banda que Greg Dulli se sacó de la manga hace 14 años (durante un descanso de sus Afghan Wigs) no es muy conocida por aquí, pero su impresionante último disco anticipaba el que podría haber sido el concierto del festival. El sonido no acompañó y al principio la cosa estaba un poco fría, pero poco a poco se vinieron arriba y dejaron al público preguntándose quién carajo eran esos tíos. Si llegan a tocar en el escenario grande, dejan en pelotas al resto de bandas. Coldplay tienen al público, pero no tocan con esa fuerza ni hasta arriba de Red Bull.

Beady Eye pretenden ser respecto a Oasis lo que New Order a Joy Division, pero se acercan más a lo que hicieron los Doors tras la muerte de Jim Morrison. Oasis era una banda que molaba por un buen puñado de canciones rotundas, la mayoría de ellas escritas por Noel Gallagher. Una nueva versión del grupo sin él tiene el mismo sentido que tendrían los Rolling Stones sin Keith Richards, o sea, ninguno. Esas sospechas se confirmaron en un concierto plomizo en el que no se tocó una sola canción que merezca ser recordada. Liam cantó suavecito y estuvo tan comedido que, por no ser, ni siquiera fue impertinente o bocazas, que es uno de sus grandes atractivos rockeros. Sin su hermano al lado (escribiendo canciones), Liam y sus compis ex-Oasis tienen muy poco que decir.

Blondie era uno de los conciertos más esperados por cierto sector del público, en gran parte por el morbo de ver si Debbie Harry, a sus 66 años, estaba en forma. Pero resultó que no. La cantante salió a escena con un atuendo pijamero consistente en una especie de chándal y camiseta color naranja-corredor-de-la-muerte que dejó al público alucinado, o noqueado, o yo qué sé. Independientemente de lo que cantó, que fue poco más que apañado, Harry y su banda vinieron con un repertorio a prueba de bombas, gracias a hitos como The tide is high, Maria, One way or another o su versión de los Nerves, Hanging on a telephone. Esos temas que a primeros de los 80 sirvieron para que el grupo llevase la nueva ola a la radiofórmula, hoy en día suenan como un cúmulo de canciones inconexas que sólo se sostienen por el factor nostalgia. La banda sonó como un tiro y el repertorio estaba repleto de clásicos, pero el concierto en sí fue flojo.

La verdad es que la mayoría de los asistentes iban a lo que iban: a ver a Coldplay. Lo demás, como quien ve la pausa publicitaria en televisión. Hay unos tipos en este o aquel escenario, pero, ¿cuándo empiezan Coldplay? Así de un concierto a otro y, en muchos momentos, más gente dando paseos o haciendo tiempo que viendo el recital de turno. Mientras la pobre Debbie Harry cantaba viejos éxitos en el escenario pequeño, había más público pillando sitio para Coldplay, con la cabeza posicionada frente al escenario vacío.

Cuando llegó el momento, todos estaban preparados, menos el técnico de sonido.

La música de Regreso al futuro a modo de preludio, sale el grupo, estallido de luces y a tocar. Hasta fuegos artificiales. Lástima que pasase más de medio tema antes de que el responsable de turno, a estas horas presumiblemente despedido, conectase gran parte de las pantallas por las que suena el grupo. Con sonidazo hubiese sido un gran principio, de esos apoteósicos en los que la gente se queda boquiabierta. ¿Hemos dicho que hubo fuegos artificiales?

A partir de aquí todo salió más o menos bien. Coldplay prometían un conciertazo y venían con los deberes hechos y los gadgets imprescindibles: rayos láser saliendo del escenario, neones, videoedición en directo, estrellitas de papel y enormes globos de colores. Vamos, que no lían la de Kiss pero, sin gastarse mucha pasta, hacen una cosilla aparente. Su aspecto de chicos sanotes y el punto buenrollista y humilde de Chris Martin funcionan bien sobre el escenario. Él tiene carisma y el resto son un poco sosos, pero el contraste pega con su música.

¿Demostraron Coldplay que pueden llegar al nivel de U2? Desde luego, están en camino. Martin ha robado muchas cosas al Bono de sus mejores tiempos y, definitivamente, Jonny Buckland no es The Edge, pero el aroma a los de Dublin se siente en muchas de sus poses y canciones. Sí, es verdad que les falta cierta sustancia, pero tienen talento para fabricar temones, y es innegable que hay que tener algo especial para meter 37.500 personas en un festival como hicieron ayer.

Quizá su principal problema es que es un grupo de éxitos y, cuando no los tocan, pierden atractivo. Su concierto, en general, estuvo bien, con el público botando, coreando, bailando o gritando obscenidades a Martin. Eso sí, en cuanto atacaban temas poco conocidos el personal perdía interés. Martin, además, se enforzó durante todo el concierto en exhibir poses rockeras e incluso ademanes a lo Eminem cogiendo el micro. Luego, su música, no es tan agresiva.

Martin estuvo generoso al dedicar un tema a Blondie, e incluso ¡a Russian Red! (pocos de los allí presentes entendieron esta última dedicatoria). La traca final, con el público enloquecido, llegó con Viva la vida y los bises: Clocks, Fix you y el tema más pedido de la noche, Every teardrop is a waterfall. Sí, ocurrió tal cual, querido lector: la gente voceó durante un buen rato aquello de “¡el ritmo de la noche!”, en referencia al apropiamiento que ha realizado Coldplay de algunos pasajes de ese tema de chiringito. Al final, mientras el grupo hacía reverencias y se despedía, la mayoría del público comenzó a corear de forma espontánea el estribillo de Viva La Vida. Fue bonito.

jueves, 18 de junio de 2015

Rolling Stone ES: una despedida

Hace un mes o así me llegó una carta de Prisa Revistas en la que se nos informaba a los colaboradores de que la revista Rolling Stone dejaba de editarse en España. No es el medio en el que más he escrito, ni tampoco mi favorito, pero le tenía cariño y casi siempre tuve libertad para escribir lo que quise. Me quedan un montón de buenos recuerdos de mi paso por Rolling Stone. En esta revista aprendí lo que era escribir por encargo sobre bandas a las que, antes de ponerme con ello, no controlaba. Aprendí también a estar en un festival desde las seis de la tarde hasta las cuatro de la mañana y tener que escribir y entregar una crónica de al menos mil palabras en las cuatro horas siguientes. Aprendí mucho sobre los entresijos del negocio (el de la música y el de la prensa), y sobre cómo son las cosas realmente en la primera línea. Aprendí a disfrutar de los insultos de los fans despechados por algún párrafo en el que me metía con su banda favorita. Aprendí a trabajar en condiciones muy adversas y con un deadline pegado al culo. Aprendí, en definitiva, mucho. Y me lo pasé muy bien también.

A partir de la próxima entrada recuperaré varias crónicas que he ido publicando en Rolling Stone a lo largo de los últimos cinco años, empezando por las dedicadas a los festivales Azkena Rock y Bilbao BBK Live, dos clásicos que llevo cubriendo para un medio u otro desde hace muchísimo tiempo.

lunes, 15 de junio de 2015

Norma Winstone - Edge Of Time (1972)

Norma Winstone Edge Of TimeReseña publicada originalmente en Tomajazz en abril de 2013: 

Ediciones como esta le devuelven a uno la esperanza. Un pequeño pero extraordinario sello de Barcelona ha producido la imprescindible reedición de este clásico del jazz británico, en una edición limitada a 500 copias, con un texto introductorio firmado por la propia Norma Winstone.

Años antes del primer disco de Azimuth para ECM, la vocalista ya contó con John Taylor y Kenny Wheeler en su debut como líder. También lo hizo con unas cuantas luminarias de la escena británica, haciendo de su Edge Of Time un auténtico ‘meeting of the giants‘ que incluía a Tony Levin, Kenny Wheeler, John Taylor, Alan Skidmore, Paul Rutherford, Mike Osborne y muchos más.

El disco es una obra sorprendente, un debut mayúsculo y maduro que sorprende por su riqueza, variedad y originalidad. Desde el suntuoso comienzo, con Winstone y Rutherford dialogando, hasta la explosión de “Erebus”, la calidez de “Songs Of A Child” o el solo de Wheeler en “Enjoy This Day”, el disco es un alarde de elocuencia y buen gusto, siempre conducido hábilmente por la vocalista. Aparte de Winstone, entre los compositores de las piezas figuran Neil Ardley y John Surman (aunque no tocan en el disco), lo que a una idea de hasta qué punto estamos ante un pedazo de historia del jazz británico.

Wah Wah Records se toma el sonido muy en serio, por lo que esta necesaria reedición de Edge Of Time ha sido cuidadosamente remasterizada por el prestigioso estudio belga Equus Mastering. Aunque algunos aficionados pueden encontrar cierta barrera en el vinilo, los tiempos cada vez vienen más acompañados de excelentes reediciones en este formato. Y, si son como  Edge Of Time, que vengan más, por favor.

jueves, 11 de junio de 2015

Archie Shepp Quartet (Bilbao, 23 de ocubre de 2012)

Texto publicado originalmente en Tomajazz en noviembre de 2012: 

Cuando uno va a ver a una leyenda, lo primero es tener claro lo que se quiere ver. Después, ya metidos en canción, lo que va a ver finalmente. Uno no va a un concierto de Archie Shepp en 2012 esperando ver el concierto de su vida, igual que uno no hubiese ido a ver a Coleman Hawkins en 1965 esperando que el bueno de Hawk estuviese en su mejor momento. Ver a Archie Shepp en directo es, para empezar, algo que hay que hacer si no se ha hecho ya. Y si el saxofonista está bien, mejor. Pero si no, al menos se ha compartido unos instantes con la leyenda, que no es poco. 

La primera vez que vi a Archie Shepp, iba con un cuarteto completado por tres músicos excepcionales: Amina Claudine Myers, Cameron Brown y Ronnie Burrage. Recuerdo que el concierto fue fantástico. La última vez que le vi, hace un par de años, iba con su cuarteto “de batalla”, el mismo que en su actuación en Bilbao: Tom McClung, Wayne Dockery y Steve McCraven. Esta vez el concierto rozó lo desastroso. En ambas citas, la responsabilidad del éxito o el fracaso del recital se podía repartir al 50% entre líder y acompañantes. De la misma forma que Shepp estaba en muy buena forma hace años, el cuarteto de Myers y compañía ofrecía un soporte tan edificante como sólido. No era sólo lo que Shepp tocaba, sino lo que tocaba respecto a lo que tocaba el cuarteto. 

Con su último grupo regular las reglas son las mismas: si el cuarteto ofrece un acompañamiento rutinario, es natural que el discurso del propio saxofonista vea sus cualidades mermadas, entre otras cosas, por no tener estímulos suficientes a su alrededor. Shepp tampoco es ya lo que era; está mayor y sus recitales de los últimos años tienden a apoyarse mucho en temas vocales y dejar el saxo un tanto de lado. Tampoco es que le vayamos a pedir explicaciones a estas alturas. En Bilbao, tal vez afortunadamente, Shepp estaba afónico, lo que le llevó a enfocar el concierto de forma más instrumental (la única pieza en la que cantó, “Don´t Get Around Much Anymore”, dejó claro que cantar no era una opción).

Aparte de esto, y contra todo pronóstico, no le faltaron fuerzas. Aún sentado en una silla en medio del escenario, con un aspecto relativamente frágil, Shepp dio el pistoletazo de salida con un meteórico “U-Jaama” en el que improvisó durante cerca de 20 minutos ininterrumpidamente. Su estilo, inevitablemente afectado por la edad, mantiene la angulosidad y la elasticidad en el tiempo. Su fraseo, boppero en esencia, sigue teniendo ese encanto quebrado y anárquico.

El grupo, sin embargo, no estuvo a la altura. Posiblemente Shepp tuviese que ver; al fin y al cabo, era quien daba las ordenes. Desde el clasicismo en piloto automático de McClung –que sufrió más de un sablazo del líder, cortando su solo de mala manera– a la estruendosa batería de Steve McCraven, que ensuciaba el conjunto sin ninguna empatía, el cuarteto ofreció un acompañamiento anodino que, en cierta forma, hizo que el concierto fuese un esfuerzo rutinario.

Ver a Shepp siempre es un placer; y si está en relativa buena forma, aún más. Pero unos acompañantes de altura hubiesen marcado la diferencia.

lunes, 8 de junio de 2015

Ballister: Dave Rempis / Fred Lonberg-Holm / Paal Nilssen-Love (Barcelona, 28 de febrero de 2013)

ballister_3Texto publicado originalmente en Tomajazz en marzo de 2013: 

Permítanme que roce lo escatológico al comienzo de esta reseña; en este caso, como con las secuencias de sexo para los actores, el guión lo justifica. Llegué a La Cova del Drac Jazz Room muy poco antes de que empezase el concierto y, queriendo disfrutarlo con total tranquilidad, decidí pasar por el servicio para que mi muy considerada vejiga no me pidiese atención durante el concierto. Así estaba yo, entre la urgencia, la prisa y la liberación, cuando la música se me echó encima. Les cuento esto porque la sensación fue única desde el punto de vista acústico. Los servicios suelen tener ciertas cualidades sónicas, tal y como han demostrado grabaciones míticas y alguna que otra leyenda urbana, y no es la primera vez que la recepción acústica me resulta interesante en un aseo. Pero sí, sin duda alguna, esta fue la más arrolladora e indescriptible de todas. Imaginen una masa de sonido cayendo sobre su cabeza, un aplastante y denso cuerpo informe que galopa sobre tus oídos, reclamando violentamente que te quedes donde estás, que no se te ocurra mover un músculo.

Esta fue la sensación que tuve en esos primeros segundos del concierto de Ballister, y se mantuvo más o menos hasta el final. La música de este supergrupo no da tregua. Es más fácil describirla desde un punto de vista emocional, porque es ahí a donde se dirige una vez golpea nuestra cara. Dave Rempis, Fred Lonberg-Holm y Paal Nilssen-Love, curtidos como cómplices en decenas de proyectos, manejan de sobra esa comunicación mágica que ejercen los grandes improvisadores. En su directo el espectador presiente que puede pasar cualquier cosa y que, al mismo tiempo, lo que pase nunca será fruto del azar.En Barcelona el grupo acometió un puñado de piezas largas, repartidas en dos pases, que dejaron al público exhausto y feliz. Nilssen-Love, como no podía ser de otra forma, impulsó lo que ocurría sobre el escenario de manera rotunda, mientras Lonberg-Holm esparcía brochazos sonoros y el saxo de Rempis se encaramaba como podía al enrevesado conjunto. Sin solistas, sin pausas; todo lo que tocaban ocurría de forma natural y espontánea. Esa apabullante masa de sonido que les describía al principio es, simple y llanamente, eso: tres amigos, tres músicos extraordinarios dispuestos a todo cuando tocan juntos. Y escucharlo en directo es una experiencia, repito, difícil de explicar. Pero les garantizo que merece la pena.

jueves, 4 de junio de 2015

Uri Caine’s Bedrock + Barbara Walker (Bilbao, 2 de octubre de 2012)

Texto publicado originalmente en Tomajazz en octubre de 2012: 

La nueva temporada del 365 Jazz Bilbao se inauguraba el pasado 2 de octubre con –a pesar de los seguros recortes en el presupuesto– un concierto de altura: uno de los proyectos más emblemáticos y estimulantes de uno de los grandes pianistas de nuestro tiempo, Bedrock y Uri Caine, respectivamente. El grupo, un trío hipermusculado completado por Tim Lefebvre y Zach Danziger, es el campo de juegos eléctricos (y electrónicos) del pianista, un osado mosaico de estilos e influencias.
En su concierto en Bilbao había una sustitución (el baterista era el gran Clarence Penn, colaborador asiduo de Caine) y una ineludible letra pequeña, en lo musical, escrita con letra grande en los carteles: la presencia de la cantante Barbara Walker. El grupo y la cantante llevan un tiempo girando juntos en un formato más fácil de vender a los promotores que el combativo Bedrock a pelo o la cuasi ignota Walker por su cuenta. Algún que otro testimonio en youtube anticipaba lo que se nos venía encima pero, con Uri Caine tras el teclado, las expectativas se mantenían inevitablemente altas.

Y no nos decepcionó, no. Al menos durante un rato. El trío apareció en escena acometiendo una entrada espectacular, con media hora de música intensa, repleta de destellos de genialidad, improvisación sapiente e interacción sobrenatural. El tiempo iba y venía en manos de los tres malabaristas que iban juntos o separados, pero siempre compactos y elocuentes. La ausencia de Danziger se notó, porque Penn es un instrumentista diferente, pero no en cuanto a calidad o empatía. Entre libertad y groove emergió un glorioso “Blackbird” de Paul McCartney (inmortalizado en el imprescindible White Album de los Beatles ) en una versión en la que se vio deconstruido hasta la extenuación. Y hasta ahí.

Pasada esa media hora Caine presentó a la verdadera estrella de la noche (así estaba planteado el show ), una sobreactuada Barbara Walker que hizo una OPA hostil al escenario en un abrir y cerrar de ojos. Se acabó el concierto de Bedrock , simple y llanamente. Me explico: una cosa es una colaboración, unir estilos para crear algo común, y otra pasar de un concierto a otro completamente diferente. A partir de la salida de Walker, el trío actuó como comparsa de la cantante, en un papel estrangulado por las circunstancias que sólo les dejó la posibilidad de hacer ínfimas escapadas en los pocos huecos que quedaban.

Walker canta bien, muy bien, pero no tiene absolutamente nada más que ofrecer más allá de eso. Una buena voz, como cualquier buena cantante; personalidad, cero. Verle actuar junto a Bedrock era como poner el motor de un coche de carreras a un “seiscientos”. Incapaz de mantener el tipo, el concierto se caló y ya no pudo arrancar más. Como un entertainer de bajo coste, Walker explotó todos los tópicos, a cual más vulgar y manido, del rhythm & blues de prima donna .

Dos conciertos en Bilbao, a fin de cuentas. El telón de Bedrock , excepcional. El de Barbara Walker y su banda, correcto; incluso muy bien, si hubiese estado enmarcado en una plaza pública dentro de la programación de unas fiestas populares. Pero el choque musical entre uno y otro fue demoledor. Y, aunque la gran mayoría del público disfrutó con los exabruptos bluesy de Walker, muchos fuimos incapaces de cambiar de tercio de forma tan brusca.

lunes, 1 de junio de 2015

Ravi Coltrane Quintet (Bilbao, 30 de abril de 2013)

ravi coltrane Bilbao by Yahve m de la Cavada
Texto publicado originalmente en Tomajazz en mayo de 2013

Ravi Coltrane lleva ya unos años de carrera, ganándose paso a paso su reputación con la honorable y sana costumbre de no apoyarse en su apellido. Su sonido y estilo, que nunca tuvieron gran deuda con su padre, han madurado y sublimado influencias tan nutritivas como la de Joe Henderson, Wayne Shorter o Steve Coleman, uno de sus mentores del que aún conserva trazas en su fraseo.

Además, Coltrane ha jugado la mejor baza en esto del jazz: rodearse de gente buena, y mantenerla a su lado a lo largo de los años. La química que tiene el saxofonista con los portentosos Ralph Alessi y Drew Gress no es sino el producto de años tocando hombro con hombro. Y, en directo, esa química aumenta. Las composiciones del líder suenan confiadas; armónicamente complejas pero tan bien ensambladas que uno diría que nadie podría tocarlas con el mismo aplomo que esta sagrada tríada de Coltrane, Alessi y Gress. Si a eso le añadimos la elástica batería de Eric McPherson, un tipo lleno de talento e intuición, tenemos un grupo que suena superlativo incluso en piezas que superan el cuarto de hora (la mayoría de las que sonaron en Bilbao), sin flaquear en ningún momento el aspecto solista ni el acompañamiento.

No me olvido de David Virelles, uno de los más sonados newcomers del momento, que está llamado a convertirse en uno de los grandes del piano que está por venir. A punto de cumplir los 30 ya tiene una trayectoria envidiable, y su asombrosa técnica indica que ésta sólo acaba de empezar. En el concierto de Coltrane, sin embargo, dejó más constancia de su potencial que de una verdadera entidad. Acompañó inteligentemente y supo quitarse de en medio en no pocas ocasiones, dejando al solista columpiarse con la magia de Gress y McPherson, mientras que como solista dio cuenta de su técnica, aunque recurrió demasiado al arpegio y le faltó cierta coherencia en los solos. Eso sí, el mencionado potencial no es un espejismo. Este tipo va a a ser grande.

Con todos los conciertos que –a pesar de la eterna crisis del jazz– podemos ver al cabo del año en nuestro país, no deja de ser una sorpresa que el de Ravi Coltrane fuese tan redondo. Las composiciones, la interacción, las largas y sustanciosas improvisaciones de Alessi y el líder… Todo rozó una perfección que no se ve todos los días. Y nos recuerda de nuevo que Ravi Coltrane es mucho más que el hijo.

otros días, otros discos

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