lunes, 29 de junio de 2015

Bilbao BBK Live 2011: The Black Crowes, Thirty Seconds To Mars, Jack Johnson, Les Savy Fav, M-Clan, Chemical Brothers… (7 de julio de 2011)

Texto publicado originalmente en Rolling Stone el 8 de julio de 2011

Bilbao BBK Live 2011: El apoteosis de Black Crowes y el sonrojo de Thirty Seconds To Mars

Los hermanos Robinson ofrecen un concierto inolvidable, M-Clan no encuentran su lugar, Jack Johnson expande su buen rollo y la banda de Jared Leto llega por momentos a la vergüenza ajena. Se cierra el festival con récord de asistencia. Por Yahvé M. de la Cavada


Imagen principal de la noticiaSe veía venir. Sólo por la marabunta que fue a ver a Coldplay el primer día, se podía oler el récord de asistencia de la historia del festival. Los 35.000 asistentes del sábado confirmaron ese dato, que asciende a unos 103.000 personas en tres días. Y en esta última jornada del festival quedará para el recuerdo el impresionante concierto que dieron los Black Crowes, el más destacado de esta edición. A M-Clan les faltó su público y los intrascendentes Thirty Seconds To Mars tocaron, como quien dice, exclusivamente para el suyo. Jack Johnson hizo gala de la tranquilidad y el buen rollo que le caracteriza y los Chemical Brothers pusieron a todo el mundo a botar. La sorpresa del día vino de los vespertinos Les Savy Fav.

En todo festival tiene que haber una banda que la líe. Siempre está bien que alguien se tire al público, rompa algo o regale gestos obscenos al respetable; lo que sea, con tal de mantener la boca de los presentes abierta durante un rato. Eso es lo que hicieron Les Savy Fav, un quinteto neoyorquino liderado por el escatológico y enloquecido Tim Harrington. La banda empezó en la escena post-hardcore pero lleva ya unos cuantos años facturando una especie de post-punk clásico que suena realmente bien. Harrington se pasó tanto tiempo en el escenario como en la pista, abalanzándose sobre la gente, exhibiendo atuendos extravagantes y provocando la histeria allá por donde pasaba.

Consiguió cantar manteniendo el equilibrio sobre una silla sujetada por miembros del público y mantuvo la expresión de los presentes entre la sorpresa y el desagrado, a cuenta de lavarse la cara con cerveza, meterse sus propios calcetines en la boca y alardear de las posibilidades de fluctuación de su oronda barriga. Puro espectáculo. La gracia es que todo lo hizo sin dejar de cantar ni un segundo, y muy bien, además. Un auténtico concierto punk en un festival que, tal vez, no estaba preparado para un lunático como Harrington.

M-Clan, que en salas tienen un gran espectáculo, se encontraron un poco desubicados dentro del festival. El suyo fue un concierto para sus seguidores en el que apostaron por un repertorio poco festivalero que no consiguió enganchar a los no tan fans. La gente miraba al escenario estática, esperando que ocurriera algo o que sonasen temas conocidos con los que engancharse. Roto por dentro casi lo consiguió, pero hubo que esperar a las versiones para que la banda generase revuelo. Su adaptación de la canción de Rod Stewart, Maggie May (aquí como Maggie despierta, con una cita a Te quiero, de Calamaro) y una apañada versión del Baba O’Riley, de los Who, fueron las más celebradas.

Cuando empezó el concierto de Thirty Seconds To Mars, no cabía un alfiler en el recinto. Muchos de ellos atraídos por la figura de su cantante y líder, el también actor Jared Leto. Él y sus colegas deben pensar que ser Placebo es fácil; lástima que se olvidasen del asunto del talento. Leto ni canta, ni toca, así que tira de lo que otras estrellas de medio pelo en sus mismas circunstancias: hacer gala de lo mucho que se quiere. Desde el primer momento, su concierto se basó en una excesiva colección de muletillas de directo, gritando al público que saltase, que cantase y que le adorase.

Su legión de fans, eminentemente femenina y muy joven, se entregó a los encantos del actor, pero gran parte del público observaba extrañado el espectáculo preguntándose qué tenía de especial todo aquello. Leto pidió al público que corease el estribillo de Search and destroy mientras la letra de la canción se proyectaba en las pantallas (haciendo más evidente aún lo ridículo de la misma) y, al no encontrar respuesta, paró el tema y soltó un discurso al personal hasta que lo consiguió. En ese momento, no sé por qué, recordé aquella estupenda escena de El club de la lucha en la que a su personaje le parten la cara a base de bien.

Por lo menos había lucecitas y videos absurdos y Leto se tiró el rollo subiendo a casi un centenar de fans al escenario en un momento bastante quedón; pero, de música, nada de nada. Un último apunte: ver a Leto cantar con su guitarra acústica un tema contra la guerra, mientras en las pantallas se proyectan fotos de soldados y citas de Einstein o Platón, es una de las cosas más obscenas que se pueden ver sobre un escenario. Y ver al batería del grupo simular que toca una intro disparada por un secuenciador es, sencillamente, patético. Adonde va a llegar esto del playback, madre mía…

Jack Johnson atrajo a más gente de la que podría parecer en un principio y, aunque un poco fuera de lugar, hizo lo suyo con humildad y maestría. Todos sabemos que Johnson mola realmente cuando uno está tumbado en la playa, con solete, daiquiri en mano y el mar cerquita. Sus canciones de espíritu surf son tan achuchables como él, y un festival como este parece que le queda un tanto sobredimensionado.

La verdad es que más de seis canciones suyas adormecen un poco pero, en Bilbao, Johnson consiguió provocar sonrisas cómplices con Better together, Banana Pancakes e incluso que el público cantase Bubble toes y Upside down. Tocó bajito, estuvo sonriente en todo momento y nos dejó a todos con un buen rollo considerable.

Lo de los Black Crowes fue tremendo. ¡Menudo concierto! No hay comparación con nada de lo vivido en esta edición del festival: los Crowes salieron a matar y se llevaron las dos orejas y el rabo. Noventa minutos sobre el escenario que parecieron treinta, como mucho, de lo rápido que se pasó el concierto. Más de 20 años después de su nacimiento, los Black Crowes siguen siendo una de las mejores bandas de rock del mundo y, en directo, se posicionan también como una de las mejores de la historia del rock sureño, a la altura de los Allman Brothers clásicos o de las primeras formaciones de Lynyrd Skynyrd.

Hablamos de palabras mayores, no de un simple concierto de rock. Otras bandas construyen sus repertorios colocando estratégicamente sus temones aquí y allá, para que la cosa no decaiga. Los Black Crowes empezaron con trallazos como Hotel Illnes o Jealous again, y nos preguntamos cómo es que soltaban la artillería pesada al principio. Enseguida lo entendimos. El concierto no tuvo algunos temones, sino que fue todo temones, de principio a fin. La gente bailaba, gritaba, saltaba y se tiraba por el suelo, fuera de control.

Ni cuando la banda optaba por la improvisación, con solos guitarreros de electricidad desbordante, se detenía la maquinaria. Quienes aún echan de menos la guitarra de Marc Ford solo tienen que acercarse a un concierto de los Crowes para ver lo que hace Luther Dickinson con seis cuerdas y un slide; a su lado, Ford parece pequeñito, pequeñito. La intensidad que genera la guitarra de Dickinson junto a los Crowes ha llevado al grupo a otro nivel. Si con sus North Mississippi All-Stars ya es alucinante, imagináoslo codo a codo con los hermanos Robinson.

Según se acercaba el final, la banda pagó su deuda con Otis Redding y su clásico Hard to handle, poco antes de atacar como bis el tema más esperado de la noche, el glorioso Remedy. Sí, Coldplay estuvieron bien; y lo de Suede fue grande, pero el concierto del festival fue cosa de unos caballeros de Georgia que no necesitaron de numeritos, escenarios apabullantes o giros efectistas. Son seis tipos sobre un escenario, tocando rock and roll sin conservantes ni colorantes. Puro y auténtico.


El contraste de la descarga rockera de los Crowes con la electrónica obsesiva de los Chemical Brothers podría trocear las neuronas del musiquero más ecléctico, pero Ed Simons y Tom Rowlands hicieron bailar a decenas de miles de personas sin pestañear. Su rollo se ha quedado un poco anticuado, pero son tan influyentes que, a su manera, ya son unos clásicos en su género. Ni la lluvia contuvo al embrutecido público que botó al ritmo de los Brothers durante hora y media, sin pensar en consecuencias. Ya conocéis el dicho: “Mañana neumonía, pero esta noche alegría”.

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