martes, 12 de julio de 2011

La broma (9 de mayo de 2011)

Columna de opinión publicada en Cuadernos de Jazz el pasado 9 de mayo de 2011:

LA BROMA

Que Monk me perdone el hecho de citar aquella gran novela de Kundera en el título de esta columna, pero hay veces que hay que llamar a las cosas por su nombre. Y, viendo los avances de programación de muchos festivales de verano, uno sólo puede pensar que está ante una broma. Y de mal gusto, además.



Todos los años la misma historia. Llegan los festivales veraniegos y los aficionados al jazz se ven obligados a rebuscar entre la basura para encontrar una actuación destacable, un músico interesante o, más difícil todavía, algún gran nombre que no haya venido el año pasado, o el anterior, y el anterior y así hasta donde no llega la memoria. Siempre hay cosas interesantes, eso es verdad. Siempre hay algún o algunos conciertos que nos reconcilian con el festival que sea, entre otras cosas, porque no nos queda otra.

Ese es nuestro sino, y nuestro perfil en este asunto: el del aficionado potencialmente minoritario que no es público, sino excusa. Nuestro alimento, dos o tres conciertos por festival, como mucho. Somos pocos y pequeños y se nos concede en consecuencia. Eh, tampoco se les puede culpar. El compromiso de un gran festival con el fiel aficionado al jazz es mínimo, casi testimonial. Los aficionados no compran entradas o, al menos, no muchas entradas. No llenan polideportivos ni grandes auditorios y, cuando hay buenos conciertos de jazz por ahí, en más de una ocasión se roza el más absoluto descalabro económico. Así que, ¿qué compromiso se le puede pedir a un festival con este tipo de sujeto?


Eso sí, cuando uno tiene un festival de jazz, tiene un festival de JAZZ. Eso mola ¿verdad? Tiene un cierto aire intelectual y un toque cool que hace que suene mejor que otros eventos musicales. Es como tener un festival de música para gente lista. Y, si te gusta usar el término y ese tipo de representación, por el motivo que sea, si lo que quieres es tener un festival de jazz, lo mínimo es que programes jazz. Y no me refiero a lo que un señor engordado de ego y acostumbrado a manejar el cotarro entiende por jazz ni a lo que la gente de a pie entiende por jazz; ni siquiera a lo que le gustaría al aficionado más especializado. El compromiso es, única y exclusivamente, con la música. ¿O es que en los festivales no saben lo que es el jazz, ni que hay miles de músicos de todo el mundo que lo practican muy competentemente?


Lo sé, lo sé, el dinero. Ay, maldito dinero. Hay que ganar pasta y hay que salir en los medios y eso no se puede hacer con el jazz. Lo sé, es muy fácil atacar a los festivales sin alcanzar a entender el complejo engranaje de eventos de este tipo, las concesiones que hay que hacer para salir adelante y bla, bla, bla. Me sé la cantinela. La he escuchado un millón de veces entre lloriqueos más o menos creíbles y, la verdad, me da igual. O al menos, me da tan igual como el jazz a los programadores de muchos festivales. Así de igual.


Lo de montar un gran festival de jazz para después engrosarlo a base de todo tipo de géneros, presumiblemente comerciales, es traidor y poco elegante. Es como tener un prostíbulo, lo que viene siendo una casa de putas, y llamarlo club porque queda mejor. Y es verdad que queda mejor, pero lo que tienes, le llames como le llames, es una casa de putas.


Y, si me permiten continuar con el símil, como aficionado al jazz, cuando veo cada año la programación de los festivales veraniegos, me acuerdo de aquel dicho popular de “además de puta, poner la cama”.



Puedes leer la publicación original pinchando AQUÍ.

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